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La culpa de que las mujeres tengan frío en la oficina la tiene... un hombre

  • El modelo que recomienda los 21º se diseñó sin pensar en las mujeres

La próxima vez, ya sea en invierno o en verano, que culpe a un compañero de trabajo de que hace demasiado frío o demasiado calor en la oficina, piense mejor en el danés Povl Ole Fanger.

Este científico escandinavo fue el responsable de fijar, en los años 60 del pasado siglo, cuál debía ser la temperatura ideal en un puesto de trabajo situado en el interior de un edificio, y de sus cálculos surgió una cifra que hasta ahora apenas había sido discutida: 21ºC.

El problema con el modelo de Fanger es, tal como afirman varios científicos de la universidad de Maastricht (Países Bajos), doble. El primero, que fue calculado para una persona de unos cuarente años de edad que vistiese un traje de tres piezas: pantalón, chaqueta... y chaleco.

El segundo, y mucho más relevante, es que Fanger realizó su estimación sólo para una parte de Homo Sapiens: los hombres. Y ellos suelen tener un metabolismo más rápido que las mujeres. Eso se traduce en que sus cuerpos procesan más rápido la energía y como consecuencia disipan más calor que los de ellas.

Las mujeres, además, tienden a reaccionar con mucha más rapidez a los cambios de temperatura ambiente: cuando hace frío sus vasos capilares se contraen con más facilidad y, por tanto, son más sensibles a la temperatura ambiente.

La 'rebeca' en el trabajo

El resultado es que muchas mujeres preciben sus lugares de trabajo como entornos fríos, y cuando no tienen el control de la temperatura de la estancia donde se encuentra su puesto, con frecuencia recurren a prendas de abrigo que dejan en el trabajo precisamente con ese fin.

Para acabar con lo que algunos han bautizado como sexismo del termostato, los investigadores neerlandeses han actualizado el modelo de Fanger y han buscado una zona que sea neutral, en la que la mayor parte de las personas se sientan cómodas.

Para ello se han basado en la medición precisa de las temperaturas corporales y de la piel de mujeres situadas en una oficina, y con ellos ajustaron los datos del modelo referidos a la media metabólica de ambos sexos para encontrar un punto de equilibrio, que han fijado en 24,5ºC.

Los propios autores del estudio reconocen que aún así habrá quien discrepe -por exceso o por defecto- de su recomendación, pero en todo caso añaden una razón de peso: esa temperatura permite mejorar (teniendo en cuenta el efecto de las estaciones) el consumo de energía destinada a la climatización de oficinas y edificios residenciales, que actualmente es responsable de nada menos que el 30% de las emisiones de dióxido de carbono, el principal gas de efecto invernadero.

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