
Es 1865. El poderío económico británico parece no tener fin. Londres se ha convertido en la potencia europea dominante, desbancando a la Francia napoleónica. Su industria se extiende desde Plymouth hasta Newcastle, alimentado por las ricas colonias en Canadá, Australia y la India, la Joya de la Corona Británica. En el mismo año en que los movimientos obreros comenzaban a movilizarse en la Primera Internacional, en que Lewis Carroll publicaba Alicia en el país de las maravillas y en que la Pax Britannica prometía un período de esplendor, un joven economista de Liverpool alerta sobre el fin del dominio de Londres por la misma causa de su esplendor: el carbón. Siglo y medio más tarde, el CEO de una de las multinacionales más importantes del planeta rescata sus ideas para explicar qué está pasando con la inteligencia artificial y calmar al mercado y a sus inversores.
William Stanley Jevons publicó en 1865 un tratado en el que analizó la extrema dependencia que tenía el Imperio británico de su fuente de energía principal. El carbón llevaba décadas utilizándose como combustible de las máquinas de vapor que estaban propagándose por toda las ciudades inglesas. De hecho, conforme mejoraba la eficiencia de la extracción, cuanto más carbón había disponible a un precio cada vez más bajo, y a medida que la reducción de barreras regulatorias permitían acceder más fácilmente a esta materia prima, más carbón se compraba. ¿Cómo es posible si el sentido común incide en que debería haber un límite? Esta es la paradoja de Jevons.
El economista británico se dio cuenta de que, conforme el progreso técnico o las políticas económicas mejoran la eficiencia de una materia prima o una herramienta que incide en la capacidad de fabricar bienes, aumenta la demanda de dicha materia prima o herramienta. Este efecto económico, aparentemente contraintuitivo, lleva a que el consumo final de la materia prima sea cada vez mayor por una colección de razones que se alimentan entre sí:
- La mejora de la eficiencia permite fabricar más bienes con el mismo consumo de fuentes, lo que incrementa los ingresos.
- El progreso técnico permite obtener más materias primas por el mismo coste, lo que reduce su precio.
- Al haber más ingresos y reducirse el gasto, se puede reinvertir el excedente en aumentar la producción.
- Otros actores que no podían acceder a la materia prima por el alto coste inicial comienzan a consumirlo, lo que aumenta la demanda total de dicha materia prima.
La paradoja de Jevons sirve como teoría económica que explica gran parte de la Era Industrial, especialmente en el papel de las fuentes energéticas de una economía. Ahora algunos analistas la están rescatando para predecir el comportamiento económico de la inteligencia artificial.
La caída de Nvidia explicada por Jevons
Si en el siglo XIX la fuente de energía principal fue el carbón y en el XX fue el petróleo, en el siglo XXI es probable que sea una colección de insumos: hidrocarburos, tecnología nuclear, energías renovables, etc. La paradoja de Jevons se puede aplicar a la mayoría de dichas fuentes energéticas: la bajada del precio de las placas solares y una regulación favorable lleva a su expansión en viviendas y oficinas; la construcción de reactores modulares deviene en un incremento de la demanda de tecnología nuclear...
La inteligencia artificial, como factor productivo, podría tener un papel similar. O al menos eso es lo que creen personas como Satya Nadella, CEO de Microsoft. Nadella rescató a Jevons el mismo día que se produjo el 'piñazo' bursátil que se dieron la mayoría de las Siete Magníficas y otras tantas empresas (incluida energéticas) ante la presentación del nuevo software de DeepSeek, que emplea menos recursos que la competencia estadounidense. "A medida que la IA se vuelva más eficiente y accesible, veremos que su uso se disparará y se convertirá en un producto de consumo del que no nos cansaremos", dijo en su perfil de X el lunes.
Las palabras del ejecutivo de Microsoft, coincidentes con el desplome en bolsa, y a tres días de presentar los resultados de la compañía tecnológica buscaban aliviar a un inversor que duda del rendimiento de la IA. La revolución que supone DeepSeek es que la inteligencia artificial no demandará tantos recursos. Por lo que, a la postre, el efecto Jevons conllevará un incremento del consumo de IA. Esto implicará más ingresos para las empresas tecnológicas (incluido Microsoft) y más rentabilidad para sus inversores, los accionistas.
¿Es cierto lo que dice Nadella? La teoría económica avala que, conforme mejora el progreso técnico de la inteligencia artificial, esta se vuelva más accesible: empleará menos energía y agua, y será más barata de utilizar. Ahora bien, lo que no está claro es cuánto impacto tendrá la IA en la economía real y si habrá un techo en su consumo. El propio Jevons alertó, en parte, de los riesgos de su dependencia. Un aviso para las Siete Magníficas.
La segunda lectura de la paradoja de Jevons
El libro en el que Jevons desarrolla su famosa teoría se titula La cuestión del carbón: una investigación sobre el progreso de la Nación, y el agotamiento probable de nuestras minas de carbón. El subtítulo aventura cuál era la preocupación del economista británico.
Jevons alertó de que la fuerte dependencia del Imperio británico del carbón podría suponer su perdición. "En una mina no hay reproducción, y el producto, una vez llevado al máximo, pronto comienza a faltar y se hunde hacia cero. Mientras nuestra riqueza y el progreso dependan de la orden superior de carbón, no sólo tenemos que detenernos, sino que tenemos que volver", escribía en su libro.
La predicción del joven Jevons se cumplió: para los albores de la Primera Guerra Mundial, Reino Unido alcanzó su pico de extracción de carbón. Los conflictos globales y el desarrollo de nuevas fuentes de energía llevaron a la decadencia del Imperio británico en detrimento de otras superpotencias. La inteligencia artificial, en este sentido, puede suponer el "carbón" del siglo XXI y alcanzar un techo en su consumo y en su capacidad de mejorar el bienestar económico y social. Aquí el perdedor no sería el Imperio británico, sino una colección de compañías tecnológicas, con Nvidia a la cabeza, que están poniendo todos los huevos en la misma cesta.