
En 1986, el Voyager se convirtió en el primer avión en dar la vuelta al mundo sin escalas y sin repostar. Casi cinco décadas después, en 2016, la aeronave de energía fotovoltaica Solar Impulse, tripulada por los suizos Bertrand Piccard y André Borschberg, daba un paso más allá: cruzaba la esfera terrestre, en un viaje de 505 días, empujada únicamente por energía fotovoltaica. Se trataba de un avión un poco más grande que un Boeing 747 y con más de 17.000 células solares.
Aquel viaje, el más largo y sin escalas de la historia, llevó al Solar Impulse a copar titulares en periódicos, telediarios y revistas de todo el mundo. Su éxito atrajo el interés de una empresa española y estadounidense, Skydweller Aero, que compró el prototipo y su propiedad intelectual.
En realidad, la aeronave tenía más que ver con la energía que con la aviación, pues se desarrolló en un momento en el que las renovables necesitaban ser promocionadas. Además, hasta hoy, hablamos de un avión en el que no tienen cabida los vuelos comerciales, debido a su velocidad y capacidad.
Skydweller Aero trabajó en el prototipo Solar Impulse para darle una segunda vida como un "pseudosatélite", capaz de hacer el trabajo de un satélite en órbita, pero más flexibilidad y sin huella de carbono. De ahí nació el modelo Skydweller, sin necesidad de tripulación, equipado con placas solares, una célula de combustible de hidrógeno verde y baterías de alta capacidad, para almacenar la energía excedente producida en las horas de luz y utilizarla en la noche.
El proyecto tiene 72 metros de envergadura y un peso de tan solo 2.500 kg (algo así como dos coches). Vuela a media altitud (máximo de 13.500 metros) y alcanza la velocidad de un crucero (45-90 km/h). Puede desempeñar muchas funciones. Por un lado, detecta objetivos marítimos a larga distancia, actuando como hub multisensor para salvamento en el mar, y sus múltiples sistemas pueden situarse para formar una "barrera inteligente (ISR)", con monitorización 24/7 del tráfico dentro de un área específica extensa.
También interviene en la protección del medio ambiente: control de la pesca, estudios oceánicos, investigación climática y de fenómenos atmosféricos, monitorización de la calidad del aire, control de áreas forestales, localización y seguimiento de incendios, detección de actividades ilegales o levantamiento del terreno gracias a la fusión de sus sensores.
Asimismo, funciona como una torre volante de telecomunicaciones. Es más barato y provee más banda ancha por km cuadrado que otros satélites. Ofrece un servicio 5G en lugares remotos, en situaciones de emergencia o eventos multitudinarios. Puede llevar cobertura a espacios pequeños donde no alcanza la señal de las antenas. En este sentido, la empresa Skydweller Aero ha firmado un acuerdo con Telefónica para explorar soluciones de conectividad con el objetivo de que aquellas regiones que en la actualidad tienen una cobertura deficiente puedan tener acceso a banda ancha.
La compañía tiene la propiedad intelectual y sus activos en España. Además, la Junta de Castilla-La Mancha está en el capital social de su filial en el país. Su oficina de ingeniería se encuentra en Madrid y su cuartel general para la manufactura y pruebas de vuelo se ubica en Valdepeñas (Ciudad Real). En Albacete también tiene un centro de pruebas de vuelo temporales. En total, emplea 120 personas en España y 20 en EEUU.
Tras el éxito de las pruebas en Valdepeñas y Albacete, la firma iniciará ahora una campaña con Estados Unidos y Francia en el Caribe. Por el momento, se encuentra en búsqueda de nueva financiación y en la exploración de clientes. Eso sí, ya ha captado el interés de firmas como Telefónica, Cellnex, Elecnor, la multinacional italiana Leonardo o las españolas Aernnova o Tecnobit-Grupo Oesía, así como del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), el Centro Nacional del Hidrógeno, el Departamento de Defensa de Estados Unidos, el Ministerio de Defensa de España, el de Francia y el de Luxemburgo, entre otros.