Opinión

¿Es la incertidumbre la nueva certidumbre?

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Históricamente se han producido ciclos económicos positivos y negativos de manera recurrente: la aparición de determinadas tensiones era factorizada por los diferentes actores, lo que conducía a ciclos económicos negativos. Sin embargo, el surgimiento de estas incertidumbres, que podían venir dadas tanto por la propia economía (recalentamiento después de un prolongado ciclo alcista, desajustes macroeconómicos, etc.) o por razones exógenas a ella (conflictos bélicos, crisis del petróleo, pandemia, etc.), estaba normalmente espaciada en el tiempo, de forma que se intercalaban ciclos más o menos largos tanto expansivos como contractivos.

Esta tendencia ha cambiado drásticamente. La globalización de las economías ha hecho que los impactos negativos suelan contagiarse de manera rápida y de manera amplificada, con ejemplos tan reseñables como el impacto que tuvo el bloqueo del Canal de Suez por el buque Ever Given en las cadenas de suministros, por la que un solo barco impactó a la economía global.

El mundo de las transacciones corporativas se ve especialmente impactado por estas situaciones, normalmente en muchos de los casos detectando de manera anticipada estas circunstancias y tomando decisiones de inversión en función de estas previsiones. Así, la aparición (o previsión) de determinadas incertidumbres y tensiones conllevan la reducción de la actividad inversora y, en el caso contrario, la potencial desaparición o mitigación de éstas lleva a periodos de mayor inversión.

En los últimos años nos hemos enfrentado a continuos periodos de incertidumbre. Empezando con la pandemia, con el impacto profundo y negativo que ha tenido (y sigue teniendo) sobre la economía y el modelo productivo, siguiendo con el aumento de la inflación y de los costes de materias primas y energéticos, la guerra de Ucrania, problemas en las cadenas de suministros, conflicto de Gaza, subida de los tipos de interés, etc.

Así, estamos inmersos en un periodo en el que se suceden de manera continuada y a un ritmo vertiginoso factores que han hecho que se tenga que replantear el potencial impacto en la economía, los modelos de negocio y, por tanto, en la valoración de las potenciales inversiones a realizar.

Estos impactos negativos no solo se han sucedido de manera cada vez más cercana en el tiempo, sino que por el citado efecto de la globalización y amplificación, se ha incrementado su efecto en el conjunto de la economía y en el ánimo de los inversores.

Lo cierto es que la vida sigue (y el mundo de las transacciones no iba a ser menos) y, si bien se ha notado cierta ralentización de la actividad transaccional meses atrás, empieza a notarse cierta recuperación, dado que empezamos a estar vacunados ante la reiterada y rápida sucesión de impactos, hasta el punto de gestionar estos impactos como parte integrante de la propia economía.

Se han convertido, por tanto, en un factor más dentro del proceso de toma de decisiones de los inversores, lo que supone que circunstancias que anteriormente tenían un impacto significativo en la percepción de los inversores se empiecen a incluir como uno más a factorizar en las valoraciones de los negocios. Convirtiéndose la incertidumbre en la nueva certidumbre con la que hay que convivir y por tanto hace necesario adaptarse a la misma.

Factorizar y modelizar estas incertidumbres tiene que ser una prioridad de los gestores, ya que deben de ser tenidas en cuenta no sólo como un factor negativo en las valoraciones de los negocios, sino también como un potencial factor positivo de generación de valor como consecuencia de las oportunidades que éstas puedan generar, ya que determinadas incertidumbres podrían aportar valor con la gestión adecuada de las mismas.

En este contexto, se hace especialmente relevante que los modelos de negocio estén construidos desde una perspectiva holística y de creación de valor, y que sean evaluados y actualizados de manera continuada. Igualmente, los modelos de negocio tienen que ser lo suficientemente flexibles y dinámicos para poder factorizar las nuevas circunstancias sobrevenidas a la que vez que puedan aportar soluciones alternativas y planes de contingencia para mitigar los continuos cambios. De tal forma que la robustez de un modelo de negocio se refleje tanto en la capacidad de generar valor como en la capacidad que el propio modelo tiene de factorizar de manera flexible y rápida las nuevas circunstancias.

Esto se torna todavía más relevante en el momento de evaluar y ejecutar una transacción, dado que una adecuada gestión, cuantificación y factorización de las nuevas circunstancias puede ayudar a valoraciones más competitivas y, por tanto, más atractivas.

Por tanto, la incertidumbre no solo es la nueva certidumbre, sino que adicionalmente podría ser un vector de creación de valor en la medida que la misma sea gestionada y factorizada adecuadamente.

Beltrán Romero es Socio de Transaction Services de KPMG en España

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