
Si hay unas elecciones extrañas dentro del panorama democrático, esas son sin duda las elecciones al Parlamento Europeo. Los ciudadanos eligen quienes van a ser sus representantes en el Europarlamento, pero la realidad es que votan en clave interna. En muchos países, no sé si en todos, pero en el nuestro sin duda, no se vota pensando en quiénes queremos que sean nuestros representantes en la Cámara ni cuál sea la composición de esta, sino en si queremos dar un voto de apoyo o castigo a nuestro Gobierno nacional. Y sin embargo, también sabemos que ese apoyo o castigo no va a tener en realidad consecuencias directas, puesto que, a diferencia de las elecciones nacionales (generales, autonómicas o municipales), el resultado no va a modificar el Gobierno en ninguno de esos ámbitos.
Las elecciones europeas del 9 de junio se plantean como una especie de plebiscito sobre Pedro Sánchez. Si el PP gana por muy amplio margen, esto se entenderá como un severo varapalo al PSOE, y si la diferencia es escasa, los socialistas saldrán razonablemente airosos. Pero la cosa no va a pasar de ahí. El Gobierno no va a salir más fuerte o más débil de lo que ya era en función de sus alianzas parlamentarias y de la postura de sus incómodos socios. Habrá sufrido (o no) la desaprobación de la ciudadanía, pero ello no le va a costar el puesto. No, salvo una muy improbable moción de censura. Y a estas alturas, no deben ser muchos los ciudadanos que piensen que vaya a dimitir. ¿Y animarse a convocar elecciones? Grave riesgo, pensemos que ni siquiera está claro si en unas futuras elecciones generales los ciudadanos mantendrían el mismo sentido de voto que en las europeas. Cada tipo de comicios (europeos, nacionales, municipales o autonómicos) tiene unas motivaciones de voto distintas. Recordemos la diferencia entre las pasadas elecciones del 28 de mayo y las del 23 de julio de 2023.
Lo triste del caso es que la composición del futuro Parlamento Europeo debiera importarnos bastante más de lo que parece importarnos. No es lo mismo un Europarlamento con una derecha fuerte y una izquierda débil que viceversa. Ni uno con un gran peso de partidos de extrema derecha o extrema izquierda euroescépticos que otro con dominio de las derechas e izquierdas moderadas y europeístas. Y el caso es que las encuestas ofrecen un panorama preocupante de un Europarlamento muy fragmentado y un previsible crecimiento de los partidos extremos de tinte populista y escaso entusiasmo por Europa.
El Parlamento Europeo nos representa a los ciudadanos de la Unión Europea, pero la realidad es que en sus 67 años de existencia la institución no ha conseguido forjar un verdadero demos europeo. Nos sentimos españoles, franceses o italianos, pero no tanto europeos. Y además la figura del Europarlamento resulta, a ojos del ciudadano común, un tanto opacada por la visibilidad de la Comisión Europea y por el lustre de las reuniones del Consejo Europeo. Y sin embargo, la importancia de la Cámara no es precisamente pequeña.
Según el artículo 14 del Tratado de la UE, el Europarlamento comparte con el Consejo Europeo el poder legislativo, (que se materializa en la aprobación de Reglamentos y Directivas), ejerce con dicho Consejo Europeo la función presupuestaria, y ejerce funciones de control político y consultivas. Y según el artículo 17, es quien elige al presidente de la Comisión aprobando o rechazando al candidato propuesto por el Consejo Europeo, y quien aprueba colegiadamente a la Comisión. Esta por su parte responde ante el Parlamento, que puede someterla a una moción de censura. Su poder es, por tanto, considerable, y aunque no es (o no todavía) exactamente igual que nuestros parlamentos nacionales, se le aproxima mucho. Cómo no va a importarnos su composición.
La forma en que Pedro Sánchez parece estar enfocando estas elecciones europeas muestra que ha entendido el terreno de juego, posiblemente mejor que sus rivales. En las pasadas elecciones generales de julio de 2023 basó su estrategia en el frentismo: un Gobierno progresista, feminista y ecologista, bastión de la democracia, frente a la derecha y la ultraderecha. Luego, en el psicodrama de sus cinco días de reflexión, profundizó la estrategia: democracia frente a fachoesfera, y mi persona como encarnación de la democracia frente a sus enemigos.
Ahora, parece que va a aprovechar el sobreactuado rifirrafe con el presidente argentino Milei para doblar la apuesta. Ya no se trata solo de mi persona frente a la derecha y ultraderecha españolas, sino de mi persona frente a la ominosa figura de la "internacional ultraderechista". El campo de batalla es ahora el Parlamento Europeo. Votar la lista del PSOE en las elecciones europeas es la forma de frenar el asalto de la extrema derecha en Europa, de la misma forma en que la estamos frenando en España. Sánchez ya no es solo el adalid de la democracia en España, sino en todo el continente.
Claro que este mensaje tiene truco: si de lo que se trata es de frenar a la "ultraderecha internacional", votar al PP sería igual de eficaz que votar a Sánchez. Pronto veremos si la estrategia cuela, y si el "prietas las filas" tiene en las europeas el mismo éxito que tiene en casa.