Tecnología

La burbuja tecnológica se desinfla lentamente sin una revolución alternativa en el horizonte

  • Parece difícil que se repita un nuevo iPhone o un nuevo Facebook
  • Los unicornios ya no son lo que eran y muchos son vendidos

¿Se acuerdan cuando Twitter salió a bolsa? Por aquel entonces, mediados de noviembre de 2013, el jilguero de los 140 caracteres se postulaba como uno de los niños mimados de la revolución web 2.0. Cuando su consejero delegado, Dick Costolo, y uno de sus fundadores, Jack Dorsey, observaban el campanazo que posteriormente convertía a esta red social como una compañía pública, bajo el exhaustivo escrutinio del mercado, sus acciones comenzaban a cotizar en el entorno de los 41 dólares. No mucho más tarde, el 3 de enero de 2014, llegaron a alcanzar un máximo de 69 dólares por título. Una euforia que se ha desinflado considerablemente si tenemos en cuenta que sus acciones han perdido casi un 60% de su valor y la compañía viene a costar poco más de 12.000 millones de dólares.

En aquel momento, el entusiasmo generado años atrás por el nacimiento de las redes sociales como Friendster o MySpace, se convirtió en la nueva revolución online, gracias a Facebook, la compañía de Mark Zuckerberg, que logró comerse un mercado donde la mayor parte de sus competidores directos no lograron sobrevivir.

Con el apoyo de inversores de la guarda como Peter Thiel o Sean Parker, cofundador de Napster, la red social se ha convertido en un buque tecnológico con una capitalización de más de 378.340 millones de dólares que ha visto como sus títulos se han revalorizado más de un 240% desde su estreno en bolsa el 25 de mayo de 2012.

De aquella oleada también nació LinkedIn, la red social de contactos profesionales ideada por Reid Hoffman, y otras compañías cultivadas por el secretismo del mercado privado y el capital de riesgo donde sólo determinados inversores tenían acceso a las acciones de muchas de estas entidades antes de que comenzasen a cotizar en bolsa.

Industria de oro con el iPhone

Algo que hinchó los precios y que en muchos casos sentó la base para un cambio regulatorio que ha seguido fomentando el aumento de precios de muchas startups sin que estas tengan que cotizar públicamente. La Ley JOBS (Jumpstart Our Business Startups Act) aprobada el 5 de abril de 2012 relajó las condiciones por las que las pequeñas compañías y los emprendedores pueden captar capital o incluso explorar su salida a bolsa sin necesidad de dar a conocer sus intenciones públicamente.

Hasta entonces, cualquier compañía con más de 500 inversores estaba obligada a presentar sus cuentas a la Comisión de Mercados y Valores (SEC, por sus siglas en inglés) independientemente de si cotizaba o no en bolsa.

Al mismo tiempo, pesos pesados de la industria, véase Apple, vivían su edad de oro gracias al iPhone, un producto que por entonces ya contaba con su quinta generación, y al iPad, en su tercera generación. Dos gadgets, que como ya hicieron previamente Internet o el ordenador personal, cambiaron la forma de interactuar de los consumidores y que obligaron tanto a Facebook como Twitter o LinkedIn a adaptarse a marchas forzadas a los formatos móviles.

Desde entonces, los smartphones, abanderados primero por la de Cupertino y más tarde canibalizados por otros fabricantes, como la surcoreana Samsung, han permitido el desarrollo de nuevos negocios de la mano de las aplicaciones, la geolocalización y los servicios móviles.

Un hecho que ha contribuido a cambiar la dinámica y el engranaje de Silicon Valley (o cómo funcionan las pequeñas y medianas compañías tecnológicas así como se financian). La capital estadounidense de la tecnología ha generado una nueva generación de multimillonarios, como Zuckerberg, que en estos momentos se postula como el quinto individuo más rico del mundo según el Bloomberg Billionaire Index, con una fortuna de 56.700 millones de dólares.

A Dorsey o Hoffman tampoco les ha ido mal pese a que sus respectivas compañías hayan tirado por derroteros bien distintos a los de Facebook. Si la red social más grande del mundo supo diversificar sus negocios con compras agresivas como Instagram o WhatsApp, LinkedIn ha acabado en manos de Microsoft, previo pago de 26.000 millones de dólares, y Twitter continúa su travesía por el desierto.

En busca de una nueva revolución

Aún así, este ansia por cazar la próxima revolución tecnológica que siente la base para desarrollar nuevos mercados y plataformas, bien sean los wearables, la inteligencia artificial o cualquier otro aspecto aún por descubrir, ha generado una burbuja que no sólo se aprecia en Silicon Valley o San Francisco, donde los precios medios de una vivienda llegaban a rondar los 2 millones de dólares, sino también en las valuaciones que la última generación de compañías han ido acumulando durante los últimos años.

