En este mundo, sólo hay dos cosas seguras, la muerte y pagar impuestos" (Benjamin Franklin, Daniel Defoe y Christopher Bullock, 1716). Con esta cita comienzo mi segundo libro, Y esto, ¿Quién lo paga? Economía para adultos (Debate 2023). Seguramente, no hay mayor certeza de la muerte que en tiempos de destrucción, que en tiempos de pandemia y de guerra. Y en los tres últimos años, hemos sufrido la peor pandemia de los últimos cien años, que ha estado acompañada de las mayores restricciones de a la libertad personal que el mundo ha conocido.
Cuando no habíamos terminado de salir de la pandemia, volvimos a tener una guerra en Europa, cuando Putin, sin molestarse en declarar la guerra, invadió Ucrania, en el peor episodio bélico en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Las consecuencias económicas de esta guerra, que no ha concluido y se sigue prolongando, son importantes, y no solo para los contendientes. La razón es que ya teníamos una incipiente crisis energética, y la inflación ya se había instalado en casi todo el mundo, ya antes de la guerra.
Cualquier ciudadano se pregunta ante esto, en primer lugar, esta sucesión de crisis, ¿Cómo se paga? y, en segundo lugar, esto ¿Quién lo paga? No todo se paga mediante impuestos, pero muchas cosas, inevitablemente sí. Por ejemplo, en una pandemia, la atención sanitaria y especialmente la investigación y distribución de las vacunas, tiene un enorme coste. Por otra parte, como estamos hablando de una pandemia causada por el virus más contagioso de la historia, hay que vacunar a un enorme porcentaje de la población, quiera y pueda pagarlo, o no. Por eso, en ningún momento de la historia, se puede ver más claro que los impuestos son, como señalaba Oliver Wendell Holmes, el precio que pagamos por la civilización, que en los tiempos malditos de una pandemia.
Una guerra también se financia con impuestos. Los ucranianos están defendiendo su libertad, independencia y democracia, con un enorme sacrificio, pero esto no hubiese sido suficiente sin las armas occidentales, que pagan los contribuyentes europeos y norteamericanos.
Además de todo esto, que no es poco, en España, en Europa, y en general en el mundo, nos enfrentamos a enormes retos. Por una parte, nos hemos embarcado en una transición ecológica, que es, fundamentalmente, un cambio en las formas de producción y utilización de energía, hacia un mundo con muchísimas menos emisiones de gases de efecto invernadero. No nos queda más remedio que hacerlo, porque no se pueden alterar los equilibrios generales de la atmósfera a nivel planetario, y al mismo tiempo, esperar que no pase nada, y, sobre todo, que no nos pase nada. Sin embargo, internalizar masivamente costes que antes no se pagaban no es precisamente gratis, sino que es un coste que hay que pagar. En buena medida, esto también se acaba soportando con mayores impuestos medioambientales, pero también con menor crecimiento y más gasto público.
Por otra parte, la natalidad se está reduciendo en el mundo entero, mientras aumenta la esperanza de vida. España, antes de la COVID, era el segundo país del mundo en esperanza de vida. Esto significa que la población envejece, lo que plantea un reto importantísimo para financiar las pensiones. Tradicionalmente, las pensiones se han financiado con las cotizaciones de los trabajadores en activo, pero en los últimos años se está recurriendo masivamente al sistema fiscal, a los impuestos. Y por supuesto, todo esto tiene consecuencias, dados que salimos de la Pandemia con niveles récord de deuda pública.
Este incremento de la deuda pública es el resultado de que durante la Pandemia se redujo la recaudación de impuestos, mientras se disparaba el gasto público. Esto se pudo financiar porque los Bancos Centrales compraron masivamente esta deuda pública y fijaron tipos de interés negativos. Parecía que el coste de la pandemia se había diluido, pero en realidad simplemente se había aplazado. Y la factura nos llegó antes de lo previsto, cuando después de décadas, hemos vuelto a padecer inflación en casi todo el mundo.
Como señalaba Keynes, la inflación también es un impuesto, pero en general, nos empobrece a todos al dificultar extraordinariamente el funcionamiento de la economía. La reacción de los bancos centrales ha sido subir los tipos de interés, lo que supondrá un coste que pagarán los deudores, empezando por los propios estados, y que iremos pagando en el futuro con menor inversión y menos recursos públicos disponibles para todo tipo de políticas.
Seguimos pagando el coste de la gran crisis financiera que sufrimos entre 2008 y 2013. Así, en 2017 se cayó el que había sido el banco más rentable del mundo, el Banco Popular, y además de que los accionistas (y algunos obligacionistas) perdiesen su dinero, esto supuso un coste para el erario público de 1.400 millones de euros en activos fiscales diferidos. Además de ese "extraño" concepto, incluso en 2020 hubo que añadir casi 10.000 millones de euros al déficit por las pérdidas de ese banco malo, que supuestamente no era ni banco, ni malo, la SAREB.
¿Y esto quién lo paga? Pues una respuesta para adultos, que huya del populismo de izquierdas y de derechas, es que nada es gratis y alguien tiene que pagar. Algunas cosas se pagan como deudor, cuando suben los tipos de interés, otra como consumidor, por ejemplo, de energía, cuando suben los precios, y otras como contribuyente, si suben los impuestos, o se reciben menos prestaciones y servicios públicos.
En mi segundo libro, intento explicar estas cuestiones con claridad, y, sobre todo, con datos contrastado, para aproximar al lector a la realidad económica de 2023. Ya lo tienen en la librería. Seguiremos, si ustedes quieren, comentándolo en elEconomista.