Opinión

Por qué China ofrece evidencia para optimistas y pesimistas por igual

  • China le debe su éxito económico a la imitación tecnológica desde la década de los 90
  • La burocracia en China es excesiva junto a un sector financiero pro desarrollado

Es poco frecuente que las evaluaciones sobre el desempeño y el potencial de una economía diverjan tan marcadamente como sucede en el caso de China. Mientras que algunos economistas elogian los logros pasados y las perspectivas futuras de China, otros se centran en las supuestas fallas de su modelo de desarrollo y sugieren que la trampa del ingreso medio está a la vuelta de la esquina. Pero inclusive más remarcable que la marcada divergencia de opiniones sobre la economía de China es el hecho de que ambas partes pueden reunir una evidencia sólida que respalda sus puntos de vista.

Pocos cuestionarían que China le debe su éxito económico pasado, en gran medida, a la imitación tecnológica, que fue posible y estuvo alimentada por el comercio con economías desarrolladas -y la inversión directa que ellas le inyectaron-, especialmente durante los años 1990 y en la primera década de este siglo. Pero no se puede sostener que traducir la imitación tecnológica en un rápido crecimiento económico no sea un logro. Después de todo, la mayoría de los países de bajos ingresos no han podido hacerlo.

En esta discusión, decir que China todavía carece de algunas tecnologías clave, o que obtuvo gran parte de las tecnologías que tiene gracias al atractivo de su mercado gigantesco, es buscarle la quinta pata al gato. La verdadera medida del éxito tecnológico es la capacidad de convertir las nuevas tecnologías en ganancias, crecimiento y motores de desarrollo. Y China lo ha hecho no solo usando las tecnologías occidentales en su forma original, sino también mejorándolas y adaptándolas vertiginosamente.

Hoy, China lidera sectores como la tecnología 5G, la energía renovable, las baterías de litio y los vehículos eléctricos (VE), y es un líder mundial en inteligencia artificial. La pregunta que deberíamos estar formulando, como alguna vez observó el exsecretario del Tesoro de Estados Unidos Lawrence H. Summers, no es si la proeza tecnológica de China comenzó con la imitación, sino cómo un país con el cuarto del ingreso per cápita de Estados Unidos se las ha ingeniado para producir tantas empresas tecnológicas renombradas a nivel mundial.

Según Keyu Jin de la London School of Economics, la respuesta es simple: China es un país verdaderamente innovador. A los observadores occidentales les cuesta admitirlo, porque sus perspectivas sobre China están muy politizadas. Yasheng Huang del MIT, en cambio, insiste en que lo único que ha hecho China es reconvertir la tecnología occidental, porque las tradiciones chinas arraigadas restringen la innovación. A menos que se rompan esas tradiciones, concluye, la caída económica es prácticamente inevitable.

Ambos economistas brindan evidencia para sus análisis con la que podrían escribir libros enteros. ¿Cómo es posible? Una explicación podría ser que, en la economía política sumamente compleja de China, muchos de los factores que se pueden considerar incompatibles con la innovación están compensados o complementados por políticas y estructuras que permiten la innovación.

Muchas veces se ha dicho que la administración económica verticalista de China -inclusive la amplia implementación de una política industrial estatal y la perpetuación de las grandes empresas del Estado (SOE por su sigla en inglés) en sectores clave- es básicamente incompatible con el dinamismo y la innovación. Los críticos señalan que un control excesivo del gobierno central puede derivar en ineficiencias económicas, mala asignación del capital y distorsiones financieras.

Sin embargo, aún si el gobierno central de China emite políticas unificadoras y documentos estratégicos, también les da a los gobiernos locales un amplio espacio de maniobra para fomentar la innovación en el sector privado, en particular generando un contexto pro-empresarial casi perfecto. Aunque el grado de autonomía del que gozan los gobiernos locales no es estático, existe un amplio respaldo de las políticas diseñadas para la economía local.

Asimismo, los líderes de China entienden que, lejos de perjudicar la competencia, los subsidios pueden fomentarla. Para que unas pocas empresas tecnológicas impulsen el desarrollo de una industria emergente, se deben superar enormes barreras de entrada. En la mayoría de los países occidentales, el respaldo de los mercados financieros y de capital desarrollados hace que esto resulte posible, pero, aun así, las empresas necesitan mucho tiempo para alcanzar escala y competitividad. Dado que esto conlleva costos fijos elevados, los subsidios iniciales son sumamente valiosos -y hasta esenciales.

En China, muchos gobiernos locales están dispuestos a compartir estos costos fijos, y pueden hacerlo, no solo otorgando subsidios, sino también creando fondos de inversión para las industrias emergentes. Esto facilita la entrada al mercado de más empresas, lo que conduce al desarrollo de una mayor capacidad de producción.

De manera crucial, esta capacidad se distribuye en varios espacios, y las empresas operan en mercados individuales sumamente competitivos, en lugar de un mercado único. Como resultado de ello, una participación de mercado dominada por unas pocas corporaciones grandes -como se ve en Estados Unidos, por ejemplo- es poco probable que suceda en la economía industrial de China. En este sentido, la segmentación económica de China -que los críticos suelen citar como una debilidad- es una fuente de fortaleza.

El ecosistema industrial integral de China implica que las empresas ganan una ventaja competitiva gracias a externalidades de red y economías de escala. Esto ayuda a explicar el rápido crecimiento de los sectores de VE y de baterías de litio de China -un logro que los críticos endilgan a los subsidios industriales de China y que los defensores adjudican a un contexto de mercado doméstico competitivo.

Para los críticos de China, la burocracia excesiva, las SOE dominantes, un sector financiero poco desarrollado y los mercados fragmentados militan en contra del crecimiento de una economía altamente dinámica y competitiva. Sin embargo, como podría afirmar cualquiera que viene observando a China desde hace tiempo, la realidad no es tan simple. China es un país enorme, con una larga historia de un estado único, profundas tradiciones culturales y una estructura de gobernanza sumamente compleja, que parece centralizada y descentralizada, rígida y flexible, a la vez. El control verticalista convive con una autonomía a nivel local y una innovación de abajo hacia arriba -y hasta permite que esto sea así-. Este fenómeno de "doble hélice" es el que lleva a análisis radicalmente opuestos de las perspectivas de la economía.

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