Opinión

Aranceles para los enemigos, misiles para los amigos

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Estados Unidos insiste en agitar la bandera del proteccionismo. Porque ya no se trata de China, ni del déficit comercial, ni siquiera del empleo. Se trata de poder, influencia y, por qué no, contratos de armamento multimillonarios: recientemente, Arabia Saudí ha firmado un acuerdo por 142.000 millones de dólares en compras militares a EEUU, una muestra de que, mientras se levantan muros arancelarios, se abren otras puertas. Ya no se trata solo de China, el déficit comercial o el empleo manufacturero.

En un mundo donde los aranceles ya no son una excepción sino parte del paisaje, esta venta astronómica no solo engrasa la industria militar, sino que deja claro cuál es el verdadero músculo exportador de la primera potencia mundial. Mientras Trump reaviva su cruzada contra el déficit comercial, el Pentágono, al parecer, se ha convertido en el mejor agente comercial del país.

Ahora también cualquiera está en la mira por el pecado de no alinearse completamente con Washington en sus diversas cruzadas y, por supuesto, por atreverse a imponer restricciones sobre los productos estadounidenses. En paralelo a las tensiones comerciales con Pekín, Estados Unidos ha empezado a renegociar acuerdos con aliados más complacientes. Reino Unido, por ejemplo, ha logrado un nuevo pacto de cooperación, más comercial que estratégico, que le garantiza acceso preferente a ciertos sectores estadounidenses a cambio de apoyar las tesis de Washington en foros internacionales.

Europa, por su parte, sigue atrapada en su papel de espectador con complejo de protagonista. Bruselas amenaza con contramedidas valoradas en 95.000 millones de euros, pero a la hora de la verdad, el viejo continente prefiere evitar problemas. Son las empresas, como siempre, las que tienen que sacarse las castañas del fuego: ajustan márgenes, recalculan proveedores, suben precios. Porque, aunque los políticos hablen de soberanía industrial, al final todo esto se traduce en una cosa muy simple: el consumidor paga más.

Lo que está ocurriendo no es una batalla puntual. Es un cambio de paradigma. Estados Unidos ha dejado de liderar el sistema comercial multilateral para sustituirlo por una lógica de "acuerdos a medida". Quiere socios, no reglas donde la cooperación internacional empieza a parecer una excentricidad de otra época.

Si este es el futuro del comercio mundial, más vale que empecemos a aprender a cultivar nuestros propios microchips en nuestro jardín. Eso o acostumbrarnos a pagar el doble por un móvil, una lavadora o un simple tomate.

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