Opinión

Los errores financieros que hunden al 90% de emprendedores (y por qué seguimos sin hablar de ellos)

En un país donde el emprendimiento se ha convertido en sinónimo de progreso, innovación y empoderamiento, sorprende la poca atención que se le presta a uno de los factores clave del éxito (o del fracaso): la gestión financiera. Como asesora financiera independiente, afirmo con rotundidad: el 80% de las empresas desaparece antes de cumplir cinco años, y el motivo más habitual no es la falta de ventas, sino la falta de liquidez y de planificación financiera. En un contexto de alta inflación, presión fiscal creciente y un sistema de pensiones al borde del colapso, emprender sin una estrategia de inversión paralela es una irresponsabilidad. Porque, hoy más que nunca, invertir ya no es opcional. Es supervivencia. Es necesidad.

Sin embargo, seguimos sin hablar de ello. En pleno siglo XXI, seguimos formando empresarios en marketing, ventas y liderazgo, pero no en algo tan básico como aprender a ahorrar su dinero, invertir sus ahorros y proteger su patrimonio.

Vivimos en una cultura empresarial que premia la facturación y descuida la rentabilidad. ¿Qué está fallando? Que la mayoría no sabe leer sus números. Confunden ingresos con beneficios y viven con la falsa sensación de éxito mientras el margen se reduce y el estrés financiero aumenta. Y, además, confunden criterio de caja y criterio de devengo. Muchos emprendedores piensan que solo ingresan o gastan cuando entra o sale dinero, sin comprender que su negocio tributa o se analiza en base a la fecha real de generación de ingresos o costes, no cuando se cobra o paga. El resultado es una percepción distorsionada de su situación financiera: creen tener beneficio porque hay dinero en la cuenta, sin darse cuenta de que aún tienen impuestos por pagar o servicios por facturar. O lo contrario: piensan que están en pérdidas porque no han cobrado una factura… aunque ya hayan devengado ingresos y beneficios.

Aquí está uno de los errores más graves: todo el esfuerzo financiero gira en torno al negocio. No hay inversión personal paralela, ni cartera financiera, ni diversificación de activos. Todo el patrimonio —y, por tanto, todo el riesgo— está concentrado en una única fuente de ingresos: su propia empresa. El problema es doble. Primero, porque si el negocio cae, lo pierde todo. Y segundo, porque nunca se genera libertad financiera real. No hay activos que trabajen por él. Solo trabajo. Lo repito con cada cliente: el negocio te da flujo de caja, pero la inversión te da libertad.

Entender esto es esencial para aplicar finanzas conscientes. Si no sabes cómo fluye realmente tu dinero y cuándo se genera valor, es imposible tomar decisiones acertadas.

La falta de separación entre lo personal y lo empresarial es una constante. En mi consulta, he visto casos de emprendedores que pagan la compra semanal con la cuenta del negocio, o que se transfieren fondos sin registro ni previsión. Esto no solo genera un caos contable, sino que impide saber si el negocio es realmente rentable. Esta mezcla impide tener claridad, desvirtúa los resultados reales y puede generar problemas legales. Las finanzas conscientes empiezan con claridad: lo personal es personal, lo empresarial es empresarial.

Por otro lado, emprender sin colchón financiero es como escalar sin cuerda. Hay muchos emprendedores que agotan su liquidez en menos de 9 meses. Vivimos en tiempos donde el coste de vida no deja de subir. La inflación ha erosionado más de un 20 % del poder adquisitivo acumulado en los últimos cinco años. Si no inviertes, cada euro que no mueves vale menos mañana. Y aquí aparece la segunda gran trampa: confiar en el Estado. El sistema de pensiones actual es insostenible. Ya no se sostiene ni demográfica ni fiscalmente. Los informes del Banco de España e incluso de la Comisión Europea lo advierten: el gasto público en pensiones alcanzará el 16 % del PIB en 2050. Y eso suponiendo un crecimiento económico optimista.

Por último, el vacío de conocimientos fiscales es alarmante. Muy pocos saben cómo tributan sus ingresos, qué deducciones pueden aplicar, qué formas jurídicas son más eficientes o cómo optimizar su IRPF. Y esto no es solo un problema técnico: es un factor que limita el crecimiento y genera ansiedad innecesaria. Cada año cientos de autónomos tienen que pedir préstamos en el segundo trimestre para pagar el primer pago a cuenta del IRPF. Muchos emprendedores concentran el 100% de su patrimonio en su empresa. Viven con la esperanza de que un día la venderán por millones. Pero no diversifican, no invierten fuera del negocio, no tienen plan B.

El riesgo es enorme: si el negocio cae, lo pierden todo. Tener un equilibrio entre empresa, inversión y liquidez personal es el único camino hacia la verdadera libertad financiera. Emprender es un acto de valentía. Pero también debe ser un acto de conciencia financiera. La mayoría de los errores que cometen los emprendedores no se deben a falta de talento, sino a falta de visión estratégica y educación financiera práctica.

Y esto, a diferencia de otros factores, sí se puede resolver. Porque las empresas no mueren por falta de ideas, sino por falta de liquidez. La liquidez no se improvisa. Se diseña. Necesitamos una nueva generación de emprendedores que no solo sepan vender, sino también leer un balance. Que no solo dominen el "storytelling", sino también el control de costes. Que entiendan que el verdadero éxito no está en facturar millones, sino en vivir bien, con libertad, ahora y en el futuro.

En definitiva: que abracen una nueva forma de dirigir sus empresas desde la planificación, la claridad y el equilibrio. O, como yo lo llamo: desde unas finanzas conscientes. España necesita más emprendimiento, sí. Pero no más emprendimiento a ciegas. Necesitamos cultura financiera. Necesitamos que la educación en gestión del dinero forme parte del ADN empresarial, desde la primera factura hasta la posible venta de la compañía. Es hora de dejar de improvisar con el dinero. Porque cuando los números se entienden, el negocio se transforma.

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