
Reino Unido vive un momento convulso tanto en el frente político, con la reciente dimisión de su primera ministra Liz Truss en el mandato más corto que se recuerda, y también en el frente económico, donde se vive una recesión económica en un entorno de inflación de doble dígito. El deterioro político del Partido Conservador lleva produciéndose algún tiempo, y muestra de ello es el hecho de que Rishi Sunak, nuevo sucesor de Truss, es el quinto primer ministro en menos de siete años. El problema para el Partido Conservador es el desplome del apoyo ciudadano, ya que, según las encuestas, se encuentra a treinta puntos por debajo del Partido Laborista, por lo que evitará a toda costa convocar nuevas elecciones generales. A eso hay que añadir una situación económica crítica en el país, que vive una estanflación cada vez más acusada, y que se caracteriza por ausencia de crecimiento económico en un entorno de inflación desatada.
El nuevo ministro de Hacienda, Jeremy Hunt, incluso ha comenzado a cuestionarse el compromiso del Partido de aumentar las pensiones estatales para que no se pierda capacidad adquisitiva, lo que comúnmente se conoce como "triple bloqueo de las pensiones", y que hasta ahora había representado uno de los pilares del plan del gobierno actual. En cuestión de pocas semanas hemos visto cómo se pasaba de las promesas de estímulo económico vía reducción de impuestos y mayor gasto en infraestructuras, a un choque con la realidad fiscal del país.
No debemos olvidar que hace tres meses, el actual primer ministro, Sunak, perdía la carrera hacia Downing Street por plantear un programa económico de austeridad frente a las promesas de reducción de impuestos y mayor gasto público de su adversaria Truss. Sin embargo, la reacción de los mercados al programa expansivo de Liz Truss fue de tal calibre que provocó un caos económico y político que a la postre le ha costado el puesto. Ahora se espera que a Sunak no le tiemble el pulso y cumpla con un papel que ya reconocía como muy complicado durante la campaña electoral contra Truss. Al menos, el nuevo primer ministro sabe lo importante que es la estabilidad para los mercados financieros, ya que tras estudiar en Oxford y en Stanford, pasó al sector financiero trabajando para Goldman Sachs, y posteriormente lo hizo en la cuna tecnológica de Silicon Valley. Antes del cargo actual desempeño el puesto de ministro de Economía en uno de los entornos económicos más complejos que se recuerdan con la llegada del COVID.
Aparte del Partido Laborista, que estará disfrutando mientras observa cómo el partido del gobierno se dispara una y otra vez en el pie, otro que también habrá respirado al fin es el Banco de Inglaterra. Porque cuando Liz Truss lanzó su propuesta fiscal tras ganar las elecciones, provocó un tsunami en el mercado británico, hundiendo la libra y disparando el coste de financiación de los bonos soberanos. Esos movimientos provocaron una gran crisis en el sistema de Planes de Pensiones británicos, lo que obligó al presidente del Banco de Inglaterra a lanzar un programa ilimitado de compra de deuda soberana de largo plazo para calmar las tensiones existentes, y para dar tiempo a que los gestores a que pudiesen vender parte de sus inversiones y aumentar el colateral que se exigía como contrapartida a sus estrategias, evitando una espiral de venta descontrolada en el mercado.
Sin embargo, no debemos olvidar que la compra de deuda por parte del Banco de Inglaterra se ha realizado como medida de emergencia y contra la voluntad de Andrew Bailey. Ahora que se ha retirado la amenaza de un plan fiscal expansivo en medio de una crisis de inflación que no se veía desde los años ochenta, el presidente del Banco de Inglaterra, Bailey, pretende retomar su calendario de venta de deuda a partir del próximo mes de noviembre. En este momento da la sensación de que se ha hecho una elección a la hora de decidir qué problema es más acuciante en Reino Unido, y se ha optado por luchar contra la inflación antes que intentar combatir la recesión económica.
Los efectos de nuevas subidas de tasas de interés unido a la reducción del balance del banco central van a deteriorar aun más los pronósticos de recesión de la economía británica. Teniendo en cuenta que este tipo de elección, a favor de luchar contra la inflación en detrimento del crecimiento económico, se está produciendo de forma casi global, el mayor riesgo al que se enfrentan los responsables de la política monetaria ahora, es evitar que la desaceleración económica no desate un riesgo sistémico en un modelo económico que lleva más de una década nutriéndose de un endeudamiento cada vez mayor sustentado en un coste de financiación, que durante años, los bancos centrales han mantenido en el entorno del cero por ciento.