Belleza

Jonathan Anderson, a tres semanas de su estreno en Dior: cuenta atrás para su primer desfile en París

Jonathan Anderson

En la historia de la moda hay figuras que caminan, otras que se deslizan y unas pocas que levitan. Jonathan Anderson (Magherafelt, Irlanda del Norte, 1984), más conocido como J.W. Anderson, pertenece a esta última categoría. No por lo que dice, sino por lo que calla; no por lo que viste, sino por lo que inventa. Es un artesano del disparate elegante, un esteta del absurdo necesario. Su reino no es el hilo ni la tela, sino el gesto inesperado. ¿Qué tienen en común un tomate, una paloma y una rana? El alma de un bolso, según Anderson. Y ahora, ese hombre que supo convertir un meme en escultura de cuero ha sido nombrado director creativo universal de Dior, un título que en París equivale al cetro de Napoleón. El Economista adelantó en exclusiva mundial la noticia que hoy recorre el planeta con la gravedad de un cambio de era.

En los pasillos enmoquetados de LVMH —ese Vaticano del lujo donde Bernard Arnault juega al ajedrez con la Historia— se cocina el futuro a fuego lento. Chanel, Valentino, Gucci… Todas han cambiado de cocinero. Pero Dior quería algo más que un chef: necesitaba a un alquimista. Y lo encontró en este irlandés de 40 años, nieto de un diseñador textil, disléxico de niño, actor frustrado y hoy demiurgo absoluto de la moda viral. Jonathan Anderson se hizo famoso por hacer de lo cotidiano un acto de belleza conceptual. En Loewe, donde estuvo más de una década, creó el Puzzle bag, ese origami de piel que seduce a quienes no compran bolsos, sino ideas.

Su paloma-bolso apareció en "And Just Like That" como un guiño al fetichismo urbano. Pero fue el tomate lo que lo inmortalizó. Un usuario en X —esa ágora posmoderna— publicó una imagen de un tomate de huerta con la frase: "This tomato is so Loewe I can't explain it". Anderson, sin decir palabra, respondió con un bolso de cuero con forma de tomate. Lo tituló: "Loewe meme to reality". El mundo sonrió, y la moda volvió a tener sentido. Lo que para otros es un accesorio, para él es un cuento. "Soy de Irlanda del Norte. Contar historias es parte de mi educación", dijo en 2010. Y desde entonces no ha parado. Empezó como escaparatista en Brown Thomas. Allí conoció a Manuela Pavesi, musa de Prada, quien lo llevó al London College of Fashion. Desde entonces no mira atrás. En 2008 lanzó su primera colección masculina. En 2013, LVMH entró en su firma JW Anderson y le entregó Loewe. Fue el matrimonio perfecto entre lo artesanal y lo onírico.

Entre la piel española y la ironía británica

Lo que Anderson aporta no es sólo estética, sino ritmo. En una industria obsesionada con la novedad, él supo mantener la sorpresa como virtud. Sus desfiles eran rituales paganos donde un vestido podía parecer un coche o un zapato, un globo desinflado. La lógica se arrodillaba ante la forma. El resultado era lo que en arte se llama "acto de fe". En tiempos donde el lujo se desacelera, Anderson no se repite. Reinventa. Dior, sin embargo, es otra cosa. Dior no es sólo una casa: es un monumento. Allí debutó Galliano en 1996 con fastos de emperador loco. Allí cayó también, quince años después, entre insultos y copas rotas. Dior es una prueba de fuego. Maria Grazia Chiuri, desde 2016, imprimió un feminismo sutil, elegante, casi didáctico. Kim Jones, por su parte, tejía la moda masculina con referencias culturales de alta temperatura. Anderson sustituye a ambos. Toma las riendas de las colecciones de mujer, hombre y alta costura. Un triple salto mortal sin red.

La colección Crucero de Dior presentada en 2024, en Edimburgo

Beatriz Borromeo, mujer de Pierre Casiraghi. Una propuesta acorde a la esencia de la Dior: un traje y falda a cuadros en blanco y negro. Y en esta misma línea, Anya Taylor-Joy, en un conjunto negro al que añadió una sofisticada americana de color gris. Es la colección Crucero de 2024, en Edimburgo.

Lily Collins y Jennifer Lawrence, total black y para romper con el look la estrella de Los juegos del hambre añade a su propuesta un elegante abrigo con estampado de leopardo.

Maisie Williams, Rosamund Pike, Maisie Williams, Yako Araki y Han So-hee, muy habitual en los desfiles de la casa francesa, Alexa Chung y Jeanne Damas.

Pero Jonathan Anderson no parece temer tanta grandeza en su predecesora. Camina entre bastidores como quien pasea por un jardín de infancia. Habla de referencias eruditas mientras los focos ciegan. Es un personaje entre el dandi y el druida. Su calma contrasta con la histeria de la industria. En el fondo, lo que Dior compra no es sólo talento. Es esa curiosidad inagotable que convierte a un diseñador en profeta. No es casual que Anderson mantenga su propia firma. JW Anderson seguirá operativa. El irlandés gestionará dos mundos paralelos, como un equilibrista que cruza la cuerda entre lo conceptual y lo comercial. Quienes lo conocen bien dicen que Anderson trabaja con la energía de un niño frente a una caja de plastilina. Su creatividad no obedece al algoritmo, sino al asombro. Su marcha de Loewe —filtrada primero por Informalia— no fue una jugada táctica, sino estética. Dior quiere renacer, no renovarse. Quiere volver a ser el relato donde las flores hablan, los hombres lloran con estilo y las mujeres vuelan en tules con espinas.

Anderson presentará su primer desfile el 27 de junio durante la Semana de la Moda Masculina de París, precisó LVMH, confirmando una declaración hecha instantes antes por su presidente, Bernard Arnault

Su primer desfile como director absoluto será el de la colección masculina en junio. Anderson presentará su primer desfile el 27 de junio durante la Semana de la Moda Masculina de París, precisó LVMH, confirmando una declaración hecha instantes antes por su presidente, Bernard Arnault. Será allí donde el mundo juzgue no sólo su talento, sino su capacidad de gobernar una máquina que devora genios. La esperanza es que no lo reciban con tomates —aunque sean de cuero—, sino con ovaciones. Mientras tanto, en algún taller de París, quizá ya se esté diseñando el primer bolso-Dior en forma de zanahoria. Porque con Anderson, nada es ridículo si tiene alma. Y ese, al final, es el truco más viejo y más noble del arte: hacer de lo efímero un talismán, y del juego, una ceremonia. Porque como enseñan los grandes sastres del tiempo, y como predica el propio Anderson: la moda no se lleva, se cuenta.

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