
A las 12 del mediodía del pasado 17 de septiembre, la capital de Baviera, Múnich, recuperaba tras dos años de pandemia su tradicional Oktoberfest. Lo hacía con el mazazo que daba su alcalde al grito de O'zapft is! (¡Ya está abierto!) para abrir el primer barril de Wiesn, la variedad cervecera que se sirve en exclusiva en la considerada mayor fiesta popular del mundo.
Todos los datos que rodean a esta exaltación de la cultura cervecera alemana son mareantes. Desde la impresionante noria que reina entre las atracciones instaladas en la explanada de Theresenwiese, hasta las dimensiones de esta antigua pradera donde se celebra esta fiesta desde 1810, con una superficie de casi 45 hectáreas, equivalentes a 59 campos de fútbol. Sólo el dispositivo policial que vela por su seguridad se componen de 600 agentes de varias nacionalidades y 54 cámaras de seguridad.
En la factura de la comida, y a falta de los datos definitivos de 2022, en la anterior edición de 2019, los festivaleros engulleron cerca de 510.000 pollos asados, alrededor de 80.000 codillos de cerdo y 122.000 salchichas, además de carne equivalente a 125 bueyes y 30 terneros. Y, por supuesto, los 5,6 millones de litros de cerveza que han consumido 5,7 millones de visitantes durante los 15 días del evento en las diferentes carpas de las seis marcas tradicionales autorizadas para suministrarla. En 2019, el consumo fue de 7,3 millones de litros y la asistencia, de 6,3 millones.
Una de estas históricas cervecerías, Paulaner, con tres carpas instaladas en el recinto (Paulaner Feszelt, Armbrustschüzenzelt y Käfer), donde calculan que sirven alrededor del 55% de la cerveza que se consume durante la Oktoberfest, presume de un innovador sistema de suministro para dar uniformidad a cada una de las jarras de litro que disfrutan sus visitantes.
El responsable de su diseño, el ingeniero cervecero de la marca, Uve Daebel, presume de la eficiencia de la nueva versión en altura de un exclusivo circuito (en dos de las carpas transcurre bajo tierra) de 235 metros de tuberías de 10 centímetros de diámetro, cubiertas por una segunda capa en cuyo interior se crea un aislamiento al vacío. Esta nueva versión, con los tanques y el circuito en altura, suponía una solución sencilla para reducir la presión necesaria para hacer viajar la cerveza.
