Veinte años en compañía de Vueling

  • El acceso asequible para viajar es luchar contra las desigualdades sociales
  • Se estima que unos 4.700 millones de personas viajaremos en 2024
elEconomista.es

*Por Santi Vila, ex consejero de Territorio y de Empresa de la Generalitat de Cataluña

Justo en pleno debate sobre el modelo de las compañías aéreas low cost, se cumple el veinte aniversario de la española Vueling, como es sabido, la principal compañía operadora en el aeropuerto Josep Tarradellas de Barcelona-El Prat. Un modelo de negocio que en su día puso el mundo al alcance de millones de ciudadanos de toda clase social, muchos de los cuales hasta entonces apenas habían salido de sus respectivos países. Un modelo que ahora debe hacer frente a retos como la transición ecológica de la aviación, así como a una pertinaz escalada de costes.

Teniendo en cuenta que Immanuel Kant es uno de los filósofos más universales que ha dado la civilización y que esto es así a pesar de que para dejarnos un legado eterno el pensador de Königsberg apenas tuvo que salir de casa, hay que reconocer que lo de viajar quizá esté sobrevalorado. Admitiendo esta posibilidad, no es menos cierto que el progreso de la humanidad tiene que ver con la curiosidad que nos acompaña y distingue como especie, siempre indómita, insaciable y exponencial. Cuanto más sabemos, más conscientes somos de lo que nos queda por saber y, en consecuencia, más ansiamos seguir conociendo. Doy por sentado, además, que, si sabemos más, seremos mejores personas, seguramente uno más de los tantos prejuicios heredados de la Ilustración, pero que al menos a los ciudadanos nacidos en el siglo XX nos reconforta creer.

El caso es que, por necesidad, motivados por las ganas de saber o simplemente de conocer gentes y costumbres distintas a las nuestras, se estima que unos 4.700 millones de personas viajaremos en 2024, todo un récord histórico y aún más un desafío político, económico y ambiental. Es sabido que solo gracias a la existencia de compañías low cost, este logro no solo será posible, sino que seguirá estando al alcance de la mayoría de la población. Porque hasta su aparición, volar era cosa de ricos. Hoy, afortunadamente, quien más quien menos se ha pegado sus bailes en algún club de Manhattan o se ha comido un helado en Taormina.

Ciertamente la democratización del acceso a volar ha comportado problemas de masificación y consumismo, pero más allá de estas pesadillas, sería bueno mantenerse en el convencimiento de que, debidamente cultivado, no hay espíritu insensible a una buena aria en el teatro Marinsky de San Petersburgo, a la monumentalidad de las edificaciones incas en el Machu Picchu o a la espiritualidad del más remoto de los templos budistas en el Extremo Oriente.

Acusar a las compañías low cost de vulgaridad es como reírse del niño que se confunde de tenedor en su primera visita a un gran restaurante; del adolescente que no sabe anudarse una corbata o del adulto que se queda dormido el primer día que escucha la Valquiria de Wagner. Es mirar al dedo, cuando el sabio señala la Luna. Visto así, sorprende que especialmente desde amplios sectores de la izquierda, lo que no son más que claros indicadores de injusta falta de oportunidades, acabe en apasionados discursos turismofóbicos o en defensa del decrecimiento.

Pero para que este modelo de aprendizaje social y cívico siga siendo posible es necesario asegurar su sostenibilidad económica y ambiental. Y es un dato que al menos desde la pandemia, el modelo de negocio low cost que lo hacía viable está ahora en entredicho. Ya hace algunos meses que asistimos a una especie de guerra de guerrillas entre la administración y las empresas, enzarzados en disputas sobre la legalidad de aspectos superfluos que, en realidad, merecen cierta reflexión. Un debate superficial que contradice aspectos tan legítimos como la libertad tarifaria o que puede llegar a coartar la capacidad de elección por parte del consumidor entre una oferta variada. Y es que la fragmentación de los servicios, típicos del modelo low cost, permite que este elija y pague solo aquello que realmente necesita y que las aerolíneas ofrezcan las tarifas más bajas.

Este tipo de discusiones sobre aspectos que vistos en perspectiva parecen más bien de vuelo gallináceo no deberían distraernos de la importancia del modelo low cost en el transporte de pasajeros, y en especial en la aviación, en la medida que este ha sido el causante de tantas cosas buenas para el conjunto de la ciudadanía y las economías. Porque acreditadas las limitaciones de la escuela y de la propia familia como instituciones educativas y formativas capaces de superar las desigualdades de oportunidades marcadas por nuestro origen geográfico o extracción social, parece un objetivo político deseable procurar mantener la accesibilidad popular a viajar y a aprender por uno mismo.

Si ni los maestros ni los padres pueden ya desvelar la vocación y el talento que a todos nos es innato, es necesario que la sociedad articule los mecanismos necesarios para que las circunstancias y quizá la suerte puedan jugar a nuestro favor, en el lugar y el momento más inesperados. El acceso asequible para viajar, como el acceso progresivamente gratuito a un Museo, un Auditorio o a una Biblioteca, son políticas estratégicas en la lucha por la cohesión y en contra de las desigualdades sociales. Porque si tu mundo es tu aldea y pierdes tu trabajo o rompes con tu pareja lo tienes crudo. Pero si tu mundo es el mundo, a cada final le corresponderá, siempre, un nuevo comienzo. Y así hasta el final de los días. Sería bueno que a la hora de expedientar a esta o esa compañía por asuntos menores, los Gobiernos que se precien progresistas lo tuvieran presente.

En el caso particular de Cataluña y en especial de Barcelona, justo en pleno debate sobre la conveniencia o no de ampliar la capacidad del Aeropuerto Josep Tarradellas si no se quiere limitar su capacidad de crecimiento, su confort y su vocación intercontinental, es oportuno recordar que, con más de 110.000 vuelos operados anualmente, la existencia de compañías como Vueling son la garantía de la conectividad de Barcelona con el mundo, en la medida que la compañía de low cost no solo facilita la conectividad para sus clientes, sino también el acceso a otras aerolíneas de largo radio, una conectividad fundamental ante grandes acontecimientos como el MWC o la Copa América.

La capilaridad territorial de Vueling es la mejor garantía de pervivencia de la oferta aérea de larga distancia, que convierte nuestro Planeta en una sólida red de ciudades y territorios interconectados. ¡Mi enhorabuena!