
"Hemos tenido presidentes fusilados y presidentes querellados por consultar al pueblo, nunca presidentes florero". Esta declaración, realizada la semana pasada por Jordi Turull, secretario general y coordinador de Junts pel Sí, es el mejor ejemplo de cómo los independentistas catalanes tratan de convertir a Artur Mas en un símbolo, a medio camino entre héroe y mártir del movimiento separatista, que no se merece jugar un papel secundario en un nuevo gobierno.
Se trate de una mera coincidencia, o de un calendario muy estudiado, el debate de investidura del posible nuevo president de la Generalit se va a celebrar justo en la fecha del primer aniversario de la consulta "no autorizada" y suspendida por el Tribunal Constitucional, en la que Mas acabó dejando la acción organizativa a la sociedad civil y sobre todo a las asociaciones independentistas Assemblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural, presididas por Carme Forcadell y Muriel Casals respectivamente, número dos y tres de Junts pel Sí actualmente.
Tras una primera impugnación por parte del tribunal de garantías, la organización se siguió llevando a cabo y la Fiscalía General del Estado se querelló contra el president.
Por ello, Mas fue imputado por la vía criminal y tuvo que declarar en otra fecha muy significativa: el pasado 15 de octubre, coincidiendo con el aniversario del fusilamiento del presidente Lluís Companys por las tropas franquistas.
Aquella declaración en medio de un baño de masas y, en la que asumió toda la responsabilidad ideológica de la consulta (en contra de las declaraciones que hizo en su momento donde atribuyó la responsabilidad a la sociedad civil), le valió para acercarse a la CUP (que se espera que hoy no apruebe su investidura).
Cuando se cumple un año de la pseudoconsulta y 26 años de la caída del muro de Berlín, hoy el Parlament alzará una nueva barrera simbólica.