
En los años 40, Estados Unidos lideró el Proyecto Manhattan con la esperanza de ganar la Segunda Guerra Mundial mediante el desarrollo de la bomba atómica. Lo que no previeron sus arquitectos fue que, décadas después, su legado daría lugar a una carrera armamentista que mantendría al mundo al borde de la aniquilación durante la Guerra Fría. ¿Estamos a punto de repetir la historia, pero con la inteligencia artificial?
Hoy, la idea de un "Proyecto Manhattan" para la inteligencia artificial general (AGI) resuena con fuerza en Washington, con Sam Altman y otros líderes encontrando sinergias con Donald Trump en el denominado 'Proyecto Stargate'.
La promesa es clara: garantizar la supremacía estadounidense en una tecnología que puede definir el futuro del poder global. Pero algunos expertos, entre ellos Eric Schmidt, exCEO de Google, advierten que este camino podría llevar al mundo a un conflicto aún más peligroso.
El informe "Superintelligence Strategy", publicado por Schmidt y otros líderes del sector, desafía la narrativa de que EE.UU. debe ser el primero en desarrollar una IA superinteligente a cualquier coste. En su lugar, proponen una estrategia defensiva: disuadir a otras potencias de avanzar demasiado rápido en este campo y garantizar mecanismos para evitar que la AGI caiga en manos equivocadas.
El riesgo de un Proyecto Manhattan para la IA
Uno de los puntos clave del informe es que una apuesta unilateral por la AGI podría provocar respuestas agresivas de China. Los autores sugieren que, si EE.UU. intentara monopolizar la tecnología, Pekín podría interpretar esto como una amenaza existencial y responder con ciberataques o medidas similares.
La comparación con las armas nucleares no es casualidad. En la Guerra Fría, el equilibrio de poder se basó en la destrucción mutua asegurada (MAD, por sus siglas en inglés): si un país atacaba con armas nucleares, el otro tenía la capacidad de responder con igual fuerza, lo que disuadía su uso. Schmidt y sus coautores aplican esta lógica a la IA con el concepto de Mutual Assured AI Malfunction (MAIM), una estrategia en la que los países podrían intervenir para evitar que sus adversarios desarrollen IA peligrosas.
Esto supone un cambio importante en la narrativa habitual sobre la IA. En lugar de competir a toda velocidad por la AGI, los expertos sugieren que EE.UU. debería fortalecer su capacidad de respuesta ante amenazas cibernéticas y de IA. Esto incluiría medidas como:
- Desarrollar herramientas de ciberseguridad avanzadas para desactivar IA potencialmente peligrosas en otros países.
- Limitar el acceso de adversarios a hardware y modelos de IA avanzados, dificultando su progreso en este campo.
- Establecer acuerdos internacionales que regulen el desarrollo y uso de la AGI, evitando una carrera descontrolada.
Entre "Doomers" y "Ostriches": un nuevo enfoque para la inteligencia artificial
El debate sobre la AGI ha dado lugar a dos posturas extremas:
- Los "doomers": creen que la AGI es inherentemente peligrosa y que el mundo debería ralentizar su desarrollo para evitar catástrofes.
- Los "ostriches" (avestruces): piensan que la AGI traerá enormes beneficios y que detener su avance es una tontería.
Schmidt y sus coautores rechazan ambas posturas y proponen un enfoque intermedio: aceptar que la AGI es inevitable, pero asegurarse de que se desarrolle de forma segura. Para ello, sugieren que EE.UU. adopte un papel de regulador y disuasor, en lugar de simplemente intentar ser el primero en alcanzar la AGI.
Esta visión contrasta con el enfoque del gobierno de EE.UU., que en los últimos meses ha apostado abiertamente por liderar la carrera de la IA. Desde el Congreso hasta la Casa Blanca, muchos ven la AGI como un arma geopolítica que debe ser controlada a toda costa.
¿Puede EE.UU. evitar una nueva Guerra Fría de la IA?
El informe plantea una cuestión crucial: ¿Es posible evitar que la inteligencia artificial se convierta en una fuente de conflicto global? Si bien Schmidt, Wang y Hendrycks defienden un enfoque más prudente, la realidad es que la carrera por la IA ya ha comenzado. China, Europa y otras potencias tecnológicas están invirtiendo miles de millones en el desarrollo de modelos avanzados.