
El analista de Ignacio Varela ha escrito que las elecciones generales del 23 de julio son fuente inagotable de paradojas. La más espectacular, sin duda, es que el?quinto partido de Cataluña, con poco más de un 1% de los votos emitidos a nivel nacional, resulte ser el más poderoso del Congreso, el único capaz de decidir el futuro de España mediante la voluntad de su líder. Y Varela añade: "Al Capone, convertido en jefe de facto del FBI por gentileza de dos grandes organizaciones policiales mortalmente enfrentadas entre sí".
De todas estas paradojas, la que a mí me resulta más impresentable es lo que ha realizado ahora el sanchismo en torno a los votos llegados del extranjero a la Comunidad de Madrid: primero pidió a la Junta Electoral Provincial que revisara esos votos y la Junta se negó y con buenos argumentos: el control de interventores y miembros de las mesas y el repaso realizado por la propia Junta. Luego, el sanchismo recurrió a la Junta Electoral Central, que volvió a rechazar la revisión, pero el sanchismo no se paró ahí y recurrió al Tribunal Supremo, el cual también negó la revisión.
Pues bien, como yo me temía, el sanchismo puso su demanda en manos del Tribunal Constitucional. Si este le da la razón a Sánchez producirá una crisis letal entre un Tribunal Constitucional tomado por el sanchismo y una Judicatura que el sanchismo quiere deslegitimar.
La toma del Constitucional por parte del sanchismo, que está hoy en manos de Conde-Pumpido y sus mariachis, es lo más parecido a tener en la mano la interpretación de la Constitución, lo cual significará la desaparición de ésta como columna vertebral de la democracia.
Por otro lado está la destrucción del PSOE tal y como se diseñó en la etapa de Felipe González, es decir, un PSOE constitucionalista, alejado del principio plebiscitario de los populismos. Con una vocación mayoritaria y acompañada de autonomía estratégica del proyecto y del partido. Con la convicción adquirida entonces de que todo el proyecto socialista cabe dentro de la Constitución, abandonando, por tanto, las fantasías del 78 como tránsito a un presunto paraíso futuro. Una organización partidaria dotada de organicidad viva y con libertad plena para la discusión.
Pero Sánchez ha renegado de todo aquello y, en palabras del citado Varela, "lo grave no es la mutación genética del Partido Socialista, sino el panorama al que nos aboca. Las elecciones del 23-J han transformado lo que nació como circunstancial –el bibloquismo irreductible– en un rasgo estructural de la política española. Por un lado, el entramado institucional procedente del 78 está siendo progresivamente neutralizado hasta dejarlo en vigor solo formalmente, pero materialmente inane y completamente desbordado en la práctica cotidiana. Por el otro, no existe fuerza ni capacidad para sustituirlo por un orden constitucional alternativo".
Ello nos conduce hacia una situación imposible: la destrucción constitucional. Eso sí, con una Constitución aparentemente vigente, pero apagada y sin fuerza coercitiva, pues en última instancia la decisión quedará en manos de leguleyos sanchistas presididos por un juez como Conde-Pumpido, un seguidor fiel de su jefe que hoy se llama Pedro Sánchez. "Es decir, parálisis asegurada para España y barra libre para sus enemigos" (Varela dixit).