
La inteligencia artificial está llamando a la puerta de la industria -de las industrias- con la fuerza propia de las grandes revoluciones industriales. Esta pujante tecnología, temida y admirada a partes iguales, suscita grandes debates dentro de los propios agentes de la industria ante el potencial disruptivo que plantea; y es que muy pocas actividades podrían quedar fuera del alcance de esta innovación.
Es por ello que es importante tener en cuenta una serie de consideraciones que permitirán integrar la inteligencia artificial sin con ello desencadenar los fantasmas que ya empiezan a pintar algunos agentes, fantasmas que responden en gran medida a la incertidumbre que plantean los grandes procesos transformadores. Pero esta transformación tiene que hacerse con vigilancia y diligencia. Como toda gran innovación, la inteligencia artificial necesita el respaldo de grandes inversiones y de un enfoque organizado destinado a crear la infraestructura necesaria para el desarrollo de esta tecnología. Este enfoque debe comprender todas las fases de explotación de la principal materia prima de la inteligencia artificial: los datos. Hay que crear procesos para su extracción, almacenamiento, flujos y conversión para su uso empresarial.
Junto a estos procesos, es importante establecer un diccionario de datos y una gobernanza que permitan armonizar a nivel global la percepción que se tiene de esta tecnología, especialmente para abordar los riesgos desde una posición lo más común posible.
Y es que no se puede abordar la integración de la inteligencia artificial sin dedicar un capítulo a los riesgos que acarrea. Para ello partimos de la interconexión del mundo, construida en base a datos y redes de información, por lo que hay que incorporar la ciberseguridad a la ecuación. Entre los riesgos destacan los de naturaleza ética, que plantean cuestiones tan necesarias como la trazabilidad de los datos o su fiabilidad.
Pero uno de los riesgos más importantes no está tan directamente relacionado con los resultados y su calidad, sino más bien con los procesos. La inteligencia artificial depara resultados basados en millones de cálculos, cálculos que necesitan de procesos técnicos que los soporten. Esto conlleva un alto consumo energético que convendría no descuidar si no se quiere sacar la sostenibilidad del eje de actividad. Asimismo, la implantación de una nueva tecnología requiere de una gran inversión en conocimiento humano. La inteligencia artificial no deja de ser una herramienta para facilitar la vida de las personas, pero estas deben contar con la capacitación necesaria para estar siempre por encima de las capacidades de la máquina. La ciencia y la tecnología están en constante evolución, por lo que hay que asegurarse de que el conocimiento humano está a la altura de desafíos cada vez más disruptivos.
Este conocimiento, además, tiene que ser transversal, como transversal es la capacidad de la inteligencia artificial. Sus capacidades se están filtrando a través de todo el tejido productivo, con independencia de sectores y geografías, por lo que prácticamente todos caemos dentro de su rango de acción.
Esto nos obliga a acercarnos a esta tecnología para comprenderla e integrarla en nuestros procesos, que, en el caso de una empresa especializada en gestión de activos nos ha ayudado a crear comentarios de lenguaje natural para 300 de nuestros fondos, chatbots para comunicarnos con nuestros profesionales o el desarrollo de soluciones automatizadas de gestión de carteras multifactor, entre otras cuestiones.
Lo que es fundamental es no perder el foco del objetivo de cada organización, ya que la inteligencia puede ofrecer grandísimas soluciones, pero sus capacidades se desvanecen si no se aplican con un propósito que justifique su naturaleza.