Los conocidos como unicornios, entidades con un valor que supera los 1.000 millones de dólares, según la financiación captada del capital de riesgo y otros inversores institucionales, entre otras fuentes, alcanza en estos momentos alrededor de 176 compañías en todo el mundo, según la consultora CB Insights, con un valor total aproximado de 628.000 millones de dólares.

Salvo contadas excepciones, como Uber, Xiaomi, Didi o Airbnb, compañías cuyo valor en el mercado privado oscila entre los 68.000 millones de dólares y los 30.000 millones de dólares, el atractivo de estas compañía respaldadas por capital de riesgo parecen no ser ya tan apetitosas para posibles compradores, especialmente por sus elevadas valoraciones.

Al mismo tiempo, compañías de hardware como Jawbone o Fitbit, que se estrenó en bolsa en junio del año pasado y cuyas acciones han perdido un 56% de su valor, no han conseguido marcar una diferencia abismal que logre a sus productos transformar el mercado, como lo hizo el iPhone. En un momento en que la venta de smartphones se estanca, sobre todo en las economías avanzadas, es difícil adivinar cuál será la próxima tendencia que cambiará el consumo de forma masiva.

Muchas empresas, además, están viendo como sus valoraciones van cayendo. Según la firma de análisis CB Insights, desde 2015 hasta 80 startups han aceptado valoraciones más bajas en sus rondas de financiación que en las inmediatamente anteriores.

De ahí que durante los últimos meses, algunos unicornios com Jet.com hayan optado por ser comprados por compañías tradicionales, como es el caso de Walmart, que desembolsó 3.000 millones de dólares por esta startup para seguir compitiendo con Amazon. Incluso empresas como One Kings Lane han aceptado ser compradas por las compañías que se suponía que iban a reemplazar, en este Bed, Bath & Beyond. "Hay una gran cantidad de negocios que son buenos pero no sorprendentes", explica a BloombergBusinessweek Chamath Palihapitiy, fundador de Social Capital.

Compañías que no marcaran época

Aún así, muchas de estas compañías han recaudado dinero hasta no hace mucho, especialmente durante la primera mitad del año pasado, como si fueran verdaderos bastiones empresariales. En la mente de muchos está Theranos, una compañía de análisis de sangre bajo investigación criminal y que ha cesado la mayor parte de sus operaciones, que llegó a contar con un valor de 10.000 millones de dólares.

Incluso compañías como Uber o Airbnb dan algo de vértigo. Uber con un valor a puerta cerrada de 68.000 millones de dólares, no sólo perdía del orden de 1.000 millones de dólares en la primera mitad del año sino que su precio convierte a la entidad en la empresa automovilística más cara del país, por encima del precio combinado de General Motors y Fiat Chrysler.

En el caso de Airbnb, su capitalización de mercado según sus últimas rondas de financiación alcanza los 30.000 millones de dólares, más que el valor de cualquier cadena de hoteles a nivel mundial, según señala Bloomberg. Snapchat o Snap, que prepara ya su salida a bolsa, cuenta con un valor aproximado de 25.000 millones de dólares, casi 25 veces más de lo que Facebook pagó por Instagram en 2012.

Esta situación es un arma de doble filo. O bien engorda el precio de las startups o bien impide a otros emprendedores hacerse un hueco ya que estas compañías, con amplia liquidez, incrementan el precio de oficinas, sueldos y otras operaciones que hace casi imposible que otras entidades logren innovar y abrirse paso en el mercado. "Se está materializando una estratificación", reconocía a Bloomberg, Roelof Botha, socio de la entidad de capital de riesgo Sequoia Capital.

"El botín se acumula cada vez más entre los que más tienen y eso dificulta las operaciones de otras compañías más pequeñas", advertía. En la primera mitad del año, la financiación global por parte de entidades de riesgo como Sequoia cayó casi un 60% con respecto al año pasado, según CB Insights.

Es cierto que sin una revolución tecnológica en ciernes, muchos de los unicornios más poderosos del momento no deben dejarse llevar por el auge de sus valoraciones privadas. La historia más reciente demuestra que incluso aquellos que sobrevivieron a la burbuja tecnológica a comienzos de siglo, como Yahoo, no han sabido adaptarse y monetizar nuevas tendencias. Incluso compañías de la segunda oleada tecnológica del siglo XXI, como Twitter, intentan encontrar un flotador al que acogerse para intentar sobrevivir como una compañía independiente.

Sólo aquellos que realmente lograron innovar y transformar completamente el mercado, como Apple, Amazon, Google y otras compañías veteranas como Microsoft, han sobrevivido a los vaivenes de Silicon Valley.

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