Opinión

El enigma competitivo de la Unión Europea

  • La clave está en la integridad completa bajo la unificación de los mercados de los miembros

Europa afronta el trascendente reto de revertir el declive de su competitividad económica frente a China y Estados Unidos. En el seno de la Unión Europea se ha abierto una profunda reflexión justo en un momento en el que arrecían los temores de una posible guerra comercial tanto con China, con el coche eléctrico como telón de fondo, como con Estados Unidos, pendiente de la incierta política de la Administración que salga de las próximas elecciones de noviembre próximo.

Tanto las conclusiones del reciente 'Informe Draghi', presentadas por el expresidente del Banco Central Europeo el mes pasado en Bruselas, como las que antes del verano recogió el 'Informe Letta' elaborado por el ex primer ministro italiano por encargo del Consejo y la Comisión Europea, recogen la necesidad de seguir profundizando en la construcción del mercado único y muy especialmente en lo que se refiere al mercado de capitales.

Más allá de estas recomendaciones, parece adecuado revisar siquiera brevemente de dónde venimos y cuáles han sido los factores que han propiciado el declive comercial europeo.

La mayor apertura comercial de Europa, que coincidió con la creación del mercado único de la UE y la firma del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) de la ONU, ha sido un éxito. S&P Global Ratings calcula que esta apertura ha enriquecido en 19.000 euros al ciudadano medio de la UE y ha contribuido en un 5% al aumento acumulado del PIB per cápita desde mediados de los años noventa, sobre todo por el fomento de la productividad laboral.

Sin embargo, hay signos de fatiga en esta estrategia. El superávit comercial de la UE, que sigue siendo significativo, del 3,7% del PIB en 2023, ha disminuido casi un punto porcentual desde que alcanzó su máximo en 2015. El crecimiento del comercio mundial se ha ralentizado al 2% anual de media desde la pandemia, frente al 5,7% de los 25 años anteriores. Esta desaceleración es atribuible en gran medida a la pandemia y a los acontecimientos geopolíticos que han limitado la expansión de las cadenas de valor y el comercio de bienes intermedios. Sin embargo, Europa también está perdiendo cuota de mercado, principalmente a favor de China, en el comercio internacional de mercancías, que representa la mayor parte del comercio mundial.

La reciente caída de la cuota europea en el comercio mundial es atribuible, en parte, al aumento del coste de las importaciones energéticas que siguió a la invasión de Ucrania por Rusia en 2022. Europa, en ese momento, dependía en gran medida de las importaciones de energía de Rusia, y la perturbación resultante hizo que el valor de las importaciones de energía a Europa aumentara en 4 puntos porcentuales (pp) del PIB en 2022. Ello provocó un deterioro sin precedentes de la relación de intercambio y un descenso de la competitividad de las exportaciones.

El choque impulsó a las industrias de alto consumo energético, como la metalúrgica, la química y la papelera, sobre todo en Alemania, los Países Bajos y algunos países de Europa del Este, a trasladar su producción (principalmente a China en el caso de la industria química alemana). Esta deslocalización provocó un descenso de 5 puntos porcentuales en la producción manufacturera europea, que no terminó hasta finales de 2023, cuando los costes energéticos se normalizaron tras los importantes esfuerzos europeos por sustituir la energía barata rusa.

El coste de la energía no lo es todo. La posición de Europa en el comercio mundial se ve amenazada por sus dos principales socios comerciales, EE.UU. y China. En 2023, la UE tenía un superávit comercial de 113.000 millones de euros con EE.UU. y un déficit comercial de 187.000 millones de euros con China. Existe el riesgo de que EE.UU. aumente los aranceles sobre los productos importados, en función del resultado de sus elecciones. Mientras tanto, China sigue aplicando una política de aumento de su valor añadido en sectores en los que Europa ha destacado tradicionalmente. Es más, China ha iniciado recientemente una investigación sobre algunas exportaciones europeas en respuesta a los aranceles impuestos por la UE a las importaciones de vehículos eléctricos (VE) procedentes de China.

