
Antes de tener un presidente del Gobierno; antes de formar gobierno; antes de casi todo, Sánchez y Díaz han firmado un acuerdo de Gobierno, incluso sin tener los votos para gobernar. A parte de este detalle, han consensuado más de doscientas treinta medidas, algunas de las cuales están importadas directamente de compromisos incumplidos que contrajeron hace tres, cuatro, cinco años. Como si fueran novedades, el candidato a la investidura y la candidata a número dos del candidato se han comportado como si la investidura se hubiera producido.
Pero es posible que lo que hayan hecho sea un programa electoral para enero y esa lista de propósitos postelectorales sea un catálogo de propósitos preelectorales. En el fondo, ni en el programa para el 23 J, ni ahora, se habla de Cataluña, ni de amnistía; es decir, en ambos se trata de hurtar a los españoles lo importante, de engañarlos una vez más con un inventario de ocurrencias que luego no es necesario cumplir.
En el documento de sus intereses personales, adornado como si se tratara de propósitos políticos generales, se contempla entre otras medidas la reducción de la jornada laboral máxima a treinta y siete horas y media a la semana. La primera sorpresa es que los promotores no piensen que hay muchos trabajos en los que no hay un máximo de jornada. Por ejemplo, los periodistas que cubren declaraciones y esperan actos políticos a las nueve, a las diez, a las once de la noche o cuando al político le viene bien. Y que no se haya pensado tampoco en el trabajo a turnos (porque 37,5 por 3 es menos de 24 horas). Pero lo más grave es que esa decisión se adopte en un país cuya productividad no solo no crece, sino que decrece. España es un país poco productivo y uno de sus mayores problemas- situado en el centro del mercado laboral y sus dificultades- es precisamente la baja productividad.
Es una evidencia que la productividad no crecerá recurriendo a la reducción de jornada, una reducción de jornada que ya muchos trabajadores a tiempo parcial mantienen en contra de su voluntad. Porque en España, al no haber empleo suficiente, muchos trabajadores no tienen posibilidad de trabajar a tiempo completo. Y ahora, ese tiempo completo se rebaja y en consecuencia, el trabajador a tiempo parcial trabajará todavía menos. Queda el detalle de que la rebaja de la jornada no lleva aparejada la rebaja del salario. Se trabaja menos, pero se cobra lo mismo. Aunque desde el punto de vista del empresario se trabaja menos, pero se paga más.
Sánchez y Díaz -mejor dicho, el grupo de asesores que les dan los papeles que ellos hacen suyos- están lejos de comprender la realidad. Es al revés. Las cosas se hacen al revés. En un mercado laboral productivo, en el que el empleo fuera suficiente, el desempleo no marcara récords al alza, los beneficios crecieran, los salarios subieran por el aumento de los márgenes, esto es, en un país donde la productividad fuera muy alta, se podría reducir la jornada laboral porque la productividad de las horas trabajadas es alta. Pero no se puede hacer eso en un país con baja productividad. Es decir, primero hay que ser productivos y luego reducir la jornada. Porque si no, puede ocurrir que queramos salir a la calle antes de abrir la puerta. El golpe suele ser muy fuerte. O que se presente un programa de Gobierno antes de conocer si habrá o no investidura.