
La historia de Víctor Grifols Roura al frente de la farmacéutica más famosa de España ha estado marcada por el auge internacional de la compañía, pero ha acabado con una importante crisis de deuda que aún está por solucionar. Cierto es que en una balanza los logros superan a los errores, pero cuando estos últimos marcan el final de una época profesional, su dimensión se ve sobredimensionada por el peso que otorga el presente. Grifols es hoy lo que es en gran parte al directivo que hoy mismo anunció su jubilación, con todo lo que ello conlleva.
Pongamos la máquina del tiempo a principios de la década de los setenta. Fue precisamente hace unos cincuenta años cuando Víctor Grifols Roura comenzó a trabajar en la farmacéutica de hemoderivados. Su primer puesto fue de director de Exportaciones, un cargo que vista su trayectoria le debió marcar. Durante unos diez años se dedicó a peinar mercados, conocerlos, estudiarlos... hasta el punto en el que cuando obtuvo poder ejecutivo se convirtieron en su obsesión profesional para la farmacéutica.
Corría el año 1987 cuando Víctor alcanzó la cima de la compañía que habían fundado sus antecesores. Fue a partir de ese momento cuando la visión del hasta la fecha Presidente de Honor comenzó a grabarse en las acciones de la compañía, si bien los comienzos fueron bastante tímidos. Tendrían que pasar catorce años para el primer hito de calado en su mandato. A comienzos de siglo la farmacéutica salió a bolsa pero fue cinco años después donde el directivo firmó la operación que cambió definitivamente la dimensión de la compañía. En 2011, Grifols Roura diseñó su hazaña más decisiva: la adquisición de Talecris Biotherapeutics. La audaz compra –Talecris era una compañía más grande que Grifols– catapultó instantáneamente a la compañía como líder internacional de la industria del plasma.
A partir de ese momento, Grifols se convirtió en la farmacéutica de referencia en España, aunque el éxito también hay que saber gestionarlo y aquí es donde se encuentran más sombras que luces.
Pero antes de avanzar en lienzos marcados por el claroscuro, hay que recordar otra operación de calado que aumentó la dimensión de la farmacéutica. En 2014, Grifols Roura convirtió a la compañía en un actor global clave en el sector del Diagnóstico tras adquirir la unidad de negocio de medicina transfusional de Novartis. Tres años más tarde decidió dar un paso atrás para dejar paso a su hijo y su hermano, a la misma edad (67 años) que tenía su padre cuando le dejó a él al mando.
Pero en los últimos años antes de dar un paso al lado (siguió hasta ayer en el Consejo de Administración) también hay que recordar cierto ego o endiosamiento que dejó a Grifols con una crisis reputacional. El coqueteo del jefe de la principal farmacéutica española con las tesis independentistas catalanas y su nulo contacto con el propio sector farmacéutico español -abandonó la patronal Farmaindustria- son otras aventuras que emprendió Víctor con peor final.
Tampoco todas las operaciones que han sido mencionadas pueden suscribirse solamente bajo el epígrafe del éxito. Pero para contextualizar esta parte hay que dar paso a la siguiente generación de Grifols. Fue en 2017 cuando su hijo Víctor y su hermano Raimon asumieron (y compartieron) el cargo de consejero delegado de la compañía. A partir de ese momento, se puede hablar de volantazos y decisiones controvertidas con Víctor padre en el asiento de atrás del coche, sin decidir directamente pero dando su beneplácito.
El presente
A finales de la década pasada, la farmacéutica decidió desembarcar en China con la compra del 26,1% de las acciones de Shanghai Raas. La historia hoy ya es conocida. La principal preocupación de la farmacéutica en el plano financiero en estos momentos es vender el capital adquirido en la compañía asiática.
Otra de las decisiones que se han tomado en el pasado reciente es la adquisición de la firma alemana Biotest. La operación, una de las mayores de Grifols en su historia, conllevó una inversión de 2.000 millones de euros en un momento más que complicado. Era el año 2021, el mundo aún no se había repuesto de la peor pandemia de los últimos cien años y compañías como la catalana estaban sumidas en una crisis de suministros y costes energéticos importante. Es más, en el caso de Grifols, la escasez brutal de plasma por la falta de donaciones redujo el margen de la empresa a mínimos, con la consecuente crisis de deuda en la que está sumida ahora la farmacéutica.
La apuesta era tener más presencia en Europa, un mercado pequeño para Grifols en comparación con todo el despliegue mostrado en los años anteriores en Estados Unidos. Se vivían momentos de alta tensión dentro de la compañía, con los Co-CEO dando una de cal y otra de arena mientras que Víctor Grifols Roura asentía o, al menos, no negaba. Y ahí llegó el final de la dinastía al frente del volante. Grifols Roura siguió de espectador de lujo desde el cargo de presidente de Honor, pero su hijo y su hermano fueron relegados a puestos directivos menores, si bien presentes en el consejo de administración.
Llegó entonces Steven Mayer con el objetivo de hacer el mayor recorte de la historia de Grifols como la última maniobra posible para evitar que la deuda devorase a la farmacéutica. El recorte fue brutal, con más de 2.000 personas despedidas y decenas de centro de donación de plasma clausurados. Sin embargo, algo no debió encajar en los planes porque Mayer dimitió de su cargo pocos días después del ajuste. Se alegaron problemas de salud y, aunque los haya habido, también hubo algo más. Para sustituir a Mayer (cuyo sillón en el Consejo sigue vacío) llegó Thomas Glanzmann, que llegó a la empresa (como vicepresidente no ejecutivo) el mismo día en el que Víctor Grifols Roura dejó su puesto como consejero delegado para echarse a un lado.
Ahora, la firma tiene un objetivo por delante de cualquier otro. Si hace cuarenta años solo se pensaba en la internacionalización de Grifols, hoy no hay ni directivo ni inversor que no desee que la crisis de deuda concluya en los próximos años.