Opinión

Regular el cielo para mantener el equilibrio en la Tierra

  • Algunas iniciativas avanzan por una vía paralela, sin integrarse en los espacios de consenso técnico e industrial
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La revolución del satélite directo al móvil no es ya una promesa futura, sino una realidad en marcha que está transformando silenciosamente las reglas del juego. Lo que hasta ahora era un ecosistema basado en operadores móviles tradicionales y redes terrestres robustas comienza a convivir -y en algunos casos competir- con redes no terrestres (NTN), constelaciones globales y servicios que cruzan fronteras sin necesidad de permisos locales ni inversión en infraestructura nacional.

Este nuevo paradigma no es negativo en sí mismo. La innovación siempre ha sido bienvenida en el sector de las telecomunicaciones. Sin embargo, lo preocupante es que algunas de estas iniciativas avanzan por una vía paralela, sin integrarse del todo en los espacios de consenso técnico e industrial que han garantizado hasta ahora una evolución ordenada y eficiente del ecosistema, al servicio de los usuarios finales.

Uno de los casos más visibles es el de Starlink, de SpaceX. A pesar de ser un actor clave en la nueva era de conectividad satelital, ni forma parte de la GSMA, que representa a la industria móvil global, ni participa en la 3GPP, responsable de estandarizar cómo deben funcionar las redes móviles y sus futuras versiones satelitales. Este distanciamiento podría parecer una simple anécdota, pero en realidad refleja una asimetría profunda: quienes operan fuera del marco colaborativo, sin someterse a los mismos estándares técnicos ni exigencias regulatorias, pueden alterar el equilibrio competitivo y espectral en detrimento de quienes sí lo hacen.

No se trata solo de una cuestión de asignación de frecuencias —que ya es compleja por sí sola—, sino de algo más estructural: la rendición de cuentas. Quien aspire a operar a escala global debe estar dispuesto a someterse a sistemas que validen el cumplimiento de los parámetros autorizados: densidad de potencia, cobertura real, interferencias, compatibilidad con otros servicios, etcétera.

Esta capacidad de supervisión no es un gesto de desconfianza, sino una garantía de equidad y sostenibilidad. En un entorno cada vez más saturado —especialmente en órbitas bajas y bandas como la Ku y la Ka—, no podemos permitirnos que la falta de coordinación o la opacidad provoquen interferencias dañinas, degradación del servicio o conflictos entre operadores. Mucho menos que el espectro electromagnético, un recurso finito y estratégico, se utilice como palanca de dominio tecnológico sin las correspondientes obligaciones de transparencia.

De hecho, la tecnología para hacer frente a esta realidad ya existe: a través de plataformas intuitivas, basadas en visualizaciones tridimensionales y cálculos automatizados, los reguladores pueden contrastar el comportamiento real de las constelaciones frente a lo autorizado, recibir alertas, emitir informes con validez oficial e incluso tomar decisiones preventivas para evitar escenarios de conflicto. Con este tipo de capacidades, se fortalece la gobernanza del espectro y se promueve una competencia basada en el cumplimiento técnico, no en la capacidad de influir o prometer.

La regulación internacional, liderada por organismos como la UIT, tiene un papel esencial que jugar. Pero también lo tienen los Estados, los reguladores nacionales y las plataformas que permiten evaluar objetivamente el comportamiento espectral de los nuevos actores. Solo así se podrá preservar la soberanía técnica de cada país, fomentar una competencia justa y garantizar que la revolución satelital sea un avance colectivo, no una conquista unilateral.

Por último, conviene no perder de vista la dimensión estratégica. El espectro no es un recurso neutro: tiene implicaciones económicas, defensivas y diplomáticas. Su correcta gestión será, en los próximos años, uno de los pilares de la soberanía digital y tecnológica de las regiones que aspiren a no quedar rezagadas en el nuevo orden satelital.

La pregunta, por tanto, no es si debemos regular el cielo, sino cómo garantizar que quienes lo ocupen lo hagan en igualdad de condiciones, con responsabilidad técnica y visión de futuro. El Espacio no es tierra de nadie, y el espectro, menos aún.

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