
Las tierras raras son un grupo de 17 elementos químicos utilizados en la fabricación de dispositivos tecnológicos avanzados, desde teléfonos inteligentes y turbinas eólicas hasta misiles y sistemas de defensa. A pesar de su nombre, no son particularmente escasas, pero su extracción y procesamiento son costosos y generan un alto impacto ambiental. Hoy su valor es estratégico y explican algunos movimientos geopolíticos, porque las transiciones tecnológica y energética son hoy por hoy imposibles sin el uso de estos materiales, lo que otorga un gran poder a quien disponga de ellos.
Desde hace décadas, EEUU ha dependido de China para el abastecimiento de tierras raras. Durante la Guerra Fría, el país contaba con su propia producción, pero en los años 90 muchas minas cerraron debido a los costes ambientales y a su incapacidad para competir con los precios que ofrecía el gigante asiático. Su dominio en el mercado se extendía al control del más del 60% de la producción mundial y alrededor del 85% del procesamiento de las mismas. Esta hegemonía, y el poder estratégico que le acompaña, preocupó en EEUU, que podría incluso llevar a ver comprometida su seguridad, así como su superioridad e independencia tecnológica. A esto se unió que en 2010 Pekín restringió las exportaciones de tierras raras a Japón durante una disputa territorial, lo que alertó en Washington y en otras potencias sobre los riesgos que implicaba depender exclusivamente de los chinos como suministrador de estas tierras.
El presidente Donald Trump reconoció el problema y trató de reducir la desventaja. Durante su primer mandato, firmó una orden ejecutiva que clasificó a las tierras raras como "críticas para la seguridad nacional", lo que permitió agilizar su exploración y producción en EEUU. En 2020, declaró una emergencia nacional en la industria minera, facilitando el acceso a la financiación de proyectos de extracción y procesamiento de tierras raras. En tercer término, buscó acuerdos con Australia y Canadá para el desarrollo conjunto de minas y plantas de procesamiento, con el objetivo de diversificar el suministro y reducir su dependencia. Finalmente, en el marco de la guerra comercial con China, su administración impuso aranceles y restricciones a la importación de productos procedentes de aquel país relacionados con tierras raras, con el objetivo de incentivar la producción local.
Aunque el procesamiento de los materiales seguía realizándose en China y sus medidas no lograron reducir la dependencia de EEUU en el corto plazo, puede afirmarse que sentaron las bases para un resurgimiento de la producción nacional y la diversificación del suministro global. La administración de Joe Biden continuó con algunas de estas estrategias, promoviendo la inversión en tecnologías para el procesado y refinamiento de tierras raras en América del Norte.
En el primer mes de su segundo mandato, iniciado en enero de 2025, el presidente Donald Trump ha intensificado su política para asegurar el acceso de Estados Unidos a las tierras raras. En este sentido, es como hay que interpretar, de un lado, su interés por Groenlandia, en el que se unen elementos de seguridad nacional derivados de la presencia militar norteamericana en la isla, la ruta comercial que se abre con el deshielo y que cada vez cobra una importancia geoestratégica mayor y las reservas de petróleo, gas y minerales. De otro lado, el cambio de postura respecto a la guerra en Ucrania, que le ha llevado a suspender la ayuda militar en tanto el presidente Zelensky no adopte una posición más favorable al acuerdo de paz con Rusia.
No obstante, esta situación también debe relacionarse con la ruptura de las negociaciones para el acuerdo, que proponía ceder a EEUU el 50% de un listado de recursos minerales, entre ellos tierras raras, como compensación por una supuesta ayuda de 500.000 millones de dólares para cubrir los gastos de la guerra. Efectivamente, esta propuesta de pacto ha sido rechazada por el presidente Zelensky por dos razones fundamentales: en primer lugar, porque se estima que la ayuda real proporcionada por la administración norteamericana asciende a 100.000 millones de dólares y no a los 500.000 millones reclamados; y en segundo lugar, porque EEUU no ofrecía garantías de implicarse en el mantenimiento de la paz en el futuro, aunque se lograse un acuerdo ahora. No obstante, no hay que descartar un próximo entendimiento.
El giro que la administración Trump ha dado a la política norteamericana respecto la invasión rusa de Ucrania, que ha merecido el elogio de Moscú y su disposición a vender tierras raras a los EEUU provenientes de territorios ucranianos ocupados, no puede explicarse sólo en función del acceso a recursos minerales, pero evidentemente muestran que si la Unión Europea quiere jugar un papel relevante como actor global garante de la paz en su territorio, debe dar pasos decisivos en la tantas veces invocada autonomía estratégica que pasa, entre otros elementos, por tener garantizada la producción y el procesamiento de las tierras raras, que explican algunos de los nuevos equilibrios geopolíticos y son clave para afianzar las transiciones energética y digital.