Tecnología

Inteligencia artificial para detectar el autismo: este modelo valenciano lo hace mucho más fácil

UPV

Cada año, miles de familias recorren un laberinto de consultas, listas de espera y tests psicológicos para entender por qué su hijo no reacciona como los demás. ¿Qué pasaría si una simple proyección en una habitación, sumada al poder de la inteligencia artificial, pudiera acortar ese camino y ofrecer respuestas más precisas y humanas?

Durante décadas, el diagnóstico del Trastorno del Espectro Autista (TEA) ha dependido del ojo clínico, la observación repetida y herramientas psicométricas que no siempre capturan la complejidad del comportamiento infantil. Ahora, una nueva tecnología desarrollada por el Instituto Human-Tech de la Universitat Politècnica de València promete transformar esa realidad.

Un equipo del Instituto Human-Tech de la UPV, en colaboración con Red Cenit, ha desarrollado un sistema pionero para la detección temprana del Trastorno del Espectro Autista (TEA) en niños de entre 3 y 7 años.

Este sistema combina entornos de realidad virtual (VR) con inteligencia artificial (IA), alcanzando una precisión superior al 85 %, mejor que los métodos convencionales basados en entrevistas y tests manuales.

A través del análisis de biomarcadores motores y de la mirada, este sistema permite estudiar reacciones naturales y mejorar la estandarización diagnóstica. El modelo de IA utilizado, desarrollado por los investigadores Alberto Altozano y Javier Marín, se basa en aprendizaje profundo y ha demostrado un rendimiento superior.

La investigación, fruto de ocho años de colaboración con Red Cenit, destaca también la relevancia de los patrones motores como biomarcadores clave, ofreciendo nuevas posibilidades de estudio de la sintomatología motora del autismo.

Un entorno virtual que revela verdades reales

T-EYE, como se llama el sistema, funciona así. La escena parece salida de un experimento futurista: una habitación oscura, una pantalla de gran formato, un niño jugando en un entorno virtual que imita un parque, una escuela o una casa. Nada parece fuera de lo común, salvo por una cámara discreta que lo observa todo.

Esa cámara registra con precisión milimétrica los movimientos, gestos y direcciones de la mirada del menor. Mientras juega, la inteligencia artificial analiza patrones de comportamiento en tiempo real, buscando señales que han pasado desapercibidas en consultas convencionales.

Según Mariano Alcañiz, director del Instituto Human-Tech, "el uso de la realidad virtual permite utilizar entornos reconocibles que generan respuestas realistas y auténticas, imitando la forma en que los niños interactúan en su día a día. Esto supone una mejora significativa respecto a las pruebas de laboratorio, en las que las respuestas suelen ser artificiales. Con la realidad virtual, podemos estudiar reacciones más genuinas y comprender mejor la sintomatología del autismo"

Una inteligencia artificial que aprende de cada gesto

El núcleo del sistema reside en un modelo de aprendizaje profundo entrenado para reconocer indicadores tempranos del TEA. Este algoritmo ha sido desarrollado por los investigadores Alberto Altozano y Javier Marín, y ha demostrado una capacidad superior para detectar patrones motores atípicos y desviaciones en la atención visual.

Durante la experiencia en realidad virtual, el niño no necesita responder preguntas ni interactuar con adultos. El sistema detecta, procesa y establece un diagnóstico con una precisión que supera el 85 %. Esto no solo reduce el margen de error, sino que elimina parte del sesgo inherente al juicio humano.

Además, la estandarización que permite la tecnología virtual convierte este método en una herramienta más asequible y fácil de implantar. Solo se requiere una pantalla grande y una cámara comercial, sin necesidad de dispositivos costosos o infraestructura compleja.

Una de las contribuciones más innovadoras del estudio ha sido poner en primer plano los patrones motores, históricamente relegados en los procesos de diagnóstico del TEA. La investigadora Eleonora Minissi, en su tesis doctoral, ha demostrado que estos biomarcadores, como la forma de caminar, manipular objetos o responder ante estímulos visuales, son tan o más efectivos que los indicadores de atención social.

En lugar de enfocarse únicamente en la mirada o la comunicación verbal, este sistema presta atención al cuerpo. A cómo se mueve, cómo responde, cómo interactúa con un mundo que no distingue si es real o simulado.

La facilidad para capturar estos datos y su relevancia diagnóstica podrían dar lugar a nuevas líneas de estudio centradas en la dimensión motora del autismo. Como sugiere el equipo investigador, se podrían analizar aspectos como la forma en que caminan los niños o cómo gesticulan al hablar, ampliando el campo clínico con un enfoque más integral y menos invasivo.

Ocho años para llegar al juego que diagnostica

El sistema no nació de la noche a la mañana. Su desarrollo ha sido el resultado de ocho años de colaboración entre la UPV y el centro Red Cenit, una institución especializada en desarrollo cognitivo.

Durante este tiempo, el equipo ha validado el sistema con cientos de niños, ajustando las variables del entorno virtual y perfeccionando el algoritmo. No se trata solo de detectar el TEA, sino de hacerlo a edades en las que la intervención temprana puede cambiar por completo la trayectoria vital de un niño.

Los entornos semiinmersivos utilizados -proyecciones realistas en una habitación convencional- han permitido democratizar el acceso a una tecnología que antes parecía reservada a laboratorios de élite. El resultado es una herramienta flexible, económica y eficaz que puede integrarse en centros escolares, espacios de atención temprana o consultas pediátricas.

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