
El domingo pasado la analista Leyre Iglesias escribió lo siguiente: "Con el tiempo comprendí lo que nos dijeron nuestros padres, lo que diremos a nuestros hijos: las buenas intenciones no son garantía de nada. En su nombre pueden perpetrarse los peores actos o, al menos, los más desafortunados".
Esta mujer, nacida en 1985, ha crecido con la nueva generación de políticos que encabeza Pedro Sánchez y en la que se incluye el desastre que fue Ciudadanos. Esa generación de jóvenes que decían venir a perfeccionar nuestra democracia y a ocuparse de los grandes problemas cotidianos (la educación, el empleo), que prometieron una España mejor y dejaron en muchos sentidos una España peor: más dividida, más enfadada, más desigual. Un país de sectas.
Estos argumentos son también de Leyre Iglesias, quien sostiene que las buenas intenciones no conducen a hacer buenos actos y políticas buenas. A menudo conducen a lo contrario.
"No equivocarse, creo, pasa por resistir tres tentaciones: el canto de la mayoría -somos mayoría, tenemos razón-, que tanto reconforta; el canto del populismo -estos son los malos, estos son los buenos-, que tanto simplifica; y el canto, sí, de las buenas intenciones -si mi objetivo es loable, cualquier medio para alcanzarlo lo es-, que simplifica y reconforta al mismo tiempo".
Acordar cualquier cosa con los enemigos de España a cambio de sus votos en el Congreso de los Diputados no puede ser bueno par los españoles, y menos cuando esos acuerdos implican dos cosas: una, desmantelar el Estado en Cataluña y en el País Vasco; dos, trasladar el dinero de todos hacia Cataluña y avalar esa estafa llamada cupo vasco.
El caso vasco es de traca. Un ejemplo: allí las pensiones generan un déficit altísimo que pagamos el resto de los españoles, pues los habitantes del País Vasco no ponen ni un euro. Este atraco viene de atrás, pero ahora Sánchez ha entregado la gestión de la Seguridad Social al Gobierno vasco. ¡Vaya regalo de Reyes!
En la perspectiva inmediata está desmantelar la Agencia Tributaria en Cataluña y eso significa rebajar los recursos públicos al resto de España. ¿Cómo van a querer la independencia los separatistas catalanes si Sánchez retirará de allí al Estado? Dándoles todo el dinero que le pidan para que él pueda celebrar en La Moncloa las navidades de 2025.
Con cada nuevo disparate que él y su Gobierno perpetran, Sánchez no permite ninguna discusión. Le basta con echar la culpa de todo a la fachosfera, es decir, al PP y a Vox.
La última jugada -por ahora- se llama Muface y si no lo arreglan dejará sin asistencia sanitaria a cientos de miles de funcionarios, que pasarán al sistema sanitario público colmatándolo.
A estas alturas uno ya no sabe si el sanchismo está plagado de buenas intenciones, pero lo que sí tengo muy claro es que el objetivo principal (quizás el único) de Sánchez es seguir en La Moncloa repartiendo regalos entre sus seguidores, cual rey Baltasar. Lo verdaderamente chocante es que este caballero, que está con el agua judicial al cuello, tenga aún millones de votantes dispuestos a mantenerlo donde está.