
Entre mediados de julio y finales de septiembre, España se transforma en un país de farolillos, fuegos artificiales y plazas llenas hasta la madrugada. Desde las romerías más modestas en aldeas de 200 habitantes hasta las fiestas patronales que llenan ciudades enteras, la temporada alta de verbenas es un auténtico fenómeno social. Pero detrás de las luces de neón y las copas servidas al ritmo de una orquesta, late una maquinaria económica de cientos de millones de euros que alimenta empleo, turismo y tejido empresarial.
La industria festiva española es mucho más que una tradición popular: es un motor que sostiene decenas de miles de empleos y que, en algunas regiones, supone uno de los principales impulsos económicos del verano.
Galicia, epicentro del negocio
En el corazón de toda verbena está la música en directo. Y en este terreno, Galicia es la capital indiscutible. Solo en esta comunidad hay unas 400 orquestas profesionales que mueven 4.000 empleos directos y generan más de 40 millones de euros cada temporada estival. El negocio no termina en los músicos: alrededor giran técnicos de sonido, empresas de montaje, transporte, restauración y alojamiento que multiplican el impacto económico.
En Ourense, por ejemplo, el verano de 2025 registró al menos 400 fiestas, algunas con carteles musicales de más de 80.000 euros para un solo fin de semana. Los precios han subido entre un 15 % y un 30% respecto a años anteriores, presionados por el coste energético, la escasez de técnicos y la fuerte demanda tras la pandemia. Los cachés varían tanto como el tamaño de las bandas. Una formación pequeña cobra entre 6.000 y 8.000 euros, una mediana entre 12.000 y 15.000, y las más potentes -como Panorama o París de Noia- pueden llegar a los 45.000 euros en fechas clave. Illescas (Toledo) pagó 33.000 euros por una gran actuación con montaje completo, y Aranda de Duero (Burgos) destina entre 10.500 y 14.950 euros por noche en su programa musical.
El montaje
Contratar una orquesta no es solo pagar a los músicos. Un show de gran formato implica de tres a cuatro camiones cargados con pantallas LED, estructuras metálicas, sonido envolvente y sistemas de iluminación que podrían competir con los de un gran festival.
A ese despliegue se suman entre 10 y 50 técnicos especializados, desde operadores de sonido hasta especialistas en rigging, pirotecnia o drones. La factura técnica puede disparar el coste total de una verbena a más de 40.000 euros en una sola noche. Y luego está la parte indiscutible: si la música mueve a la gente, la hostelería la retiene. Las barras móviles, puestos de comida y chiringuitos generan facturaciones de vértigo en pocas horas, con márgenes que pueden alcanzar el 70 %.
En San Martín de la Vega (Madrid), las fiestas de abril de 2025 supusieron un gasto municipal de 311.772 euros, mientras que solo en licencias de chiringuitos y tasas se recaudaron 27.955 euros. El negocio es tan rentable que muchos pequeños hosteleros planifican su año en torno a estas fechas, reforzando plantilla y logística para maximizar beneficios. Para los ayuntamientos, las fiestas no son solo una inversión cultural. Aportan retorno vía impuestos (IVA de espectáculos, licencias, tasas) y gasto inducido en hoteles, transporte y comercio local. Tiendas de souvenirs, kioscos y negocios de moda local aprovechan el tirón para multiplicar ventas.
Como ejemplo, Salamanca invierte hasta 8 millones de euros anuales en su calendario festivo, combinando fondos municipales con patrocinio privado. El objetivo es claro: las fiestas atraen visitantes, llenan hoteles y consolidan la ciudad como destino turístico.
El azote de la inflación
Pero no todo es euforia. La temporada 2025 llega marcada por desafíos.La inflación ha encarecido un 20% los costes frente a 2024, y en zonas rurales el aumento de cachés hace inviable contratar grandes orquestas. En parroquias de O Barbanza (A Coruña) o el interior de Ourense, muchas comisiones han optado por suspender verbenas o reducir el formato a actuaciones más modestas.
Las ayudas públicas han disminuido y las donaciones vecinales ya no alcanzan. Además, las exigencias burocráticas para licencias y permisos añaden presión a comités organizadores formados, en su mayoría, por voluntarios.
Ante el riesgo de perder una tradición centenaria, muchas comisiones festivas han comenzado a diversificar su oferta: contratan tríos, charangas o discomóviles, con cachés entre 7.000 y 12.000 euros; reducen costes técnicos, ajustan licencias y buscan patrocinios privados; coordinan calendarios con municipios vecinos para compartir infraestructuras y gastos y optan por formatos más austeros, como DJs, que pueden costar entre 500 y 2.000 euros y mantener el ambiente sin comprometer las cuentas.
Las verbenas no son solo noches de baile y orquestas con coreografías milimetradas. Son un punto de encuentro intergeneracional, una plataforma para negocios locales y un escaparate del patrimonio cultural. En términos económicos, son una industria estacional que compite con otros sectores turísticos en generación de ingresos y empleo.
El reto es que esta maquinaria siga funcionando sin perder su esencia. En 2025, la fiesta vive un momento decisivo: o se adapta con modelos más sostenibles y colaborativos, o corre el riesgo de ver apagadas sus luces antes de tiempo.
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