
La receta que ha planteado la última reforma de pensiones consiste en una subida de cotizaciones que incluye, entre otras medidas, la creación de una cuota adicional, llamada Mecanismo de Equidad Intergeneracional (MEI).
Dicha tasa se aplicará sobre todos los salarios e irá del 0,6% este año hasta el 1,2% en 2029. Pero su recaudación no servirá para pagar las prestaciones sino para llenar el Fondo de Reserva, la famosa hucha de las pensiones.
De hecho, el presidente Sánchez y el ministro Escrivá han prometido que la hucha alcanzará 130.000 millones a finales de la década.
El problema es que el sistema es deficitario desde 2011 y la Seguridad Social necesita año a año los traspasos del Estado dentro de los Presupuestos para pagar las prestaciones (39.000 millones en 2022). Es decir: el sistema requiere las cuotas del MEI para pagar las pensiones actuales. Pero el Gobierno cierra los ojos a la realidad y prefiere incrementar la deuda de la Seguridad Social.
Ello pese a que el pasivo de esta administración se ha quintuplicado desde 2016 hasta superar los 106.000 millones. Los economistas apuntan a que con ello el Gobierno quiere dar la sensación de que todo va bien, creando una falsa sensación de ahorro. Una flagrante maquillaje estadístico que no responde a la realidad de los desequilibrios de un sistema que, lejos de lo que vende Escrivá, la reforma de pensiones no soluciona.
Así lo indica la AIReF que prevé un alza del déficit del 1,1% en 2050 por el mayor gasto generado por la jubilación de la generación del baby boom y por una normativa que incluye medidas tan costosas como ligar la subida de las pagas al IPC. Es evidente que el Gobierno ha optado por la mejora cosmética obviando que la reforma en pensiones es claramente insuficiente para paliar los desequilibrios del sistema.