
Durante siglos, las musas inspiraron la creación artística. En la industria, en cambio, las musas no bastan: hay que bajarlas al taller. De nada sirve una estrategia brillante si no encuentra manos, máquinas y materia prima que la hagan posible. La reindustrialización europea corre justo ese riesgo. Inspirada por grandes principios —autonomía estratégica, resiliencia, transición verde y digital—, ha llenado de promesas los despachos de Bruselas. Pero la realidad avanza más despacio. Y el taller sigue esperando.
La industria ha vuelto al centro del relato político europeo. Tras la pandemia y la guerra de Ucrania, Europa redescubrió que no basta con consumir productos tecnológicos: también hay que ser capaz de fabricarlos. Por eso han proliferado iniciativas como el Net Zero Industry Act, el Critical Raw Materials Act o el Chips Act. Todos ellos apuntan hacia un mismo objetivo: asegurar que Europa tenga voz propia en el futuro productivo del planeta.
Pero hay una diferencia entre tener una política industrial y tener industria. Y esa diferencia se mide en fábricas, empleo, cadenas de suministro y capacidad tecnológica. Mientras Europa dibuja planes ambiciosos, Estados Unidos ha desplegado incentivos masivos como el IRA (Inflation Reduction Act), atrayendo inversiones industriales de forma tangible. China, por su parte, continúa consolidando su dominio en sectores clave como las renovables o los vehículos eléctricos, apoyada en una estrategia nacional clara y decidida.
Europa, atrapada entre estas dos potencias, arrastra tres grandes cuellos de botella. El primero es energético. Muchos sectores industriales siguen dependiendo de una energía que en Europa resulta cara y volátil. Reindustrializar con precios eléctricos desventajosos es una contradicción en los términos. El segundo es financiero. Las ayudas existen, pero a menudo son inaccesibles para pymes, cooperativas o sectores estratégicos que no cumplen con los criterios más mediáticos. El tercero, y quizá más preocupante, es el talento. Faltan perfiles técnicos, faltan capacidades intermedias, y falta una renovación generacional e inclusiva que conecte industria con innovación, y empresa con sociedad.
Y ahí aparece otro desafío silencioso: la industria necesita más mujeres. No por corrección política, sino por pura competitividad. No podemos permitirnos prescindir del 50% del talento disponible si queremos reinventar la industria europea. Hoy, muchas fábricas se están transformando en entornos tecnológicos, digitales, colaborativos. Y sin embargo, las mujeres siguen siendo minoría en los talleres, en las plantas y también en los consejos de administración industriales. Para que la reindustrialización sea real, debe ser también feminista. Debe atraer vocaciones, revisar inercias y asegurar condiciones que permitan a más mujeres incorporarse y liderar esta nueva etapa industrial.
Algunos ejemplos ilusionantes comienzan a materializarse. En Alemania, las inversiones de Intel y TSMC en microchips son significativas. En Francia y España emergen proyectos de baterías y producción de hidrógeno. Pero aún son más bien islotes. Faltan puentes entre ellos. Ecosistemas que permitan escalar, cooperar y consolidar una soberanía industrial real. Las musas han bajado del monte… pero todavía no han llegado al taller.
En Euskadi, el reto se observa de cerca. La tradición industrial sigue viva. Hay clústeres sólidos, capacidades tecnológicas, cultura industrial. Pero también hay límites evidentes. La fragmentación del tejido empresarial complica el acceso a financiación y mercados globales. Las inversiones extranjeras de gran escala son puntuales. Y el relevo generacional —tanto de hombres como de mujeres— sigue siendo una asignatura pendiente. Euskadi ha apostado por la industria 4.0, por la digitalización y por nuevos vectores como la movilidad eléctrica o el hidrógeno. Pero el tiempo apremia. La transición industrial no puede esperar a la próxima legislatura, ni al siguiente plan estratégico.
Reindustrializar Europa no es volver atrás, ni replicar el pasado. Es construir una industria nueva: más limpia, más inteligente y más humana. Una industria que combine tecnología con valores, eficiencia con equidad, y producción con propósito. Una industria que no solo fabrique productos, sino también futuro.
No basta con seguir inspirándonos en las musas. Hay que bajarlas al taller. Hay que convertir las estrategias en tornillos, los discursos en soldaduras, y las buenas intenciones en cadenas de valor sólidas. Y hay que hacerlo ya, antes de que otros lo hagan por nosotros.