
Los bancos centrales marcan el ritmo de la vida de la gente con la subida y bajada de los tipos de interés, que inmediatamente se traslada al coste de los créditos y a la carestía de la vida. Pero ¿qué pasa cuando la previsión de los sancta sanctórum de la economía falla más que una escopeta de feria? El presidente de la poderosa Reserva Federal, Jerome Powell, hizo el ridículo cuando hasta finales de 2021 pronosticó que la inflación provocada por la pandemia era un "fenómeno transitorio".
En ese momento, el IPC subyacente, que excluye la energía y los alimentos, crecía a un buen ritmo del 4,7 por ciento en Estados Unidos. Los meses siguientes no hizo más que subir provocado, entre otros aspectos, por la invasión rusa de Ucrania. Cuatro meses después, Powell tuvo que incrementar las tasas para poner coto a los precios.
En cuanto a la presidenta del BCE, Christine Lagarde, a finales de 2021 predijo que la inflación terminaría el año siguiente en el 3,2 por ciento. Un mal pronóstico, porque casi alcanzó los dos dígitos, triplicando la estimación de Lagarde, que se quedó con un palmo de narices.
La reducción del precio del dinero y los enormes estímulos fiscales otorgados por parte de los gobiernos durante la pandemia provocaron un incremento inusualmente elevado de los precios por culpa de los ávidos consumidores confinados por el coronavirus. Cuando esta ola inflacionista remitía, la guerra de Ucrania cortó las cadenas de suministro y disparó los precios energéticos, provocando incrementos estratosféricos de muchos servicios, como la electricidad.
Los modelos econométricos de los viejos bancos centrales no supieron predecirlo, lo que obligó a dar un giro de 180 grados y encarecer el precio del dinero para cortar la hemorragia inflacionista, lo que hundió la actividad, sobre todo en Europa.
En mayo pasado, los bancos centrales volvieron a distanciarse del sentimiento del mercado. Tras la quiebra de varios bancos regionales en Estados Unidos, los inversores pensaron que pausarían la subida de tipos de interés, sobre todo por parte de la FED. Sin embargo, no fue así. El evento apenas tuvo repercusión sobre la economía.
El presidente de la Reserva Federal señaló hace unas semanas: "No estamos pensando en absoluto en reducir los tipos de interés", mientras que su colega del BCE insistía en ir analizando la situación en cada consejo celebrado por la institución europea. No obstante, Lagarde llegó a señalar que la política monetaria "no se relajará, al menos, durante los dos próximos trimestres". De hecho, hasta hace unas semanas, ningún analista esperaba una rebaja de los tipos de interés hasta el verano del año que viene.
Sin embargo, la inflación ha vuelto a contradecir a los gurús del sistema monetario internacional, poniendo sus palabras en un brete. La tasa subyacente se situó en el 3,5 por ciento en octubre en Estados Unidos. Si se comparan los últimos seis meses con el mismo periodo del año anterior, la tasa se acerca ya al objetivo del 2 por ciento de la Reserva Federal. Igual que en la eurozona, donde el IPC cayó en medio punto, hasta el 2,4 por ciento, muy próximo a la meta marcada del BCE.
Con estos datos, Powell no tuvo más remedio que dar un volantazo a su estrategia tras el consejo celebrado esta semana. La mayoría de los miembros de la FED admite ya que el año que viene pueden producirse hasta tres rebajas de las tasas de interés, pese a la cautela mostrada hasta ahora. Powell había señalado anteriormente que hay que sufrir antes de una caída de la inflación. Una manera de advertir de un frenazo económico que segaría millones de empleos, según el modelo tradicional.
Pero puede que esta vez todo sea distinto. Con una tasa de paro en el 3,7 por ciento, muy parecida a la registrada cuando la FED comenzó a reducir los tipos en 2022, el aterrizaje suave de la primera economía del mundo puede pasar de espejismo a una realidad. Un hito sin precedentes.
Las declaraciones de Powell reforzaron las subidas de las bolsas y evitaron un crash en los rendimientos de los bonos. Los mercados de renta fija occidentales se habían disparado en las últimas semanas, impulsados por la caída de la inflación y la debilidad económica. El mejor mes para los bonos americanos desde 1985 fue noviembre, su rendimiento cayó del 5 por ciento en octubre a casi el 4,3 por ciento.
Aunque los analistas esperan cuatro o cinco bajadas de tipos y la FED se queda en sólo tres, lo importante es que los primeros recortes en el precio del dinero podrían llegar en primavera, en lugar de en el segundo semestre del año.
¿Y en Europa? Lagarde fue mucho más fría y cautelosa el jueves tras la cita de la institución. Evitó hablar de rebaja de los tipos pese a que redujo las previsiones de inflación para los próximo años a tasas próximas al dos por ciento. ¿Porqué esta resistencia a reconocer la realidad?
Lagarde teme un repunte de la inflación subyacente en los próximos meses por culpa de los costes salariales unitarios. La mitad de los convenios colectivos europeos se revisarán en los próximos meses. Prefiere ser paciente y esperar a conocer el resultado de las negociaciones.
Pero muchos piensa que se equivoca, el efecto del endurecimiento de la política monetaria en los últimos meses comienza a pasar factura a la actividad. El crédito se ha secado para familias y empresas pasando a registrar tasas negativas. Sobre todo, en el sector inmobiliario, donde aparecen los primeros signos preocupantes de impagos, aunque la morosidad sigue bajo control gracias a la venta masiva de las carteras de préstamos con problemas por parte de los bancos, para no ver penalizada su solvencia.
En paralelo, el crecimiento europeo se contrajo al pasar de tasas próximas al 2 por ciento en el tercer trimestre del año al -0,1 por ciento del mismo período de este año. Las previsiones para el que año que viene, expresadas por el gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, en un foro de elEconomista, es que habrá "una recesión técnica", con unas décimas en negativo. Sobre todo en países como Alemania o Francia, que son la locomotora de Europa.
Con este panorama, lo más probable, salvo algún shock imprevisto, es que Lagarde se equivoque de nuevo. Esta vez por exceso de prudencia, y pronto se vea obligada a dar un giro a su discurso y anunciar una reducción de los tipos de interés para impulsar el crédito y la renqueante economía de la eurozona.
Habría sido mejor, admitir la posible relajación de la política monetaria, como hizo Powell hace unos días, para irse ganando la confianza de los mercados y no espantar a los inversores.
PD.-Otra prueba de que Lagarde está dispuesta a actuar sin piedad es la retirada del programa de recompra de deuda pública, que anunció en la pandemia. Comenzará a reducirse en junio y quedará extinguido en 2025. La medida contribuirá a mermar el brío de la economía y a restringir la oferta del crédito. Más en un país como el nuestro, donde la necesidad creciente de financiación del Tesoro obligará a ofrecer condiciones más atractivos para captar el ahorro, en detrimento de los recursos para sufragar la actividad privada.
En este aspecto, la vicepresidenta María Jesús Montero parece no prestar atención a los señales de precaución enviadas tanto por el BCE como por la Comisión Europea. Está semana presentó un techo del gasto público para el Presupuesto de 2024 próximo a los 200.000 millones anuales, sin tener en cuenta la exigente senda de reducción fiscal para los próximos años. El incremento de más del 9 por ciento en el gasto público, contrasta con las recomendaciones de la Autoridad Fiscal, que ve necesario un ajuste del gasto anual superior a los 8.600 millones hasta 2028. Montera sigue negándose a presentar un plan para meter en vereda las cuentas públicas, lo que nos conduce al precipicio.