Opinión

Un pesimismo razonable

No creo que sea un diagnóstico irracional si digo que a mis muchos años tengo la sensación de vivir en un país y en un mundo intranquilos. Diré por qué.

España, que por suerte está dentro de la UE, se coloca en los peores lugares de ésta si nos atenemos a algunos indicadores elementales: 1) inflación muy por encima de la media; 2) deuda pública a niveles mucho mayores; 3) salarios mucho más bajos; 4) paro más alto; 5) indicadores educativos y de abandono preocupantes; 6) alquileres inasequibles para la juventud; 7) fecundidad por los suelos; 8) proceso de envejecimiento más rápido; 9) escasez de grandes empresas industriales.

En fin, que nada nos conduce a un futuro mejor, como sí lo hizo aquel pasado desarrollismo que tanto criticamos entonces. Tras aquel desarrollismo llegó a España una notable industrialización y con ella un sindicalismo activo e igualador… Y ahora qué.

Pues sufrimos una notable desindustrialización, acompañada de unos sindicatos inoperantes a nivel empresarial y una plaga de organizaciones chupópteras son buenos nombres que viven del erario público. Es decir, de nuestros bolsillos. Un dato a este respecto: hace unos años en una tesis doctoral sobre las ONGs para el desarrollo el doctorando aportaba muchos datos, entre ellos que el 80% del dinero que entraba en esas organizaciones no gubernamentales se dedicaba a mantener su propia burocracia.

Si a lo escrito se une la presencia activa y destructiva de los nacionalismos periféricos –todos enemigos de nuestra Constitución- es como para echarse a temblar (o echarse a la calle). Unos cleptómanos que mientras amenazan con irse de España (y de la UE) nos sacan los higadillos al resto de los españoles. Sólo un ejemplo de este despropósito: Después de no se sabe cuántos enjuagues, el cupo vasco (lo que el Gobierno vasco paga al Estado por los servicios que éste presta allí y que en 2021 fue de 724 millones de euros) nos dice una noticia que el próximo cupo no va a ser ni la sexta parte del déficit que se produjo a la Seguridad Social en el País Vasco, que fue de 4.800 millones. Ese déficit fue cubierto con los impuestos del resto de los españoles. Y todavía quieren –y consiguen- más. Un atraco que un Gobierno español como es debido tendría que detener.

Para acabarla de amolar, de pronto, en el horizonte europeo apareció Putin con sus ambiciones zaristas e invadió Ucrania. Al parecer y según fuentes solventes, lo que pretendía el sátrapa ruso era enviar a Kiev en dos o tres aviones a un grupo de militares adiestrados (tipo Otto Skorzeny en el Alto Adigio) para que, mediante un golpe de mano, desalojaran a Zelenski y colocaran en ese cargo algún títere. Pero la jugada no le salió porque el servicio de información estadounidense tenía –por una vez- información precisa que trasladó al gobierno ucraniano, y éste destrozó la jugada maestra. Resultado: Putin ordenó invadir Ucrania con el desastre para todos que trajo tal invasión.

En fin, no sé si será la vejera (creo que no), pero a mí me dan ganas de pedir "que se pare el mundo, que yo me quiero bajar".

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