Política

Puigdemont fingió mediadores para aplacar a la CUP y esquivar al Estado

  • Sin respaldo internacional, sólo cuenta con 'mediadores' nacionales
  • Confunde los mensajes institucionales de diálogo con la mediación
Carles Puigdemont, el presidente de la Generalitat. Foto: Reuters

¿Existieron o no existieron mediadores para frenar la declaración de independencia el 10 de octubre en el Parlament? ¿Fueron los mediadores los que convencieron a Puigdemont del error de declarar la independencia unilateral? ¿Acaso alguien declaró la independencia? ¿Existe alguna verdad? Lo cierto es que Carles Puigdemont, más que mediadores, y aún menos internacionales, lo que sí tuvo con toda certeza fueron presiones, también de la CUP. Presiones ejercidas desde las grandes empresas catalanas y desde las pequeñas y las medianas, esforzadas en su conjunto porque la hoja de ruta del soberanismo catalán se rompiera en mil pedazos, y a cambio volviera la cordura y la legalidad. Puigdemont deja en suspenso la declaración de independencia.

Los "mediadores", a los que hizo alusión Rajoy en su discurso en el Congreso del pasado miércoles, y a los que agradeció "su buena intención para colaborar en buscar una salida a esta situación", han sido hasta la fecha un abanico de interlocutores de carácter nacional y muchos de ellos domésticos, entre los cuales se encuentran Podemos (Pablo Iglesias reconoció haber llamado a Rajoy para explicarle su ofrecimiento), Ada Colau, Iñigo Urkullu -quien reiteradamente se ha ofrecido para apostar por el diálogo, al tiempo que defiende la legítima aspiración de la independencia catalana, y ha enviado una carta a Juncker-, el Colegi de l'Advocacia de Barcelona, los sindicatos UGT y CCOO, la Universitat de Barcelona y la Universitat Autònoma, la patronal Pimec, la Cambra de Comerç y el Colegi d'Economistes, entre otros.

Además, el Sindic de Greugues, filósofos de universidades catalanas muy próximos a ERC, y hasta el Barça se han ofrecido como plataforma comprometida "con los valores del respeto, el diálogo y la convivencia".

En el caso de la mediación de la Iglesia, concretamente la catalana, con un papel de adhesión inquebrantable a la independencia de Cataluña, también ha querido jugar un papel importante, llegando incluso a reunirse con el presidente Rajoy, cuestión ésta por la que Moncloa pasa de puntillas, sin entrar en hacer valoraciones de alcance público.

Pese a estos intentos, las mediaciones internacionales no han existido, por muchas apelaciones que el independentismo haya hecho. Más bien resulta una carta para calmar a la CUP, y una táctica para ganar tiempo y ofrecer una imagen victimista frente a "un Estado opresor y violento", como repiten sin cesar.

En este episodio, Puigdemont confunde los mensajes institucionales de diálogo con la mediación, ignorando interesadamente el requerimiento a la legalidad y respeto a la Constitución española. Tanto que la Unión Europea se ha visto obligada estos días a negar de nuevo estar dispuesta a una mediación -así lo dijo el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk-, mientras Bruselas insiste en que nunca mediará en el asunto interno de un país.

Ajeno al clamor de las instituciones internacionales, Puigdemont persiste y no cambia ni una coma a su discurso. El 10-O afirmó que la mediación había llegado de todos los lugares del planeta, y todos, absolutamente todos, pedían que se abriera un tiempo de diálogo. Eso sí, explicó a la CNN, "sin condiciones previas" y proponiendo como mediadores "dos representantes del Gobierno catalán y dos representantes del Gobierno central".

Pero el Gobierno y las formaciones políticas que le apoyan (PSOE y C's) no quieren ni oír hablar de mediadores. Solo cabe la legalidad, y después se podrá hablar, razonan.

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