
El analista Ignacio Varela acaba de publicar un libro muy bien escrito y que aclara –espero que definitivamente- cómo se hizo con el PSOE primero y luego llegó al Gobierno un notable grupo de jóvenes liderados por Felipe González, de cuya valía política ya casi nadie parece dudar.
Quien esto escribe también estuvo allí, aunque en el proscenio, y como este periódico se llama elEconomista, contaré aquí lo que pasó con la oferta económica de aquel programa electoral.
El PSOE había alquilado una planta en un edificio de la calle Bravo Murillo que se dedicó exclusivamente a la elaboración del programa. Esa labor la dirigía Joaquín Almunia ayudado por un grupo variado de militantes y de no militantes y entre los más activos estaba –lo recuerdo bien- Carlos Romero.
Con ser relevantes las dificultades políticas con las que habría de enfrentarse el nuevo Gobierno, las encuestas demoscópicas indicaban que los ciudadanos estaban más preocupados por los problemas económicos que por los políticos y había poderosas razones para ello. En efecto, el PIB estaba casi estancado (en 1981 había caído y en 1982 estaba creciendo apenas al 1% anual), con una inflación del 14,5% y el paro en el 17% de la población activa.
El gasto público aumentó entre 1978 y 1982 en 8,4 puntos del PIB mientras que la recaudación fiscal creció tan solo 3,5 puntos. Como consecuencia, el déficit público se colocó en el 5,6%, con un déficit exterior del 2,5%, ambos sobre el PIB. Las empresas daban, en conjunto, pérdidas y las reservas habían caído entre diciembre del 1981 y septiembre de 1982 en 2.625 millones de dólares.
En estas condiciones, el programa económico tomaba una especial relevancia, pero se llenó de un optimismo muy influido por el que habían llevado los socialistas franceses en el suyo… que ya a finales de 1982 se habían visto obligados a abandonar.
El del PSOE era un programa basado en un keynesianismo expansivo y mucha fe en la capacidad del Estado para empujar el crecimiento. Miguel Boyer escribió a este propósito:
"Los trabajos preparatorios del programa electoral que había realizado un equipo de economistas del PSOE pecaban de un optimismo inmoderado. Como el papel lo aguanta todo, bastaba introducir altas tasas voluntaristas de crecimiento del PIB para imaginar que la recuperación sería rapidísima y que podrían crearse 800.000 puestos de trabajo en cuatro años".
Es cierto que la orientación económica del programa era la de hacer una política expansionista. Era lo que habían venido proclamando los portavoces del partido en los dos años anteriores, pero lo primero que hizo el nuevo Gobierno fue tirar a la papelera la parte económica del programa, quizá porque González creía que éste formaba parte de "la acumulación ideológica de la clandestinidad" contra la cual tanto había peleado antes de llegar al Gobierno. En efecto, González apostó desde su llegada al Gobierno por la ortodoxia, con un lenguaje que se acercaba mucho más a las recetas del FMI o de la OCDE que al contenido del programa que él había llevado a las urnas.
¿Acertó González en ese cambio de rumbo? Creo que sí, pero ésa es otra historia.