
Pedro Sánchez decide "seguir" al frente del Gobierno tras cinco días de reflexión en los que España estuvo en vilo.
El presidente quiere cerrar así una crisis que él mismo provocó y que sometió al país a un nivel de tensión institucional tan inaudito como inútil. Igualmente sorprendentes son las excusas esgrimidas por el líder socialista para justificar su actitud. Es cierto que los políticos deben poner una barrera en los temas personales. Pero su alusión a "diez años de acoso contra él y su familia" son por completo desorbitadas considerando que, solo muy recientemente, se han abierto diligencias judiciales sobre su esposa, sin que esto haya supuesto su imputación.
Es más, en ningún momento se ha cuestionado el derecho de Begoña Gómez ni del propio Sánchez a recurrir a su vez a los tribunales, si se consideran víctimas de un ataque. Todo apunta, por tanto, a que la sobreactuación del jefe del Ejecutivo se debe a meros intereses electorales, en un momento en que varios escándalos acosan a los socialistas. Es el caso de Salvador Illa con la compra de mascarillas y sus relaciones con la trama Koldo. En vísperas de las elecciones catalanas los sondeos muestran que Illa tendrá dificultades para gobernar.
La situación es también complicada para el PSOE respecto a los comicios europeos de junio, donde se prevé un muy fuerte avance del PP. En este contexto, no es casual que Sánchez busque una demostración de fuerza de la izquierda, que no ha sido tal al manifestarse poco más de 12.000 personas el fin de semana. Una debilidad que también persiste en el Congreso y que puede desembocar en un nuevo adelanto electoral.
El Gobierno, por tanto, seguirá atado de pies y manos en la toma de decisiones económicas tras la última acrobacia política del presidente que daña su credibilidad. Una acción que también golpea la imagen de España al interpretar los medios internacionales que todo se debe a un caso de corrupción de la esposa del presidente.