En el argot periodístico, se tilda de 'piscinero' al informante que alegremente difunde supuestas noticias sin la debida confirmación o verificación. Esas prácticas suelen resultar letales para la credibilidad del profesional y de su medio en el supuesto de que no exista agua capaz de amortiguar el chapuzón de una simple conjetura. En la inteligencia artificial de ChatGPT ocurre algo parecido a los dudosos hábitos de ciertos medios de comunicación.
Con harta frecuencia, las respuestas del prodigio de OpenAi se muestran revestidas de aparente verosimilitud, pero más falsas que el fuera de juego en un futbolín. Se inventa hechos, desliza bulos, comete errores de bulto y suspende en matemáticas cada dos por tres. Basta con un simple gazapo del algoritmo para cuestionar la confiabilidad del conjunto. Ante esa sospechosa realidad, proliferarán los verificadores de la herramienta cognitiva, todos ellos agrupados en nueva profesión. ¿Es verdad lo que dice la máquina? Se preguntarán a todas horas en búsqueda de una mancha, en espera de que surja una inteligencia artificial capaz de examinar la veracidad de sus iguales.
Los dueños de ChatGPT son los primeros interesados en que la tecnología crezca sana, fuerte y segura, sin convertirse en fuente inagotable de falsedades. Así se entiende que ofrezca recompensas para todos aquellos que reporten errores, desde 200 dólares (180 euros), para hallazgos de baja gravedad o de 20.000 dólares (180.000 euros), para casos excepcionales. "Creemos que la transparencia y la colaboración son cruciales para abordar esta realidad. Es por eso que invitamos a la comunidad global de investigadores de seguridad, piratas informáticos éticos y entusiastas de la tecnología para que nos ayuden a identificar y abordar las vulnerabilidades en nuestros sistemas".
Las respuestas del prodigio de OpenAi se muestran revestidas de aparente verosimilitud, pero son más falsas que el fuera de juego en un futbolín
El asunto también preocupa a los Gobiernos, ahora preocupados por el crecimiento de una criatura capaz de hacer este mundo un lugar indigno de confianza. Italia, Alemania y Estados Unidos ya han puesto la lupa en el asunto, a los que esta semana se ha sumado España de la mano de la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD). Este organismo, en uso de sus facultades, ha iniciado de oficio actuaciones previas de investigación a la empresa estadounidense OpenAI, propietaria del servicio ChatGPT, por un posible incumplimiento de la normativa. El debate está servido, alentado desde la AEPD, ante la necesidad de emprender acciones coordinadas en el ámbito europeo en salvaguarda del Reglamento General de Protección de Datos. Por lo pronto, se ha creado un grupo de trabajo para impulsar la cooperación y el intercambio de información entre las diferentes entidades homólogas en estos asuntos. "Sólo desde ese punto de partida puede llevarse a cabo un desarrollo tecnológico compatible con los derechos y libertades de las personas", sentencian desde el defensor español de la privacidad.
La Oficina italiana para la Protección de Datos Personales decidió el bloqueo "con efecto inmediato" de ChatGPT por no respetar la ley de protección de datos, ante una posible fuga de información sensible, incluidos datos de pago. En Estados Unidos, Biden ha puesto bajo sospecha estas prácticas y se plantea exigir un certificado previo al lanzamiento de este tipo de productos para evitar la desinformación y las 'fake news'.
Por otra parte, la inteligencia artificial conversacional de Google, bautizada Bard, prefiere andar con pies de plomo frente a los patinazos de ChatGPT. Por lo pronto, el gigante de Mountain View ha encendido sus servicios sólo en Estados Unidos y Reino Unido, para así probar los fallos antes de propagarlos con la instrucción de ofrecer respuestas de alta calidad, con cuidado especial cuidado para que la bicha se nutra de contenidos fiables, públicos y libres de derechos de autor.
En cualquier momento, los reguladores podrían impedir a ChatGPT el acceso a datos protegidos, lo que sería funesto para el invento. Además, Bard suma más de mil millones usuarios del buscador, mientras que los servicios de Open Ai apenas alcanzan los 100 millones de usuarios. Por si fuera poco lo anterior, Google brinda respuestas actualizadas, gracias a los sistemas de rastreo permanentes de Internet, mientras que la primera versión de ChatGPT desconoce lo que sucedió a partir de 2022.