
No ha tenido que hacer campaña por todo el país, no hubo debates y los votantes o periodistas han tenido pocas oportunidades de hacerle preguntas. La candidatura demócrata a la Presidencia de EEUU le llegó casi por casualidad a Kamala Harris cuando quedó dolorosamente claro que Joe Biden era demasiado viejo y estaba demasiado enfermo para presentarse a un segundo mandato. Pocos días después, tuvo que elaborar y presentar un programa económico y lo cierto es que sus líneas generales solo pueden crear desconfianza.
La herencia que recibe ya es negativa. A pesar de todos los gastos suntuarios y de un crecimiento del PIB notable, las denominadas Bidenomics no ha resultado ser popular entre los votantes, y la economía puede convertirse en su punto débil en otoño.
¿Su gran propuesta? Quiere legislar contra los "precios abusivos", otorgando a la Comisión Federal de Comercio poderes adicionales para investigar los precios de los alimentos e imponer sanciones a los fabricantes y minoristas que suban los precios injustamente. Denunciará la "inflación debida a la codicia" y prometerá que su administración será dura. ¿En serio? En realidad, la legislación sobre precios es una idea ridícula. Para empezar, el Gobierno nunca "sabe" cuál es el precio correcto de nada. La oferta puede haber cambiado, los competidores pueden haber entrado o salido del mercado. O la demanda puede haber aumentado. ¿Quién sabe cuánto debería costar un perrito caliente o una caja de galletas? Además, cientos de años de historia económica demuestran que el control de los precios crea escasez y cuellos de botella en la oferta. No hay razón para esperar que esta vez sea diferente. Y, por último, ignora convenientemente el hecho de que la existencia de uno de los mayores déficits de la historia en tiempos de paz puede tener mucho más que ver con el fomento de la inflación que con los «codiciosos» jefes empresariales.
En las últimas semanas, Harris ha abandonado sus políticas radicales de extrema izquierda de su campaña para 2020. Por ejemplo, ya no quiere prohibir el fracking, una de las mayores industrias de Estados Unidos, al menos de momento. Pero las ha sustituido por un batiburrillo de ideas a medias. En realidad, no tiene ni idea de cómo arreglar la economía, y eso pronto quedará dolorosamente claro.