
Un año atrás por estas fechas Rajoy aún estaba en funciones. Llevaba diez meses así, desde que ganó las elecciones de diciembre de 2015 pero no consiguió sumar mayoría suficiente en el Congreso para ser investido. El resto del cuento es conocido: hubo que repetir elecciones y, en mitad del verano pasado, alargó esa provisionalidad pasando a ser –otra vez- 'presidente electo'. Hasta finales octubre no conseguiría quitarse ese incómodo apellido del cargo.
Aunque muchas de las cuestiones acuciantes ahora ya sobrevolaban la política de hace un año, es cierto que la inestabilidad política y la inédita situación de bloqueo que se vivió en la fugaz legislatura pasada acabaron por tapar todo. Después de todo aquello la carrera fue agotadora: apenas una semana después de la investidura de Rajoy gracias a la abstención del PSOE los socialistas vivieron su guerra civil interna. Y luego lo mismo en Podemos. Y luego, como casi siempre pasa en política, la vida volvió a ser igual que antes.
Así las cosas, y entre unos ajustes y otros, esta legislatura ya ha agotado un curso. Y llega al segundo con los mismos temores, pero algunas certezas más: sigue habiendo inestabilidad, sigue habiendo cicatrices frescas en los partidos de la oposición, y sigue habiendo cierta calma chicha tras la tormenta entre los partidos del Gobierno -que son los que gobiernan y los que apoyan a los que gobiernan-.
Este nuevo curso que ahora empieza recupera por tanto algunos viejos asuntos que se habían quedado pendientes cuando la actividad política se paró en seco por el bloqueo.
El procés catalán
Es 'el tema' político, no sólo de este año, sino de la última década. Desde cuando se abrió el melón de reformar el Estatut, pasando por su reforma, los choques con el Constitucional, las desavenencias con la financiación y todo lo que vino después. En once años Cataluña ha vivido cuatro elecciones autonómicas, una consulta y este próximo 1 de octubre, un referéndum. Y sería ingenuo pensar que la cosa acabe ahí: el adelanto electoral se ha convertido ya en una costumbre de la casa.
Mientras ambos bandos -catalán y nacional- se disputan el relato sobre si habrá o no votación el 1 de octubre, lo más importante queda oculto: la clave no será cuál sea el resultado, sino cuál será la participación. El 'sí' se da por descontado -porque los contrarios están desmovilizados para no legitimar la consulta-, la cuestión es cómo de 'atronador' es ese sí. Los árboles del 1 de octubre de momento no dejan ver el bosque del día 2.
Ecos hacia el País Vasco
Los círculos más soberanistas del País Vasco, donde se ha vivido de siempre todo esto con mucha mayor tensión, bromean con sorna sobre lo de Cataluña: toda la vida en el ojo del huracán para que ahora sean otros los que se lleven el gato al agua. No es que en Euskadi el debate se haya apagado, porque para nada es así: sencillamente el lehendakari es un tipo práctico y aguarda agazapado.
Como muestra, dos botones: las tres primeras fuerzas del Parlamento Vasco podrían ser favorables a un referéndum, y por primera vez en la historia la presidencia de Navarra es vasquista. Si el procés catalán terminara el 1 de octubre (que no sucederá), el vasco podría tomar el relevo.
Reformas en el Estado
Es cierto que un Congreso dividido y un Senado con mayoría absoluta no son los mejores escenarios para emprender reformas de calado, pero no es menos cierto que el auge de Podemos y Ciudadanos ha tenido mucho que ver con la demanda de reformas estructurales. Parece obvio que PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos representan escalas muy diferentes de interés a la hora de reformar la Constitución, el modelo de Estado, el modelo territorial o el sistema electoral. Sin embargo, puede que una o varias de esas espinosas cuestiones empiece a abordarse de forma seria a lo largo de esta legislatura.
Sin elecciones a la vista
En un país donde hay cuatro grandes ámbitos electorales distintos -europeo, nacional, autonómico y municipal- y cierta tendencia a la atomización -varias autonomías celebran sus comicios en fechas particulares- es raro el año en el que no hay alguna elección. Y cierto es que una votación que afecta a un territorio no es extrapolable al resto, pero sí sirve para entrar en dinámicas de campaña, dirigir debates y medir fuerzas. Este curso, sin embargo, no trae consigo la celebración de elección alguna, lo cual moldea otro tipo de discurso y debate.
Claro, eso sin contar con algún posible adelanto electoral, que parece muy probable en contextos como el catalán.
