
Experto en la gestión de calidad de la sanidad y fundador del Institute for Healthcare Improvement, una organización sin ánimo de lucro dedicada a mejorar la calidad de los sistemas sanitarios a escala mundial, el doctor Donald Berwick participó el pasado 28 de mayo en el Segundo Seminario Internacional de Seguridad del Paciente y Excelencia Clínica, organizado por el Grupo IDCsalud-Quirón.
Ha sido asesor de los presidentes Bill Clinton y Barack Obama y es uno de los grandes impulsores de la llamada Triple Meta, que plantea tres dimensiones para optimizar los sistemas de salud: mejorar la salud de la población, mejorar la experiencia de cuidado del paciente y reducir el coste del sistema sanitario.
Defiende en esta entrevista que no hay que invertir más en salud, sino que hay que estudiar primero cuánto se malgasta para hacer frente a retos actuales como el acceso a la innovación.
¿Cuál debería ser el primer paso para hacer más eficientes los sistemas de salud?
En mi opinión, el paso más importante es centrarse en la calidad. La atención sanitaria no es como cualquier otra industria. Cuando te centras en las necesidades de los pacientes que estás atendiendo, reduces costes. Eso significa transparencia, tienes que medir lo que haces, lo que la gente quiere y necesita para continuar mejorando.
¿Por qué resulta tan difícil adoptar este enfoque en la sanidad?
La atención sanitaria está construida en fragmentos: médicos, enfermeras, hospitales, clínicas, farmacias; construimos a partir de pequeñas piezas que no están optimizadas, lo que hace muy difícil centrarse en el conjunto y romper esta dinámica. Tenemos además sistemas de pago fragmentados, cada uno es retribuido por lo que hace sin pensar en una atención continuada.
Y para lograr un sistema más integrado, ¿necesitamos ampliar las funciones que desempeñan los profesionales?
Hay rediseños de atención muy eficaces utilizando telemedicina, equipos de base. Pero sí, necesitamos tener una mentalidad más abierta sobre el papel de los profesionales.
¿Han calculado el dinero que se malgasta en la sanidad?
Hemos calculado seis categorías de derroches analizando el sistema americano en tratamientos o medicamentos que no se necesitan o no son apropiados; en atenciones que no son correctas desde el punto de vista científico, lo que provoca que los pacientes empeoren; en seguridad, cometiendo errores que provocan muchos daños personales; en costes administrativos excesivos, que fuerzan a la gente a someterse a chequeos que no ayudan para nada; en precios excesivos; y una última categoría que es el fraude al sistema. Cuando sumamos estas seis categorías, la media es que el 34% del gasto sanitario se malgasta, uno de cada tres dólares.
¿No se trataría entonces de invertir más en sanidad, sino mejor?
Yo creo que con la media de la Ocde -10-11% del PIB- se puede lograr una atención satisfactoria, sin llegar a reducir prestaciones; más gasto no sería conveniente.
¿Cómo deberían afrontar los gobiernos el acceso a una innovación que reclama precios muy elevados?
La respuesta más simple es que para ser capaces de financiar los nuevos tratamientos que sean eficaces tenemos que trabajar duro en el resto del sistema y eliminar las ineficiencias del sistema; ahorrar dinero de un sitio y ponerlo en el otro. La segunda respuesta es que necesitamos saber qué tecnologías, qué innovaciones ayudan y cuáles no, porque muchas no aportan nada. Fijar presupuestos globales puede contribuir en las negociaciones, pero como en cualquier país necesitamos forzar una bajada de los precios a través de la competencia del mercado.
Creo que podemos encontrar una solución, aunque si continuamos tolerando derroches como los actuales no vamos a poder financiar las nuevas innovaciones.
En España, Gobierno y patronales están negociando un límite de gasto vinculado al crecimiento del PIB. ¿Qué le parece esta solución?
Eso sería razonable. Con gastos en torno al 10-11% del PIB es suficiente; si la economía crece, el gasto sanitario lo hace, es razonable.
Pero el gasto total español está en el 9% y el Gobierno quiere reducir el público por debajo del 6%.
¿Y de dónde viene el resto del dinero?
Es aportación privada.
Creo que hay suficientes pruebas de que forzar a los ciudadanos a pagar más de su bolsillo no es una buena política. Esta creencia está muy arraigada, pero creo que es un mito pensar que así se hace un mejor uso de los recursos públicos.
¿No se logra entonces con el copago un mejor uso o más responsable de los servicios?
No hay ninguna evidencia. Se trata de una cuestión de costes y no de responsabilidad. El copago es una medida regresiva, porque cuando se pide pagar más a los pacientes, los ciudadanos más pobres resultan más perjudicados.
¿Están los ciudadanos preparados para comparar y elegir a profesionales u hospitales según sus resultados de actividad?
No es el camino. Soy un defensor a ultranza de la transparencia, pero no veo que sirva para que los pacientes cambien sus elecciones mucho más; quizás ofrece un margen, pero hay un caso conocido en el Estado de Nueva York, que cuando se publicaron los resultados de cirugía de los hospitales, los centros con peores resultados hicieron más negocio.
Creo que las personas están muy ocupadas como para leer informes sobre índices hospitalarios y tomar decisiones. Pero, desde el punto de vista de mejorar, la transparencia no es que sea una buena idea, sino que es la clave.
Por último, ¿qué experiencias o reformas considera más valiosas para reducir los costes de la sanidad?
La transparencia, centrarse más en los pacientes y darles más poder para decidir participar en organizaciones e instituciones. Creo que una pequeña idea sería, para este país y para cualquier otro, el estudio del dinero que se malgasta, porque es un serio quebradero de cabeza; no financiar actividades que no aportan valor sería muy importante y una vez que el presupuesto es global podemos estar más atentos al buen uso de sus recursos.