
La desafección entre los ciudadanos y la política no es nada nuevo, traduciéndose en abstención en las citas con las urnas, pero en las elecciones al Parlament de Catalunya del próximo domingo 14 de febrero se le sumará el miedo al contagio de Covid-19, que también afectará a la propia constitución de las mesas electorales, hasta el punto de que ya se contempla tener que prolongar un día más los comicios para aquellas mesas electorales que no puedan ser constituidas el domingo por falta de integrantes -un cuarto de los citados han presentado recurso y se espera un elevado absentismo-, retrasándose también la publicación de resultados para evitar el voto táctico de los catalanes que voten más tarde según cómo fuese el recuento provisional.
Los titulares de las encuestas siempre van a quién gana en escaños y en intención de voto, así como a las quinielas sobre posibles pactos postelectorales entre partidos que se desprenden, pero en esta ocasión cobran especial importancia también quienes manifiestan que se abstendrán o que todavía están indecisos, lo que contrasta con los resultados de las últimas elecciones autonómicas, de diciembre de 2017, que cosecharon un récord de participación, superior al 79%.
Irónicamente, el que puede verse más perjudicado por el absentismo es el exministro de Sanidad Salvador Illa, que ha dejado el cargo para convertirse en candidato a la presidencia de la Generalitat por el PSC. El motivo es el perfil de votante socialista, envejecido y concentrado en el cinturón metropolitano de Barcelona, por lo que puede perder sufragios por dos vías.
Primero entre la población de mayor edad, que se quede en casa y tampoco se haya querido exponer a las colas para votar por correo con antelación -no son un colectivo que lo haya podido solicitar telemáticamente porque requería contar con firma digital, que también se debe verificar presencialmente para ser validada-.
En segundo lugar, los colegios electorales del área metropolitana de Barcelona son los que registran mayor número de votantes por mesa debido a la densidad de población, y pese a que para estas elecciones se ha incrementado el número de mesas y sedes en las que votar para minimizar el efecto.
Y hay un tercer factor vinculado a la abstención que perjudica a Illa y el resto de partidos contrarios a la ruptura de Cataluña con el resto de España: los votantes independentistas están más movilizados que los que rechazan la secesión, de ahí la esperanza de JxCat de intentar que el independentismo supere por primera vez el 50% de los votos, aunque sea a costa de una baja participación, ya que la legitimidad jurídica no estaría en cuestión, aunque sí la moral si se quieren impulsar reformas de calado como sería replantear el modelo de Estado, según señala Marc Sanjaume, profesor de los Estudios de Ciencias Políticas de la UOC.
Encuestas politizadas
Mientras tanto, en la cuenta atrás hasta las elecciones, lo que no ha cambiado es la sucesión de publicación de encuestas, que son tanto un indicador de tendencias como un intento de influir en el voto, como se ve claramente en esta ocasión.
Así, el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) estatal, con el PSOE en el Gobierno, sitúa al PSC como ganador de las autonómicas catalanas, y por primera vez ha lanzado un sondeo flash en plena campaña electoral para reafirmar sus estimaciones en favor de Illa.
Por contra, el homólogo catalán del CIS, el Centro de Estudios de Opinión (CEO), con un Ejecutivo catalán repartido entre Junts per Catalunya y ERC, arroja precisamente una victoria repartida entre dichos partidos.
En cualquier caso, el resto de encuestas publicadas por medios de comunicación -en el gráfico una de las últimas, junto a las del CIS y el CEO- comparten la lectura de un resultado ajustado a tres bandas, entre ERC, PSC y Junts, y hace tiempo que lo más importante no es ganar, sino las opciones de alianzas para gobernar.
Es lo que ha comportado el fin de la hegemonía del bipartidismo y la atomización del arco político en múltiples partidos. En esta cita electoral catalana, son nueve las formaciones que pugnan por conseguir representación parlamentaria, aunque los sondeos dejan fuera al PDeCat tras su ruptura con Junts per Catalunya en verano por la radicalidad de Puigdemont -se reivindican como los independentistas moderados-.
Así, de poco puede servir el triunfo del denominado 'efecto Illa'. A los prededentes me remito: que se lo digan al ganador sin Govern Artur Mas en las épocas de los tripartitos entre socialistas, republicanos e Iniciativa per Catalunya -espacio político que ahora ocupa En Comú Podem- pese al triunfo convergente en los comicios, o a Inés Arrimadas al liderar en 2017 la primera formación no soberanista en ganar unas elecciones catalanas, si bien Ciudadanos no llegó ni a presentar propuesta de investidura al no contar con apoyos para sacarla adelante.
ERC, decisiva
Si los posibles aliados del PSC no cuentan con suficientes escaños, se reeditará la alianza entre ERC y JxCat, que aunque en el Ejecutivo autonómico de los últimos años y en campaña electoral se tiren los platos a la cabeza, no dudarán en repetir si cuadran los números.
Los pactos los decidirá el reparto del hemiciclo del Parlament, pero ERC es la mejor posicionada para decidir, pudiendo optar por la formación liderada por Puigdemont o por un nuevo tripartito de izquierdas de los de antaño. Como alternativa, Illa podría replicar en Cataluña la alianza estatal entre PSOE y Podemos.