
Una vez más, un nuevo año comenzará rodeado de incertidumbres sobre la economía global. Así ocurrió también con 2024 y es cierto que varias de sus amenazas no se materializaron o se mitigaron.
El caso de 2025, no obstante, amenaza con ser diferente, dado que un factor desestabilizador de primer orden, una nueva guerra comercial, amenaza con desencadenarse. No basta para disipar los temores el argumento de que el Donald Trump proteccionista y anti-globalización es un viejo conocido.
Existen diferencias clave entre su primer mandato y el que se inicia en enero capaces de multiplicar los daños de sus decisiones. Estas últimas cuentan ahora con el refuerzo del dominio republicano de las cámaras legislativas.
En segundo lugar, debe calibrarse el gran alcance del nuevo enfrentamiento comercial. La guerra no solo amenaza simultáneamente a áreas de tanta envergadura como China, México y Europa. Su rango es también de gran amplitud en cuanto a los productos a los que afectaría, y discurre desde los automóviles a los chips, pasando por los componentes para el sector de la Defensa o los alimentos. Por último, países como China o Alemania afrontan la nueva amenaza con una debilidad que no presentaban en 2017.
No debe extrañar, por tanto, que los expertos vean como un riesgo cierto que el avance del PIB global se ralentice un punto porcentual ya en 2025, y se sitúe por debajo del 3%, lo que a efectos prácticos tendría unas consecuencias cercanas a una recesión global. Se trata de un escenario de alto peligro en el que ni siquiera una economía con tan buenas expectativas como la española –que, además, afronta sus propios retos como la falta de productividad– saldrá indemne.