
El presidente de la empresa de seguros recuerda con nostalgia su iniciación en la lectura. Un gusto que le viene de casta, ya que en su casa nunca faltaba algo para leer. Sus obras favoritas, además de trasladarle a los lugares más increíbles, le han ayudado a fojar su caracter y personalidad.
Mi afición a la lectura comenzó ya desde niño. Los primeros ahorros que obtuve en la adolescencia los invertí en comprar una colección de literatura universal de las que se vendían semanalmente en los quioscos y que todavía hoy conservo como un tesoro en la casa de mis padres.
Este gusto por leer, comenzó simultáneamente en el hogar familiar, devorando diariamente el periódico Pueblo que mi padre traía religiosamente a casa por las tardes, y en la escuela, donde ya, pacientes maestros nos inducían, por no decir obligaban, a leer y a realizar comentarios de textos sobre obras clásicas y modernas de la literatura española y universal.
En mi caso, recuerdo que para mí y algunos de mis amigos más cercanos, este proceso de conocer qué lecturas iban a ser las obligatorias, conseguir algún ejemplar prestado o ir a la librería de turno a comprarlas, era un momento fascinante. Como lo era ya sumergirse en la lectura de muchas de ellas, no todas porque siempre había alguna demasiado compleja para nuestra temprana edad. Los años pasaron y mantuve una pasión por la Literatura, de lectura sosegada, a tiempos muertos en los meses de trabajo normalmente, y en periodos vacacionales devorando una página tras otra.
Los años pasaron y mantuve una pasión por la Literatura, de lectura sosegada, a tiempos muertos en los meses de trabajo normalmente, y en periodos vacacionales devorando una página tras otra.
Mirando atrás podría hablar de muchos libros. Quizá yendo muy atrás en el tiempo, quizá el primero que recuerdo es Viaje al centro de la tierra, de Julio Verne, curiosamente publicada 100 años antes de mi nacimiento. Verne fascina en todos sus escritos pero esta aventura de Axel y su tío Otto en ese viaje imposible me hizo soñar muchas veces con mundos fantásticos y diferentes, a los que probablemente algún día podría viajar. He conocido muchos lugares en el mundo, aunque tengo que reconocer que no tan increíbles como los que disfruté con esta novela.
Avanzando unos años más, y dejando aparte multitud de obras maestras, mayormente españolas de todos los siglos, en prosa y en verso, en novela, en teatro –me atreví en aquellos años incluso a escribir un pequeño sainete–, tengo que irme directamente al gran Gabo, Gabriel García Márquez y su Cien Años de Soledad. Los años adolescentes preuniversitarios fueron el momento ideal para disfrutar, y también sufrir, la lectura de este "monumento de palabras", culmen de ese realismo mágico que él y otros muchos escritores iberoamericanos nos regalaron para goce de la humanidad. Una manera diferente de acercarse a la historia trágica de ese continente, regada con la sangre de las guerras y el sufrimiento de sus gentes abatidas por la pobreza y la explotación.
A través de la pluma de Garcia Márquez descubríamos un mundo especial, donde lo cotidiano se mezcla con sucesos maravillosos y muy imaginativos. Macondo, se nos presenta como una aldea mágica donde a través de los Buendía asistimos a una historia fantástica a través del tiempo, con mucho humor y crítica social. A los 16 o 17 años en los que te enfrentas al paso de niño a adulto, con la incomprensión que sientes y con los desequilibrios propios de esa edad, Cien Años de Soledad me abrió muchas puertas a soñar con un mundo diferente y menos "terrenal". Solo de recordarlo me entran ganas de volver a releerla, ya sería la tercera vez.
Y, aún siendo injustos con grandísimos maestros que me han acompañado en momentos de alegrías y también de tristezas, acabaría con una última lectura, La Ciudad de los Prodigios, de Eduardo Mendoza, ya incorporada a mi mochila en los tiempos en los inicios de mi vida laboral, en los que ya sentía con plena consciencia como el esfuerzo del trabajo, la sana competitividad y la necesidad de continuar aprendiendo marcan tu vida laboral. Así, con esta novela, tan cómica y absurda a la vez, estilo muy propio de mi admirado Mendoza, vemos ese otro "ascensor social", muy diferente al que millones de españoles hemos podido aprovechar en los últimos cincuenta años. Éste otro, el de la novela, es la historia del despertar de la ciudad de Barcelona a finales del siglo XIX y las peripecias picarescas del protagonista, que nace pobre como las ratas, pero que aprovecha, sin ningún tipo de escrúpulos todas las circunstancias políticas, económicas y sociales de ese momento en la Barcelona que se moderniza y abre al mundo, para ascender a lo más alto de la sociedad catalana.
Son tres obras maestras, que, sin duda, me sirvieron para aprender y forjar mi carácter y personalidad…. entre otras muchas.