Como diría el crupier de cualquier casino, para Grifols no va más. A la compañía se le ha acabado el rédito y ahora solo valen las decisiones de calado. Prueba de ello es que los dos anuncios emitidos en apenas una semana, prometiendo mayor gestión (cambios drásticos tanto en la cúpula como en el frente de áreas de negocio claves) y transparencia (regreso a la presentación de resultados trimestrales) apenas han tenido efecto en los mercados. De hecho, el Ibex, en pleno día de subidas generalizadas, por encima del 3%, dejó prácticamente plano el valor de la farmacéutica catalana.
Steven F. Mayer no tendrá tiempo alguno para un supuesto aterrizaje. Tampoco lo necesita, lleva dentro del Consejo de Administración de la compañía desde hace más de una década y posee un gran currículo para enderezar el rumbo. Ahora hacen falta decisiones de calado y valientes para devolver el crédito a una compañía que desde que estalló la pandemia no levanta cabeza y desde que comenzó el presente año ha perdido el 46% de su valor en bolsa. Eso sí, tiene una posición delicada ya que, si bien es el presidente ejecutivo, no es menos cierto que la familia Grifols mantiene a dos consejeros delegados al frente de la farmacéutica. La compañía habla de trabajar codo con codo, pero habrá que ver cómo se desarrolla.
La tarea prioritaria es reducir la deuda que asola a la farmacéutica: casi 9.000 millones de euros, según se comunicó en los resultados semestrales de este año. Para ello hay dos vías que se complementan. Por un lado, aumentar los ingresos, algo plausible viendo la recuperación del mercado del plasma. También ayudará la simbiosis que se establezca tras la compra de Biotest.
De hecho, esta compra, valorada en unos 2.000 millones, es una de las últimas decisiones de Grifols que pueden considerarse erróneas, no tanto por la operación en sí, sino por el momento de acometerla. Es cierto que, a veces, las oportunidades simplemente se presentan y desaparecen, pero también lo es que Grifols no estaba en sus mejores momentos. La otra decisión gestora que ha resultado nefasta es el dinero (1.000 millones de dólares) proveniente del Fondo Soberano de Singapur, un montante que se vendió como inyección de capital para reducir deuda y ha pasado a engordarla.
Pero volvamos a las decisiones de Steven F. Mayer. Además de ingresar más, tendrá que vender o reestructurar parte de la compañía o ir a los mercados en busca de una ampliación de capital. Esta segunda opción fue descartada por Grifols el Día del Inversor, pero la idea sigue sobrevolando el ambiente. Sea cual sea la decisión, en la sombra se esconde otro problema. Todas las decisiones que sean acertadas y que consigan reducir la deuda del grupo farmacéutico deberían tener un impacto de calado en el mercado. Si no ocurriese tal cosa, una compañía que aumentase ingresos y beneficios y que, además, redujera su mayor problema comenzaría a ser opable.
Pero, ¿hay novias en el mercado de hemoderivados? "Nuestros principales competidores son Takeda, CSL Behring y Octapharma, y algunos tienen recursos financieros significativamente mayores que los nuestros", decía Grifols en un informe de riesgos presentado ante la SEC, el regulador bursátil estadounidense. Es decir, novias hay, aunque eso no quiera decir a día de hoy nada definitivo. Las compañías citadas también complican el desarrollo de los ingresos en Estados Unidos de Grifols, tal y como reconoció la compañía.
Como telón de fondo, Mayer tendrá también un problema añadido: el tiempo. No es igual maniobrar ahora que hace un año, cuando los problemas comenzaron a aparecer. Ahora, todo está más condicionado por el valor bursátil de la compañía. En octubre de 2021, la acción cotizaba en el entorno de los veinte euros; ahora lo hace a nueve. La llegada del experto en mercados de capitales es, quizá, uno de los últimos tratamientos que tiene la farmacéutica para salir de la UCI.