Las exportaciones de bienes a Estados Unidos representan alrededor del 2,6% del PIB de la UE, mientras que las exportaciones a China rondan el 1,5%. Aproximadamente la mitad de ese comercio es valor añadido europeo. Entre las mayores economías regionales, Alemania es, como era de esperar, la más expuesta a estos flujos.

El anterior aumento de los aranceles estadounidenses, en 2019, tuvo un efecto mínimo en la economía europea, ya que afectó a muy pocos sectores y fue temporal. Esta vez, el riesgo es más significativo. Si la próxima administración estadounidense impone un aumento arancelario generalizado del 10% a las importaciones procedentes de Europa, estimamos que esto podría recortar aproximadamente un 0,2% del PIB europeo y un 0,4% de las exportaciones brutas, sobre la base de un promedio de elasticidades de referencia.

En términos de exportaciones brutas, Estados Unidos sigue siendo el socio comercial más importante para la UE en comparación con China. En 2019, antes de la pandemia, China representaba el 10% de las exportaciones totales de la UE, mientras que Estados Unidos suponía el 17%. Esa diferencia es casi igual de importante tanto en las exportaciones de bienes (11% a China frente a 19% a EE.UU.) como en las exportaciones de servicios comercializables (9% a China frente a 16% a EE.UU.). Sin embargo, la emergencia de China como destino de las exportaciones ha sido notable desde 1995, y la diferencia entre China y EE.UU. se está reduciendo en todos los sectores.

También es importante reconocer que el comercio de Europa con EE.UU. y China difiere en su naturaleza. EE.UU. es un destino clave para los productos farmacéuticos europeos, con cerca del 50% de las exportaciones del sector. Por su parte, China se ha convertido en el principal destino de las exportaciones europeas de informática, electrónica y óptica, superando a Estados Unidos. En cuanto a la industria europea de metales básicos, China y EE.UU. están ahora a la par como socios comerciales, aunque sus tendencias son divergentes, con una trayectoria ascendente para China y descendente para EE.UU.

La dependencia tecnológica de la Unión Europea sigue inclinándose hacia Estados Unidos

La tecnología desempeña un papel importante en la dependencia europea de EE.UU. y China. Las investigaciones demuestran que la economía de la UE depende más de EE.UU. en materia tecnológica, debido principalmente al alcance mundial de las tecnologías estadounidenses (véase «Influencia mundial de los inventos y soberanía tecnológica», Zew Policy Brief, febrero de 2024). Sin embargo, Europa depende de ambos países en este aspecto.

Curiosamente, la erosión del superávit comercial europeo ha coincidido con una menor propensión de la región a invertir el ahorro, sobre todo en investigación y desarrollo (I+D) y tecnología. En su lugar, el ahorro se ha reorientado hacia el saneamiento de los balances nacionales, tras la crisis financiera mundial y la crisis de la deuda de la eurozona, y la inversión extranjera. En consecuencia, Europa ha retrocedido en términos de solicitudes mundiales de patentes en relación con otros países, y especialmente con China. En términos absolutos, el número de solicitudes de patentes europeas se ha estancado desde 2019.

La culpa de la creciente brecha tecnológica entre Europa y Estados Unidos y China se atribuye a menudo a la falta de financiación para la innovación y al fracaso en la ampliación de las empresas innovadoras, dejándolas en un espacio tecnológico intermedio. Esta es una de las razones por las que seguimos abogando por una unión de los mercados de capitales, con el objetivo de reforzar la base de capital de las pequeñas y medianas empresas. Sin embargo, el creciente déficit tecnológico y el declive de la competitividad de Europa no son inevitables.

Creemos que la economía de la UE tiene opciones para invertir su declive en competitividad y, además, que las palancas a su disposición se alinean con la apertura inherente al ADN de la UE. Entre ellas figuran una mayor integración europea, sobre todo mediante la unificación de los mercados de la energía y de capitales, la simplificación de la normativa empresarial, el fomento de la inversión en las industrias nacionales y la creación de iniciativas de apoyo a la innovación y a las empresas innovadoras. Si Europa es capaz de aprovechar estas oportunidades, aún puede escapar de las fauces de la trampa de la tecnología intermedia.

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