El bolsillo sigue apretando
Si hay dos temas que preocupan a la ciudadanía por encima de todos los demás son los relativos al dinero. A fin de cuentas, de eso depende casi todo lo demás. El problema es que, a pesar de la crisis, poco ha cambiado: el esquema laboral sigue basado en los mismos errores de antaño. Así, se fía todo al turismo, con la estacionalidad que conlleva, y la construcción, en un nuevo advenimiento del viejo sector que acabó estallando no hace tanto tiempo. La creación de trabajo de baja calidad bajo el axioma de que 'al menos es trabajo' parece no bastar a una ciudadanía que entiende que dejar de empeorar no es lo mismo que mejorar, sino quedarse igual de mal.
A ese descontento no ayuda la oleada de casos de corrupción que han aflorado en varios territorios y partidos, pero que tiene una incidencia e importancia especial en el del Gobierno. El ver a líderes autonómicos y exministros en registros policiales no hace más que azuzar la llama del descontento, y la nueva legislatura no parece que vaya a traer si no nuevos calvarios judiciales para cierta élite política y económica nacional.
Oposición sin oposición
En el ámbito político una de las claves más importantes para conseguir una victoria es garantizar la derrota del adversario. Parece un oxímoron, pero no lo es. Y es justo lo que le ha pasado al PP durante muchos años, valga por ejemplo la Comunidad Valenciana: allí el PP no ha dejado de ganar pese a la rampante corrupción, y todo gracias a la inoperancia de la oposición.
En la escala nacional las primarias del PSOE fueron un desastre por muchas cuestiones, una de ellas el hecho de que sólo uno de los candidatos -el más débil, Patxi López- tenía escaño en el Congreso. Eso, ganara quien ganara, obligaba a ejercer una oposición en diferido. Las imágenes de Pedro Sánchez en la tribuna de invitados y sin poder interpelar a Rajoy son un serio problema, porque le desdibujan como candidato. Nunca un líder de la oposición ha tenido tan poca presencia ante los ojos del ciudadano como Sánchez, y eso tiene un coste elevado en términos electorales.
Las amistades peligrosas: PNV y Ciudadanos
Dentro del clima de falta de mayorías el PP ha sabido hacerse con dos aliados para poder gobernar. Ciudadanos es un aliado cómodo, que de vez en cuando critica y cuestiona, pero que en términos generales no está haciendo en absoluto de contrapoder -a fin de cuentas, son la cuarta fuerza política más poderosa que jamás ha tenido España-.
Más incómodo puede ser el PNV, por aquello de que es nacionalista -algo que no empasta ni con el PP ni con Ciudadanos-. El acuerdo tácito de aprobar los Presupuestos a cambio de abrir la senda del reagrupamiento de presos vascos es un 'win-win' para ambas partes, pero con consecuencias difícilmente predecibles: ¿desactivar a la izquierda abertzale en Euskadi? Hará falta más que eso.
Podemos mide su músculo
En Podemos las aguas bajan más tranquilas, pero aún manchadas de sangre. El descabezamiento de Errejón y la inhibición de Bescansa suponen una tregua pasajera que anticipa la próxima guerra: en dos años habrá elecciones municipales y autonómicas, y la fuerza de Unidos Podemos dependerá de la correcta integración de IU y las confluencias en la estructura de la formación. La forma en que se digieran los ingredientes, y ver cómo se llevan a cabo algunas sucesiones -como la de Carmena en Madrid- serán claves para mantener una estructura vital para el -de momento fallido- 'asalto a los cielos'.
Toca pagar las deudas
Los plazos de los vencimientos de deuda siguen venciendo. No sólo los del Estado hacia el exterior, sino también los de las autonomías hacia el Estado. Y eso augura problemas: unos necesitan liquidez, y los otros infraestructuras. Las tensiones territoriales pueden reverdecerse en un mapa autonómico que ya no es tan azul como era antes.
¿Sucesión en el PP?
No parece que Rajoy tenga prisa por irse. En realidad, no parece que Rajoy tenga prisa por nada. Sin embargo, es un secreto a voces que su fin político llegará más pronto que tarde. El PP resiste con una inesperada fuerza los sucesivos embates electorales, pero el partido necesita una profunda remodelación de caras y nombres para desprenderse de legados indeseados -corrupción, gestión de la crisis, falta de predicamento entre los más jóvenes…-. La fórmula de renovar un partido muy poco dado a las sorpresas y las revoluciones se antoja complicada, pero debe llegar.
Pero esa sucesión tiene que llegar, y si se quiere tener un plazo de tiempo suficiente para construir a un candidato alternativo -aunque no demasiado como para quemarle- hay que empezar. Al menos, a pensarlo. Con Aguirre fuera y Cifuentes marcada en corto, habrá que prestar atención a la segunda fila del PP -Cospedal, Maroto, Levy, Casado- o del Gobierno -Sáenz de Santamaría-. Otra cosa por parte de Rajoy sería una sorpresa, y el presidente es el menos dado de todos a los giros inesperados de guión.