
A veces me pregunto si vivimos en una novela de ciencia ficción escrita por un autor con demasiado tiempo libre y una obsesión maníaca por los acrónimos. Y aunque he visto suficientes distopías cinematográficas para temer que un día las máquinas nos dominen, hoy no quiero alentaros a debatir si Skynet es una realidad o si estamos dentro de una gran simulación. Esa tertulia son palabras mayores que dejamos en manos de personas tan singulares como Musk o Bostrom.
Decir que vivimos en una era donde los acrónimos son los nuevos dioses y la tecnología el nuevo evangelio no debería sorprendernos. Por supuesto, no hay siglas más veneradas en toda tecnológica puntera que las dos grandes vocales: IA. Más allá de la endiosada (y con razón) Inteligencia Artificial, todo el ámbito tech habla en siglas. Las siglas son el nuevo negro: IA, API, API IA, y mañana más. Y cada mañana mejor, con un sinfín de posibilidades mejorando cualquier ámbito de la humanidad que queramos tecnocratizar. Y es bueno saber que va más allá de un sector burbuja, y que estas abreviaturas están más presentes de lo que imaginamos, llegando a transformar, y no es ninguna broma, nuestra forma de vida. Desde el próximo vídeo que te aparecerá en TikTok hasta cuál será la vivienda en la que vivirás el resto de tu vida.
Nick Bostrom relataba en su libro "Superintelligence: Paths, Dangers, Strategies" cómo en 1997 Garry Kasparov, el campeón mundial de ajedrez, fue derrotado por Deep Blue, la supercomputadora de IBM. ¿Os acordáis? Este momento fue un punto de inflexión en nuestra relación con las máquinas.
Lo destacable de Kasparov es que no se rindió; en lugar de eso, decidió colaborar con la vencedora tecnología para mejorar su técnica de juego, demostrando que la sinergia podía llevarnos todavía más lejos.
Salvando distancias, hoy se replica la buena decisión de Kasparov en muchos sectores. En el ámbito hipotecario, la IA se ha convertido en una aliada incómoda pero indispensable que para desentrañar nuestros errores y llevarnos a la cúspide de la eficiencia.
¿Quién necesita un analista de riesgos cuando tienes un algoritmo avanzado que puede evaluar tu capacidad crediticia en segundos?
La IA es capaz de analizar enormes volúmenes de datos con una precisión que haría llorar a cualquier economista, pero dicho acto nos puede hacer replantearnos si estamos preparados para confiar en que una máquina tome decisiones tan importantes como dónde dormirán nuestros hijos en los próximos años.
Gran parte de mi día lo dedico precisamente a diseñar y poner en marcha las arterias invisibles de este nuevo ecosistema. IA es al cerebro lo que las APIs son a las venas. Permiten que bancos, tasadoras, gestorías y notarías se comuniquen en tiempo real, convirtiendo lo que antes era un laberinto burocrático en un proceso ágil y fluido. Sin embargo, debemos tener en cuenta la seguridad y privacidad de nuestros datos en este intercambio constante de información.
Aquí es donde la ironía se pone interesante. Bostrom nos advierte sobre los peligros de depender demasiado de la IA. ¿Qué sucede cuando la inteligencia artificial se convierte en una caja negra, tomando decisiones que ni siquiera sus creadores pueden entender?
Ya lo estamos viendo con ChatGPT. En el ámbito hipotecario, esto podría resultar en decisiones injustas sin posibilidad de apelación, como un juez dictando sentencia sin escuchar los argumentos de la defensa.
Luego está la cuestión de la personalización del servicio. Gracias a la IA, los chatbots pueden interactuar con nosotros en cualquier momento del día, respondiendo preguntas y guiándonos a través de cualquier proceso. Nos despedimos de los mensajes programados y las cadenas automáticas sin fin. ¿No es eso lo que siempre hemos querido? ¿Queremos un servicio que entienda nuestras necesidades y nos trate como individuos únicos con suficiente inmediatez como para que nos quedemos satisfechos? Realmente nos preguntamos si nos gustaría que comprendieran nuestras emociones y respondieran a ellas modificando su tono de voz y latencia.
Me fascinan las empresas que lideran con IA generativa de tecnología propia. En nuestro caso, nuestra Mar IA cuenta con la capacidad de predecir en segundos tendencias en el mercado inmobiliario. Utilizando algoritmos avanzados, puede analizar datos históricos y actuales para identificar patrones y prever cambios. Esto es lo que nos permite a las empresas anticiparnos a las fluctuaciones del mercado y ajustar estrategias en consecuencia.
La IA no solo opera con una eficiencia incomparable, sino que también revela perspectivas y soluciones que a menudo nos pasan desapercibidas. Su capacidad para prever y gestionar datos con un rigor proféticos asegura que sus predicciones sean confiables. Mar IA se erige como una guardiana de la seguridad y la fiabilidad, integrándose con una fluidez que redefine el concepto de colaboración tecnológica.
El debate no deja de ser complejo y multifacético. Aunque disponemos del potencial de hacer que el proceso hipotecario sea más eficiente, transparente, gratuito y accesible para todos, también nos surgen preguntas importantes sobre la deshumanización, la seguridad de los datos y la confiabilidad de las predicciones basadas en algoritmos. Como sociedad, debemos encontrar un equilibrio entre aprovechar los beneficios de la tecnología y mantener la humanidad en nuestras interacciones y decisiones.
Como bien nos recuerda Bostrom, un gran poder conlleva una gran responsabilidad. Debemos asegurarnos de que estas herramientas se utilicen de manera ética y responsable, y de que no perdamos de vista la importancia del toque humano en el proceso. Detrás de cada gran inteligencia, hay que saber diseñar algoritmos, entender datos, optimizar el aprendizaje automático, manejar la ética, garantizar la seguridad y aportar la creatividad y el juicio humano que la máquina aún no puede replicar.
Así que la próxima vez que estés buscando hipoteca, piensa en Kasparov y Deep Blue. Piensa en cómo esta colaboración puede llevarte a tu mejor elección. Y recuerda, eso sí, que siempre habrá espacio para el toque humano. Después de todo, somos nosotros los que le damos sentido a todo esto, incluso a los acrónimos.