
Los matemáticos son gente curiosa. Como muestra, dos ejemplos. Évariste Galois nació en Bourg-la-Reine, cerca de París, en 1811. Cuando tenía diecisiete años dio a conocer sus primeros trabajos sobre teoría de los números. Su activismo político como revolucionario provocó en represalia su expulsión de la Escuela Normal y lo llevó después a la cárcel. Envuelto en una cuestión de honor, en un duelo, murió a los veinte años. Posteriormente se ha especulado con la hipótesis de que un miembro de la policía política de Luis Felipe le hubiera provocado con la sola intención de matarlo bajo la apariencia de un lance de honor.
La víspera del duelo, dos días antes de su muerte, escribió con premura su testamento matemático, que entregó a un amigo, pidiéndole que, si su adversario lo vencía, hiciera conocer sus descubrimientos a Gauss o a Jacobi. El 30 de mayo de 1831, un tiro de pistola, disparado a unos treinta pasos, le atravesó el intestino. La herida lo acabó matando. Sus últimas palabras, dirigidas a su hermano Alfred, fueron estas: "No llores, me hace falta todo el ánimo para morir a los veinte años".
El siguiente personaje era británico y se llamaba Alan Turing. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial se solicitó a Turing que se dirigiese a Bletchley, donde se había instalado el aparato de información militar británico. Los alemanes utilizaban un sistema de códigos altamente sofisticado llamado Enigma. Descifrar los códigos del Enigma constituía un problema que solo podría resolver una mente como la suya, por eso se le consentían sus extravagancias. La dificultad fundamental consistía en que Turing y los demás que trabajaban con él debían analizar miles de mensajes alemanes interceptados en busca de alguna regularidad para intentar descifrarlos. La respuesta de Alan fue construir un dispositivo electromagnético capaz de hacer cálculos a gran velocidad. La máquina recibió el nombre de Colossus.
Al final, gracias a la máquina de Turing, los especialistas en mensajes cifrados fueron capaces de localizar el paradero de cada uno de los submarinos alemanes del Atlántico, lo que permitió reducir de forma drástica las pérdidas navales británicas. Los alemanes sospecharon algo, pero nunca imaginaron que los mensajes del Enigma hubiesen sido descifrados. Un error que pagaron caro.
En enero de 1952, paseando por Oxford Street en Manchester, Turing conoció a un joven llamado Arnold Murray y se embarcó con él en una aventura erótica. Murray, o algún amigo suyo, entró en casa de Turing y, en ausencia del dueño, robó algunos objetos. Turing lo denunció a la policía y con su franqueza característica no ocultó su romance con Murray. Entonces estaban en vigor las leyes homófobas que muchos años antes habían llevado a la cárcel a Oscar Wilde. La policía presentó cargos contra Turing por "indecencia manifiesta" y meses más tarde Turing fue declarado culpable y sometido a un humillante tratamiento con estrógenos para "curarlo" de su homosexualidad, pero no solo eso. A partir de ese momento fue objeto de una auténtica persecución que le empujó al suicidio. Murió en 1954. Tenía 42 años y la Humanidad perdió una de sus mejores cabezas. Cuando se suicidó estaba trabajando en algo que luego se llamaría "inteligencia artificial".