Siete meses después de que el lanzamiento de ChatGPT desatara la locura por la inteligencia artificial (además de una investigación de la Agencia Española de Protección de Datos), la sociedad no se pone de acuerdo: ¿será la próxima revolución tecnológica o la máquina del día del juicio final? No tiene que elegir, ya que la inteligencia artificial (IA) brinda oportunidades, pero ni la expectación ni el miedo actuales están justificados.
La IA evoca imágenes de robots de ciencia ficción, buenos y malos, y reaviva en la actualidad tanto la euforia como el terror, pero la realidad es mucho más trivial. La expresión inteligencia artificial hace referencia al "aprendizaje automático" de algoritmos que generan textos, imágenes, vídeos, código informático u otros contenidos basados en datos a través de un proceso de programación previo. ChatGPT es una de las muchas aplicaciones de "IA generativa" que, conocida como modelo grande de lenguaje, es capaz de dar respuestas aparentemente humanas a peticiones sencillas. Es decir, cuando contesta preguntas y escribe parece inteligente, pero, en realidad, se limita a reproducir aquello para lo que fue programada.
Con todo, la IA ha generado mucho entusiasmo y temor. A los agoreros les preocupa el contenido ultrafalso (vídeos o audios falsos hiperrealistas que han sido editados con IA y usan la imagen o voz de una persona), los robos de identidad mediante la clonación de la voz y de información personal, las amenazas a la ciberseguridad y la supuesta burbuja inversora en torno a esta tecnología. Un funcionario estadounidense responsable de ciberseguridad advirtió de que la IA suponía una posible "amenaza de extinción" para la humanidad, haciéndose eco de las ambiguas declaraciones de algunos líderes tecnológicos. La lenta tramitación de la Ley de Inteligencia Artificial de la Unión Europea y las "esperanzas" de que la Presidencia española del Consejo de la UE impulse su regulación no ayudan a disipar esos temores. Por su parte, los partidarios de la IA dicen que esta "cambiará el mundo", imaginando un futuro utópico y copiosas ganancias para los inversores pioneros en este campo.
Ambas posturas son exageradas. Para empezar, con respecto a una posible burbuja, abundan las noticias sobre que no tardará en estallar por la enorme afluencia de inversiones. Para el Bank of America, la burbuja está en una fase inicial, y señala que las rentabilidades son altas, pero no tanto como en otras ocasiones. En cuanto a los efectos sociales, ya sea sobre el empleo, la privacidad, la seguridad u otra cuestión, son impredecibles: podrían ser positivos o negativos, o las dos cosas a la vez; o insignificantes, como ocurrió con la impresión doméstica en 3D hace diez años, ¿lo recuerdan?
El impacto social se extenderá a lo largo de muchos años, pero los mercados oscilan en función de las tendencias que afectarán a los resultados empresariales en los próximos 3 a 30 meses vista. Las estafas relacionadas con la IA implican un riesgo en el presente, pero no son un fenómeno nuevo ni exclusivo de esta tecnología, porque siempre ha habido estafadores y, más allá de la apariencia, los delitos son muy similares.
Ahora bien, ¿la inteligencia artificial impulsará la economía y las bolsas? No parece probable. Si bien es cierto que en 2023 todo el revuelo generado ha aupado las acciones tecnológicas hasta el 33,6 % (en EUR) y los semiconductores, que son fundamentales para su desarrollo, se dispararon un 56 %, esto es fruto del auge de los títulos de calidad y de la recuperación tras el desplome de 2022.
Tengan en cuenta que la recesión no se ha hecho sentir (aún) ni en Estados Unidos ni a escala mundial, mientras que, en la eurozona, las contracciones del cuarto trimestre de 2022 y el primero de 2023 fueron de escasa importancia. Los títulos de valor no se han visto tan penalizados como para protagonizar un rebote. Sin embargo, persiste el temor a la recesión y, por ello, los mercados están dispuestos a pagar una prima por las empresas capaces de aumentar sus ingresos de forma fiable en una economía que parece avanzar con dificultad. Son títulos de crecimiento genuino, y no abundan.
Así pues, los principales valores de crecimiento han tomado la delantera en las bolsas. La IA es uno de los motivos que lo explican, sobre todo en el segmento de los semiconductores, pero no el único. Además, aún no estamos en una etapa revolucionaria de la IA. De hecho, tras sondear a cientos de empresas, he comprobado que sus aplicaciones prácticas son muy sencillas, como la automatización de tareas repetitivas, ciertos trabajos administrativos y contenidos insustanciales con fines comerciales.
La IA no es nueva. En España, el Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial del Consejo Superior de Investigaciones Científicas cumplirá 30 años en 2024. Las empresas emergentes dedicadas a la tecnología estuvieron años captando capital riesgo antes del lanzamiento de ChatGPT y las grandes tecnológicas utilizaban sus departamentos más rentables para subvencionar su investigación y desarrollo. Esto les daba ventaja sobre las pequeñas empresas emergentes, porque la capacidad de computación necesaria para entrenar estos sistemas es enorme... y carísima. Por eso las grandes empresas de chips, software, análisis de datos y búsquedas dominan esta tecnología actualmente.
Pese a todo, intentar descubrir en este vasto universo a los ganadores a largo plazo es una tarea inútil. Ni siquiera la crisis de las empresas emergentes de Silicon Valley ha conseguido rebajar el entusiasmo por las pequeñas empresas especializadas en IA. Ahora que surgen copias de ChatGPT por doquier, ¿cuáles podrán generar márgenes de beneficio que justifiquen las primas en sus valoraciones? Nunca se sabe.
Aunque cierta exposición a la IA pueda ser rentable, no debería ser un factor decisivo a la hora de comprar o evitar una acción o sector. Busquen títulos de crecimiento de calidad y, si la IA impulsa parcialmente su revalorización, adelante, pero si este es el único factor de crecimiento, mejor evítenlos.