
Existe una cuneta del viaje, el literario. Adeptos al Grand Tour que inventó la Ilustración.
A 15 kilómetros de Aveiro, la "Venecia portuguesa", se encuentra Curia, una villa coqueta y sosegada. Salpimentada de balnearios, jardines y campos de golf. Los edificios belle époque conciertan un paisaje arquitectónico que inicia el Curia Palace: un botón de la Costa Azul cosido en la chaqueta del tiempo.
El Palace posee toda la geometría de los encantos y los encuentros. Poner el pie en Curia Palace es como vivir en muchos tiempos a la vez. Se escucha de fondo una música que te lleva a los años 20, cuando fue votado este trasatlántico de la hostelería, donde para ir a sus camarotes, que son el confort en el siglo XXI, recorremos la "Avenida de las Violetas" o de "los Crisantemos".
Reúne glamour suficiente para una novela de Eric Ambler o para recordarnos que el verdadero protagonista de "Casablanca" es el avión de Lisboa. Un país neutral y una salida obligada para algunos, hace pensar en las muchas deudas que se compraron. La habitación será un testigo mudo y el hotel una terraza de secretos de la Historia Moderna.
Un espectacular espacio fílmico y literario donde el humo de la conversación es la hoguera del paisaje. Por estos pasillos anduvo el comisario Maigret. Hitchcock también. Aquí coincidí con mi colega Pedro Paixao bautizando un último libro. El "Tricicle" puso la nota bufa en más de una ocasión siendo carne de escenario. En este recinto del tiempo hay dos Instituciones: en los comedores Fernanda, el brío de la diosa Hebe y Agostinho, un hombre con la sabiduría y elegancia de un personaje de Conrad. Te servirá un porto y te sentirá un viajero que viene de muy lejos. Lord Byron y Sintra pueden esperar.