
Gran parte de la sabiduría convencional sobre la actual crisis del gas natural en Europa –provocada por la reducción de los suministros de Rusia– se basa en dos supuestos: que la economía alemana depende del gas ruso barato y esta exposición ha salido espectacularmente mal para los intereses del mal que ahora gobierna Olaf Scholz. Pero aunque la industria alemana es fuerte, y el país importa mucho gas natural de Rusia, un examen más detallado de las cifras y los aspectos económicos no apoya la narrativa predominante.
Para empezar, el gas natural no desempeña un papel lo suficientemente importante como para impulsar una economía industrial. En 2019, las importaciones de gas por gasoducto costaron a Alemania 30.000 millones de dólares, lo que representa solo el 0,75% de su PIB, y el valor global del consumo de gas del país fue inferior al 2% del PIB.
Estos modestos ratios son similares en todas las economías industrializadas y sugieren que es muy poco probable que las importaciones de gas barato sean un factor de crecimiento importante. Además, aunque el consumo de gas se ha estancado en Alemania y en la mayor parte de Europa Occidental durante las dos últimas décadas, la economía creció, aunque lentamente.
El argumento de que el gas ruso barato podría haber favorecido a Alemania más que a otros países tampoco está respaldado por las cifras. En 2019, Alemania representó solo alrededor del 2,3% del consumo mundial de gas natural, pero el 4,5% del PIB mundial. La intensidad de gas de Alemania por unidad de PIB es, por tanto, aproximadamente la mitad de la media mundial, mucho más baja que la de Estados Unidos y muchos otros países industrializados, incluidos Japón y Corea del Sur.
Las economías europeas suelen ser más ahorradoras de energía que el resto del mundo. Pero incluso dentro de Europa, Alemania sale bien parada, con un consumo de gas por unidad de PIB inferior al de otras grandes economías europeas, como Italia y España. Esto es sorprendente, ya que estos dos países mediterráneos tienen mucha menos necesidad de calefacción en invierno (y el aire acondicionado en verano requiere un orden de magnitud menos de energía que la calefacción). Solo Francia, con su gran sector nuclear, depende menos del gas.
Los alemanes consumen menos gas por habitante que otros grandes de la Unión
Una imagen similar se desprende de las métricas relacionadas, como el valor de las importaciones de energía como porcentaje del PIB, o el uso de gas para fines industriales como parte del valor añadido industrial. Todos estos indicadores muestran que la economía alemana utiliza la energía de forma menos intensiva que la mayoría de las demás.
La idea de que la industria alemana obtuvo una ventaja por el acceso al gas ruso barato ignora la realidad de que existe un mercado europeo del gas con, hasta ahora, solo pequeñas diferencias en los precios al por mayor entre los países. Por supuesto, se podría argumentar que Rusia vendió su energía a bajo precio a Alemania para hacerla dependiente. Pero los datos cuestionan la percepción común de que Alemania recibe gas barato.
En la última década, la industria alemana ha pagado un 10% más por el gas natural que sus competidores de otras grandes economías europeas. Los suministros procedentes de los yacimientos del Mar del Norte han permitido a las empresas industriales británicas pagar incluso menos que sus pares continentales, pero esto no parece haberles ayudado mucho.
La implicación es que Rusia obtuvo un beneficio no económico (la dependencia alemana de sus suministros de gas) a cambio de un coste casi nulo. La inversa es que Alemania experimentó una pérdida de independencia energética sin obtener una ventaja económica notable.
La única gran economía que hace un uso intensivo de la energía y dispone de gas natural barato es la de Estados Unidos. El ciudadano medio estadounidense consume más del doble de gas natural que un europeo: 25 megavatios/hora al año en Estados Unidos, frente a unos 10 megawatios en los países europeos.
El país ya importa una cantidad de gas natural licuado que compensará lo perdido con Rusia
Además, los precios del gas natural en Estados Unidos han sido algo más bajos que los de Alemania o la UE durante la mayor parte de las dos últimas décadas, y ahora son solo una fracción del precio europeo, ya que los precios europeos se han multiplicado por cinco, mientras que los estadounidenses han cambiado poco.
Sin embargo, a pesar de esta ventaja de costes, la industria manufacturera de Estados Unidos –y la del Reino Unido– no ha crecido con especial intensidad.
Adaptarse a un mundo sin gas ruso es, por supuesto, un gran problema para Europa. Sin embargo, aunque Alemania parece más vulnerable porque solía recibir una gran parte de su gas de Rusia, esto puede cambiar rápidamente. Alemania está construyendo una nueva capacidad de regasificación en un tiempo récord para que el país pueda importar las cantidades de gas natural licuado necesarias para cubrir la brecha entre el menor suministro ruso y la demanda interna, que ya está disminuyendo debido a los altos precios.
Una vez construida esta capacidad de importación, Alemania se encontrará en la misma situación que sus vecinos europeos, que también tienen que pujar por el gas natural licuado. Es probable que los precios se mantengan altos durante algún tiempo. Pero con una intensidad energética inferior a la media de la UE, Alemania debería poder soportar la carga ligeramente mejor que Italia, España y algunos países de Europa del Este. Francia, por supuesto, se verá mucho menos afectada, al menos si sus reactores nucleares pueden reanudar la plena producción.
Tampoco hay que olvidar el panorama mundial. Embotellar un gran porcentaje del gas ruso (que es lo que ocurrirá si Europa deja de comprar a Rusia) aumenta el precio global del gas, lo que afecta también a los países asiáticos, porque compiten con Europa en el ámbito del gas natural licuado.
Corea del Sur y Japón tienen una mayor intensidad energética que Europa, e incluso China importa grandes cantidades del mencionado hicrocarburo, a un precio similar al que pagan los países europeos.
El encarecimiento de la energía, especialmente del gas natural, supone un difícil reto económico y político para todos los países industrializados importadores de energía. Solo Estados Unidos y algunos otros pequeños productores de energía, como Noruega, Canadá y Australia, se benefician de esta situación. Pero los datos sugieren que Alemania está mejor situada para capear esta crisis que la mayoría de sus principales competidores.