
Siempre que termina hay una contienda se proclama a los vencedores y se denosta a los vencidos. Si la guerra la ganan los tuyos, al apagarse las llamas jaleas a los héroes, lloras a los caídos y persigues a los villanos. Si la ganan los otros, lamerás tus heridas pensando igual, pero aprendiendo a esconderlo para evitar nuevas hostilidades.
El procés de Cataluña ni ha sido una guerra, ni ha terminado todavía. Aquí ambos lados siguen apoyando a los suyos, siguen levantando sus banderas y siguen movilizando a sus tropas, tanto en el mundo real como el digital. Ha habido sangre, se ha vulnerado la ley, se ha detenido a adversarios y se ha huido del campo de batalla. Y, aun sin terminar y sin ser guerra, también tiene ya a algunos vencedores y a algunos vencidos -lo de los héroes y villanos ya dependerá del gusto de cada cual-.
Los aparentes ganadores
A río revuelto, ganancia de políticos pescadores. Es lo que ha sucedido a algunos representantes de perfil medio en el escenario político que, gracias a la tensión de estos últimos años, ha sabido hacerse un hueco destacado.
El mejor ejemplo es seguramente el de Inés Arrimadas, que ha pasado de ser la brillante escudera de un partido minoritario en el ámbito autonómico a convertirse en la líder opositora del Parlament catalán y una destacada promesa de futuro para la que ya es cuarta fuerza del país y garante del Gobierno nacional.
En un espectro político diferente han emergido dos caras mucho más veteranas. Una es la de Miquel Iceta, el líder del socialismo catalán que consiguió mantener su barco a flote en mitad de la tempestad. Su discreta mediación con Puigdemont y la enorme crisis de liderazgo de su formación a nivel nacional le han elevado, junto al supuestamente retirado Josep Borrell, hasta la primera línea del debate.
Más a la izquierda ha destacado en el debate el exdiputado nacional Joan Coscubiela. El que fuera líder sindical recalaba en el Parlament ya en retirada tras su paso por Madrid, pero se encontró en medio de todos los focos cuando se convirtió en el mayor opositor al independentismo surgido desde la izquierda. La forma en que Esquerra, las CUP y hasta algunos compañeros de coalición le atacaron le valieron el apoyo de acérrimos rivales.
Por último, también se colaron en el debate público figuras teóricamente ajenas al mundo político. Es el caso de 'los Jordis', dirigentes de organizaciónes cívicas como ANC y Òmnium que, según la Justicia, han tenido un peso político determinante. Uno de ellos, Jordi Sànchez, ya ha dado el salto -desde la cárcel- a un puesto de salida en la lista de la exConvergència.
Junto a ellos Carme Forcadell, que también ha dado un salto de gigante en el 'ranking' político de las listas, y el 'major' Trapero, elevado a los altares por la gestión de los Mossos de los atentados de Barcelona y Cambrils y denostado ahora por quienes le alababan por considerársele colaborador necesario en todo el desarrollo de los acontecimientos desde el 1 de octubre.
Los evidentes perdedores
Pero no todo son protagonistas que han emergido de forma más o menos inesperada en el fragor de la batalla política. También ha habido antiguos comandantes que han caído a los pies de los caballos, a quienes la refriega se ha llevado por delante.
El primero en hacerlo fue Jordi Pujol, padre de la política catalana moderna a quien la escalada de revelaciones alrededor de su partido acabó acorralando. El segundo fue su heredero, Artur Mas, que tuvo que sacrificarse para garantizar la investidura de un president soberanista con una mayoría que era imposible sin que las CUP levantaran el veto sobre él. Cierto es que en los últimos meses ha sabido reaparecer en escena susurrando al oído de Puigdemont, pero se antoja difícil un retorno a primera línea.
Tras Mas también cayó quien fuera su gran aliado, Josep Antoni Duran i Lleida. En realidad, él fue quien renunció, separando su Unió de una Convergència cuya hoja de ruta independentista había vuelto ajena y hostil. El problema vino cuando, sin el acomodo de CDC, su formación se diluyó para desaparecer de las Cortes.
El último en caer aún no ha caído: Carles Puigdemont, ungido heredero por Mas cuando tuvo que renunciar, tendrá que pagar el precio de lo hecho. Quizá sea cárcel, quizá sea exilio, quizá sea inhabilitación, quizá sean las urnas: hasta ERC se ha negado a reeditar una alianza electoral a sabiendas de que eso sólo haría que impedir su victoria. El president 'legítimo', como se proclama, es un cadáver político... a no ser que encuentre un truco que le devuelva a la vida, algo que aún no es descartable.
Los enigmas por resolver
La batalla política en Cataluña sigue en marcha. El escenario probable ahora mismo es que Esquerra gane las elecciones, y que el futuro inmediato dependa de que lo haga con o sin mayoría. El primer escenario nos devolvería a la casilla de salida -aunque faltaría por ver si Junqueras sería president o estaría inhabilitado-, mientras que el segundo abocaría a la región a una inestabilidad aún mayor que la vivida hasta la fecha.
Falta por ver cuál es el destino de quienes todavía combaten. Son aquellos que, por distintos motivos, han cambiado de frente. Como Xavier Domènech, que regresa a Cataluña para liderar el frente de Podemos en la región tras un periodo convulso de resultados decepcionantes e indisciplina interna. O como Albano Dante Fachín, líder descabalgado por mostrarse a favor del independentismo, que ha acabado creando una marca propia con demasiada poca antelación como para concurrir con garantías.
También es el caso de Ramón Espadaler, conocido miembro directivo de la extinta Unió a quien el PSC ha rescatado para sus listas. La intención es buena -mostrar amplitud e integración política-, pero el efecto quizá devastador para los socialistas por las muy conservadoras políticas en materia familiar de su nuevo fichaje. O el de Santi Vila, el único conceller del Govern crítico con el devenir del procés, que ha paseado su salida de prisión por no pocos medios de comunicación y que ya ha sido descrito por algunos como un 'Macron catalán' en busca de un proyecto político propio.
Junto a todos ellos, un nombre más para sumar a la lista de incógnitas: el de Ada Colau. El papel de la alcaldesa de Barcelona, una figura tan controvertida para unos como amada para otros, es el propio de una política nata: unos días con unos, otros con los demás... y ella siempre en medio del tiro de cámara. Hay quien la ve como futura candidata de consenso en una Cataluña bloqueada, como una presidenta inevitable ante una situación insalvable. Pero seguramente esa batalla todavía no le haya llegado.