
El dato provisional del IPC español en junio se sitúa por debajo del 2%, en tasa interanual, por primera vez en más de dos años. Es una cifra positiva en la que, no obstante, conviene ahondar, con objeto de no incurrir en un triunfalismo que dé por resuelto, de forma precipitada, el problema de la alta inflación. En primer lugar, debe resaltarse que el descenso de la tasa interanual debe mucho al llamado efecto escalón, de naturaleza puramente estadística. En otras palabras, los precios subían en junio de 2022, en pleno auge de la crisis energética provocada por la guerra de Ucrania, mucho más rápido que ahora, a una tasa que superaba el 10%. En comparación, resulta inevitable que los precios muestran ahora un avance mucho más moderado, pero eso no quiere decir que hayan dejado de crecer. De hecho, en la comparativa con respecto a mayo, el IPC de junio se eleva un 0,6%, una de las tasas más elevadas en esta escala de lo que llevamos 2023. En segundo lugar, la inflación subyacente española (que excluye la energía y los alimentos frescos) baja solamente dos décimas, hasta el 5,9%, con la perspectiva de que sea incapaz de descender del 4% en todo lo que queda de año. Por último, debe vigilarse de cerca la marcha de la inflación en Alemania, la economía que realmente marca las decisiones del BCE, y desde la locomotora europea llegan malas noticias. Su IPC general repunta en junio tres décimas, hasta el 6,4%, mientras el subyacente llega al 5,8% (frente al 5,4% de mayo). La eurozona, y con ella España sigue sumida en un problema de alta inflación que no solo anima al BCE a seguir elevando los tipos. Además, continuará afectando a la capacidad de consumo e inversión de empresas y hogares.