Política

Madrid, la última plaza de Podemos

  • En el 15-M, ni todos eran jóvenes ni todos eran de izquierdas
Pablo Iglesias. Foto: Efe

Todos los partidos tienen su Waterloo. Un territorio en el que, a pesar de tenerlo todo a favor, naufragan. A veces es parte de una necesidad o una estrategia, a veces una muestra de falta de adaptación. Este es un recorrido por las debilidades estructurales de las grandes cinco formaciones nacionales en cinco regiones clave para sus intereses.

En otoño de 2014 Podemos estaba disparado en las encuestas. Apenas acababa de constituirse como partido político y sólo tenía cinco escaños en el Parlamento Europeo. A nivel ejecutivo carecían de influencia real, pero estaban en todas partes: llenaban titulares, copaban debates, generaban audiencia.

Habían sabido recoger el testigo de lo que tres años antes, aquel 15 de mayo de 2011, empezó en la céntrica Puerta del Sol de Madrid. Aquel sentimiento de los derrotados de la crisis, los que sufrieron más sus efectos y nunca hicieron negocio con ella. Ni todos eran jóvenes ni todos eran de izquierdas, pero sociológicamente supuso un terremoto. Algo se movía en la base. El sistema decidió acelerar sus plazos: abdicación del Rey controlada, reforma de la Constitución contenida, debate sobre el modelo de Estado diluido. Nadie sabía entonces hasta dónde podía llegar el fenómeno en un contexto tan inestable.

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A pocos meses de las elecciones los órganos del incipiente partido tomaron una decisión: presentarían candidaturas autonómicas, pero no municipales. Sabían que carecían de estructura y de bases, más allá de que hubieran crecido sobre la capilaridad de los anticapitalistas, con presencia en toda España. No podían construir equipos controlados y diligentes. Sencillamente, no había tiempo.

La alternativa fueron las llamadas 'confluencias'. Espacios abiertos en que formaciones políticas de izquierda y colectivos sociales pactaron candidaturas. Podemos apadrinó y controló el fenómeno, y casi siempre lo dirigió. De ahí emergieron Manuela Carmena, Ada Colau, José María González 'Kichi' o Xulio Ferreiro. Y se tendieron puentes con carismáticos liderazgos periféricos, como Xosé Manuel Beiras en Galicia, Mònica Oltra en la Comunidad Valenciana, Juantxo López de Uralde en Euskadi o, en menor medida, Uxue Barkos en Navarra.

La fórmula resultó. Se conquistaron algunas de las principales capitales del país y se actuó para que afines consiguieran otras. La misma sistemática que se había ensayado en las plazas había sido exportada a la política: eran círculos abiertos, donde se actuaba de forma transversal recogiendo sensibilidades distintas. Una amalgama de izquierda capaz de articular una reforma de la Constitución a través de un poderoso grupo parlamentario, configurando un tercer espacio al margen de los partidos clásicos. Había un plan.

Pero lo que empezó en Madrid acabó también en Madrid. En pocos años fueron aflorando las disputas internas, que fueron resueltas siempre en un mismo sentido. Pablo Echenique fue enviado a Aragón cuando se enfrentó al liderazgo de Pablo Iglesias, aunque después recuperara su favor. Carolina Bescansa fue enviada a Galicia y se maniobró para impedirle lograr nada allí. Íñigo Errejón fue enviado a Madrid y eliminado de la primera línea política. Iglesias se rodeó de una guardia pretoriana de fieles. El posibilismo fue quedándose arrinconado y Podemos quiso imponerse a los demás socios.

El resto es historia. Hubo ruptura en Galicia, donde las Mareas casi han desaparecido. Compromís huyó de la marca en la Comunidad Valenciana. La absorción de IU no supuso la ganancia con la que contaban y dejó profundas cicatrices internas. Surgieron múltiples escisiones. Se multiplicaron las disidencias y las salidas. Pequeños pasos hasta que llegó el terremoto final: Errejón acabó por salirse para ir con el equipo de Carmena.

Pero esa división que acabó con tres fuerzas compitiendo a la izquierda del PSOE en la Comunidad de Madrid empezó mucho antes. El consistorio sufrió no pocas tensiones internas y no pocos ceses y movimientos para apartar a los más críticos. Se llegó al punto en que la alcaldesa deslizaba que preferiría haber estado trabajando con los socialistas que con muchos de sus propios compañeros de lista. Y por eso lanzó su propio proyecto, en el que acogió a Errejón.

En realidad Más Madrid, el nombre de la plataforma con la que se presentaron, es lo que Podemos dijo querer ser. Pretenden -o eso dicen- reensayar esas confluencias, primero en Madrid y después en el resto del país. Que la misma capital que les vio nacer y crecer sirviera de laboratorio de su renacimiento.

Ahora la traumática pérdida de la capital cambiará el devenir de un plan que contaba con la alcaldía como plataforma de lanzamiento: ideas comunes por encima de siglas, proyectos transversales por encima de candidatos. Errejón ganó por mucho la batalla a Podemos en la Comunidad, lo cual es sintomático. Pero en la capital, con la retirada de Carmena, se ha abierto la lucha sucesoria entre Rita Maestre, antigua cabecilla de Podemos y declarada 'errejonista', y Marta Higueras, mano derecha de la exalcaldesa. La forma en que ambas puedan converger decidirá si el proyecto es factible o no.

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