Opinión

Infraestructuras críticas: cuando el mantenimiento es una cuestión de país

Aeropuerto de El Prat. EE
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En momentos del año donde millones de personas se desplazan para disfrutar de un merecido descanso, las infraestructuras críticas —aeropuertos, redes ferroviarias, carreteras— se convierten en el corazón logístico de un país. Su funcionamiento continuo, seguro y eficiente no es solo una cuestión técnica: es una necesidad social, económica y política. Y en el centro de todo ello, se encuentra el mantenimiento.

Demasiadas veces invisible, el mantenimiento es, sin embargo, el factor que garantiza que todo funcione. Gracias a planes preventivos, predictivos y correctivos bien diseñados, se maximiza la disponibilidad operativa, se reducen las incidencias y se evitan parones inesperados que podrían tener consecuencias desastrosas. Basta una pista en mal estado, una señalización ferroviaria que falla o un tramo de carretera deteriorado para colapsar una región entera o, incluso, comprometer la seguridad de miles de personas.

No hay que ir muy lejos para encontrar ejemplos. Hace apenas un tiempo, un fallo técnico obligó a cancelar cientos de vuelos en uno de los aeropuertos más transitados de Europa. El impacto fue inmediato: miles de pasajeros atrapados, conexiones perdidas, retrasos en cadena y una crisis de reputación que aún resuena. Una situación así no solo evidencia la fragilidad del sistema ante la falta de mantenimiento adecuado; también demuestra cómo un solo punto crítico puede afectar a todo un continente.

Pero no se trata solo de evitar el desastre. También hablamos de eficiencia, de puntualidad, de ofrecer un servicio que esté a la altura de las expectativas de una sociedad moderna y de unos ciudadanos que pagan sus impuestos. Infraestructuras bien mantenidas reducen retrasos, optimizan los flujos de personas y mercancías, y mejoran significativamente la experiencia del usuario. Además, desde una perspectiva económica, invertir en mantenimiento es, sin duda, más inteligente y rentable que esperar a que las cosas fallen y tener que actuar con urgencia, asumiendo costes elevados y consecuencias imprevisibles.

Un buen mantenimiento no solo alarga la vida útil de nuestras infraestructuras, también las convierte en un activo estratégico. Un país con infraestructuras sólidas, modernas y bien conservadas es un país más competitivo, más atractivo para la inversión y más resiliente ante crisis. La sostenibilidad también entra en juego: equipos en buen estado consumen menos energía, generan menos residuos y se ajustan mejor a las exigencias normativas y medioambientales.

En definitiva, el mantenimiento no debe considerarse un gasto, sino una inversión prioritaria. Es una garantía de continuidad, de progreso y de bienestar colectivo. Y si estos días podemos viajar, reencontrarnos con los nuestros o simplemente movernos con normalidad, es gracias al esfuerzo silencioso de miles de profesionales que, durante todo el año, cuidan y mantienen esas infraestructuras que sostienen nuestra vida cotidiana.

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